La participación en la Misa nos obtiene las gracias espirituales y temporales que nos son necesarias
Fuente: interrogantes.net
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¿Qué testimonio damos los católicos en Misa? Basta ver a las personas que asisten a ella: para muchos es el acontecimiento social del domingo y los días festivos. Para otros, una obligación, un aburrimiento. Para muchos no es más que una gran desconocida...
Está claro que el hecho de que una persona vaya a Misa no es un seguro a todo riesgo para su honestidad. Siempre será una ayuda para lograrlo, pero no una garantía. Y el hecho de que unas personas poco ejemplares vayan a Misa no resta valor a la Misa ni a la fe católica.
A veces se piensa que sería mejor para la fe católica que esas personas poco ejemplares no hicieran manifestaciones de religiosidad. Quizá fuera un buen marketing para la Iglesia –aunque lo dudo–, pero Jesucristo dijo que no necesitan de médico los sanos sino los enfermos. La Iglesia debe acoger maternalmente a sus hijos, tanto si son grandes santos como si son grandes pecadores.
Los católicos no presumen –al menos, no deberían hacerlo, y creo que pocos lo hacen– de ser una élite de la santidad o un modelo de virtud. Simplemente, se esfuerzan por mejorar.
Y ya que hemos mencionado lo de la asistencia a Misa, recuerdo que un viejo amigo me decía que siempre le había llamado la atención encontrar tanta gente necesitada pidiendo limosna a la puerta de las iglesias, y que, en cambio, se vieran tan pocos mendigos o personas en paro a la puerta de los casinos, los bingos, las salas de fiestas o los bancos, cuando probablemente por esos sitios pase mucha más gente y de más dinero. Y tampoco se ven apenas pobres a las puertas de los sindicatos o de los organismos políticos, pese a que en esos lugares debieran esperarse en principio más fáciles muestras de solidaridad. Y como es de suponer que esos hombres son quizá pobres pero no idiotas, cabe pensar que actúan así porque ellos sí que creen que la gente que va a Misa es, en general, más generosa que la media.
En cualquier caso, sabemos bien que para salvarse no basta con pertenecer a la religión verdadera, ni con ir a Misa cada domingo. Y también está claro que de religiones muy diversas puede recibirse aliento y enseñanza para ser mejores y alcanzar la salvación, con la ayuda de Dios.
Podemos concluir que no van a Misa los que son mejores que los demás, pero sí que los efectos de la misma nos ayudan a alcanzar la santidad por ser la Misa el más perfecto acto de reparación de todos los pecados, la más perfecta expiación de las ofensas hechas a Dios, expiando la culpa y satisfaciendo por la pena, pero no absolutamente, sino en la medida de la disposición que tenga el fiel.
La participación en la Misa nos obtiene las gracias espirituales y temporales que nos son necesarias, o simplemente convenientes, para nuestra salvación. Todas las obras buenas juntas no pueden compararse con el sacrificio de la Misa, pues son obras de hombres, mientras que la Misa es obra de Dios y nos consigue de Él tales gracias que sólo el desconocimiento de lo que se puede alcanzar con la Misa explica el poco empeño que tantos católicos ponemos en aprovecharnos de ellas.
Está claro que el hecho de que una persona vaya a Misa no es un seguro a todo riesgo para su honestidad. Siempre será una ayuda para lograrlo, pero no una garantía. Y el hecho de que unas personas poco ejemplares vayan a Misa no resta valor a la Misa ni a la fe católica.
A veces se piensa que sería mejor para la fe católica que esas personas poco ejemplares no hicieran manifestaciones de religiosidad. Quizá fuera un buen marketing para la Iglesia –aunque lo dudo–, pero Jesucristo dijo que no necesitan de médico los sanos sino los enfermos. La Iglesia debe acoger maternalmente a sus hijos, tanto si son grandes santos como si son grandes pecadores.
Los católicos no presumen –al menos, no deberían hacerlo, y creo que pocos lo hacen– de ser una élite de la santidad o un modelo de virtud. Simplemente, se esfuerzan por mejorar.
Y ya que hemos mencionado lo de la asistencia a Misa, recuerdo que un viejo amigo me decía que siempre le había llamado la atención encontrar tanta gente necesitada pidiendo limosna a la puerta de las iglesias, y que, en cambio, se vieran tan pocos mendigos o personas en paro a la puerta de los casinos, los bingos, las salas de fiestas o los bancos, cuando probablemente por esos sitios pase mucha más gente y de más dinero. Y tampoco se ven apenas pobres a las puertas de los sindicatos o de los organismos políticos, pese a que en esos lugares debieran esperarse en principio más fáciles muestras de solidaridad. Y como es de suponer que esos hombres son quizá pobres pero no idiotas, cabe pensar que actúan así porque ellos sí que creen que la gente que va a Misa es, en general, más generosa que la media.
En cualquier caso, sabemos bien que para salvarse no basta con pertenecer a la religión verdadera, ni con ir a Misa cada domingo. Y también está claro que de religiones muy diversas puede recibirse aliento y enseñanza para ser mejores y alcanzar la salvación, con la ayuda de Dios.
Podemos concluir que no van a Misa los que son mejores que los demás, pero sí que los efectos de la misma nos ayudan a alcanzar la santidad por ser la Misa el más perfecto acto de reparación de todos los pecados, la más perfecta expiación de las ofensas hechas a Dios, expiando la culpa y satisfaciendo por la pena, pero no absolutamente, sino en la medida de la disposición que tenga el fiel.
La participación en la Misa nos obtiene las gracias espirituales y temporales que nos son necesarias, o simplemente convenientes, para nuestra salvación. Todas las obras buenas juntas no pueden compararse con el sacrificio de la Misa, pues son obras de hombres, mientras que la Misa es obra de Dios y nos consigue de Él tales gracias que sólo el desconocimiento de lo que se puede alcanzar con la Misa explica el poco empeño que tantos católicos ponemos en aprovecharnos de ellas.
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