San Teógenes, mártir
fecha: 26 de enero
†: c. 257 - país: África Septentrional
canonización: pre-congregación
hagiografía: Abel Della Costa
†: c. 257 - país: África Septentrional
canonización: pre-congregación
hagiografía: Abel Della Costa
En
la ciudad de Hipona, en Numidia, san Teógenes, mártir, acerca del cual san
Agustín predicó un sermón.
Muy pocos datos y un mar de confusión rodean a san
Teógenes. Para poder desandar ese camino y porder sacar algo en limpio,
conviene, entonces que expongamos uno por uno lo que se dice:
-Hay un obispo Teógenes que participó en el Concilio
de Cartago del 257, presidido por san Cipriano. Se conserva en las memorias del
Concilio que nos han llegado su intervención a propósito de la doctrina del
bautismo.
-Hay un Teógenes (o Teógeno), mártir en el Helesponto,
cuya celebración es el 3 de enero, y padeció bajo Licinio, es decir, en las
primeras décadas del siglo IV.
-Está el Teógeno de hoy, que aparece inscripto en
todos los martirologios históricos, generalmente asociado a un grupo de
compañeros mártires, que van de 3 a 36.
-San Agustín menciona al pasar a un mártir Teógenes,
queriendo explicar la diferencia entre celebrar a un santo y adorarlo.
Con sólo estos personajes, y la inmensa capacidad de
enredo de la tradición cúltica, han salido tantas combinaciones como eran
posibles, y algunas imposibles también.
La primer identificación que se ha hecho es entre el
Teógenes del concilio de Cartago y nuestro mártir. Sin embargo, como bien
observa Delehaye, no hay razón alguna para identificarlos, ni un solo indicio,
como no sea el mismo nombre, muy común en la época. La segunda confusión ha
sido entre el Teógenes del Helesponto -en Oriente- y el de hoy -en
Occidente-... aunque parezca increíble, hay un Martirologio histórico que los
identifica (una versión de Usuardo, siglo IX), y a él siguen otros que copian
de allí. Puesto que la memoria del de el 3 de enero se siguió celebrando,
deshacer la confusión es fácil, pero sin embargo quedó como huella que al
nuestro se lo identificara con la persecución de inicios del siglo IV, cuando
en realidad carecemos de toda referencia para conocer su época.
Si ponemos sobre la mesa lo que realmente sabemos y no
lo que "se dice", resulta ser que la única noticia que tenemos es la
de san Agustín, ya que se refiere al culto del mártir como algo conocido de
antemano:
«Los santos mártires tienen un lugar preferente.
Prestad atención: ante el altar de Cristo, su nombre aparece en primer lugar,
pero no son adorados en lugar de Cristo. ¿Cuándo escuchasteis que yo, u otro
colega o hermano mío , u otro presbítero dijese en la memoria de San Teógenes:
«Te ofrezco, Santo Teógenes», o «Te ofrezco, Pedro», o «Te ofrezco, Pablo»?
Nunca lo habéis escuchado. Nunca se hace, ni es lícito. Y si alguien te
pregunta: «Tú, ¿adoras a Pedro?», responde lo que Eulogio respondió respecto a
Fructuoso: «Yo no adoro a Pedro, pero adoro al Dios a quien adora Pedro»
Entonces te ama Pedro. Pues, si quisieras tener a Pedro por Dios, ofendes a la
piedra, y has de estar atento a no romperte el pie tropezando contra ella.» (Sermón
en la festividad de San Fructuoso)
San Agustín da por hecho que hay una memoria de san
Teógenes, mártir, que se celebra en su iglesia de Hipona, y que el oyente la
conoce. No sabemos si era obispo, no sabemos si tuvo compañeros de martirio, no
sabemos si fue en alguna persecución romana (hasta inicios del siglo IV) o en
la de los vándalos (avanzado el siglo IV); el Card. Baronio dice en sus notas
al primer Martirologio Romano que hubo en Hipona un templo dedicado a su
nombre, pero a decir verdad, nadie sabe de dónde sacó ese dato.
Sólo sabemos -y no es poco- que alguien de nombre
Teógenes, en la iglesia norafricana (¿en Hipona? ¿en Cartago?), confesó la fe,
y fue reconocido en esa iglesia como mártir, con la suficiente permanencia de
su culto como para que san Agustín, en el siglo V, la evocara como algo
suficientemente establecido. A eso único se ciñe, como puede verse, la
inscripción en el Martirologio Romano actual, que ya no inscribe ni los
inciertos compañeros mártires, ni su incomprobable rango de obispo, sino sólo
la mención en un sermón de san Agustín.
Ver Acta Sanctorum, enero II, pág 708, la mayoría de
las dudas que suscitaba la inscripción tradicional están ya allí expuestas, con
la acostumbrada masa documental; Delehaye, Les origines du culte des martyrs,
p. 434. San Agustín, Sermón 273, nº 7, la traducción presentada es la de BAC,
Obras Completas, tomo 25.
Abel Della Costa
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Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?ids=324
Santa Paula, viuda
fecha: 26 de enero
n.: 347 - †: 404 - país: Israel
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: 347 - †: 404 - país: Israel
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Belén de Judea, muerte de santa
Paula, viuda, que pertenecía a una noble familia senatorial. Renunció a todo,
distribuyó sus bienes entre los pobres y se retiró con la beata virgen Eustoquio,
su hija, junto al pesebre del Señor.
refieren a este santo: Santa Eustoquio, San Jerónimo, San Pammaquio
La principal de las santas viudas, Paula,
sobrepasaba a todas las matronas romanas en riquezas, nacimiento e
inteligencia. Había nacido el 5 de mayo de 347. Por las venas de su madre,
Blesila, corría la sangre de los Escipiones, de los Gracos y de Paulo Emilio.
Su padre pretendía ser descendiente de Agamenón, y su marido de Eneas. Paula
tuvo un hijo, llamado Toxocio como su marido, y cuatro hijas: Blesila, Paulina,
Eustoquio y Rufina. Paula poseía en alto grado todas las virtudes de una mujer
casada, y ella y su marido edificaron a Roma con su ejemplo. Sin embargo, la
virtud de Paula no carecía de defectos, particularmente el de cierto amor a la
vida mundana, casi inevitable en una mujer de tan alta posición. Al principio,
Paula no se daba cuenta de esa secreta tendencia de su corazón; pero la muerte
de su esposo, ocurrida cuando ella tenía treinta y tres años, le abrió los
ojos. Su pena fue inmoderada, hasta el momento en que su amiga santa Marcela,
una viuda romana que asombraba con sus penitencias la persuadió de que se
entregara totalmente a Dios. A partir de entonces, Paula vivió en la mayor
austeridad. Su comida era muy sencilla, y no bebía vino; dormía en el suelo,
sobre un saco; renunció por completo a las diversiones y a la vida social, y
repartió entre los pobres todo aquello que le pertenecía y evitó lo que pudiera
distraerla de sus buenas obras.
En una ocasión ofreció hospitalidad a san Epifanio de
Salamis y a Paulino de Antioquía, cuando fueron a Roma.
Ellos la presentaron a san Jerónimo,
con quien la santa estuvo estrechamente asociada en el servicio de Dios
mientras vivió en Roma, bajo el Papa san Dámaso.
Blesila, la hija mayor de santa Paula,
murió súbitamente, cosa que hizo sufrir mucho a la piadosa viuda. San Jerónimo,
que acababa de volver a Belén, le escribió una carta de consuelo, en la que no
dejaba de reprenderla por la pena excesiva que manifestaba sin pensar que su
hija había ido a recibir el premio celestial. Paulina, su segunda hija, estaba
casada con Pamaquio, y murió siete años antes que su madre. Santa Eustoquio,
su tercera hija, fue su inseparable compañera. Rufina murió siendo todavía
joven. Cuanto más progresaba santa Paula en el gusto de las cosas divinas, más
insoportable se le hacía la tumultuosa vida de la ciudad. La santa suspiraba
por el desierto, y deseaba vivir en una ermita, sin tener otra cosa en que ocuparse
más que en pensar en Dios. Determinó, pues, dejar su casa, su familia y sus
amigos y partir de Roma. Aunque era la más amante de las madres, las lágrimas
de Toxocio y Rufina no lograron desviarla de su propósito. Santa Paula se
embarcó con su hija Eustoquio, el año 385; visitó a san Epifanio en Chipre, y
se reunió con san Jerónimo y otros peregrinos en Antioquía. Los peregrinos
visitaron los Santos Lugares de Palestina y fueron a Egipto a ver a los monjes
y anacoretas del desierto. Un año más tarde llegaron a Belén, donde santa Paula
y santa Eustoquio se quedaron bajo la dirección de san Jerónimo.
Las dos santas vivieron en una choza,
hasta que se acabó de construir el monasterio para hombres y los tres
monasterios para mujeres. Estos últimos constituían propiamente una sola casa,
ya que las tres comunidades se reunían noche y día en la capilla para el oficio
divino, y los domingos en la iglesia próxima. La alimentación era escasa y
mala, los ayunos frecuentes y severos. Todas las religiosas ejercían algún
oficio y tejían vestidos para sí y para los demás. Todas vestían un hábito
idéntico. Ningún hombre podía entrar en el recinto de los monasterios. Paula
gobernaba con gran caridad y discreción. Era la primera en cumplir las reglas,
y participaba, como Eustoquio, en los trabajos de la casa. Si alguna religiosa
se mostraba locuaz o airada, su penitencia consistía en aislarse de la
comunidad, colocarse la última en las filas, orar fuera de las puertas y comer
aparte, durante algún tiempo. Paula quería que el amor a la pobreza se
manifestase también en los edificios e iglesias, que eran construcciones bajas
y sin ningún adorno costoso. Según la santa, era preferible repartir el dinero
entre los pobres, miembros vivos de Cristo.
Paladio afirma que santa Paula se ocupaba
de atender a san Jerónimo, y le fue a éste de gran utilidad en sus trabajos
bíblicos, pues su padre le había enseñado el griego y en Palestina había
aprendido suficiente hebreo para cantar los salmos en la lengua original.
Además, san Jerónimo la había iniciado en las cuestiones exegéticas lo bastante
para que Paula pudiese seguir con interés su desagradable discusión con el
obispo Juan de Jerusalén sobre el origenismo. Los últimos años de la santa se
vieron ensombrecidos por esta disputa y por las preocupaciones económicas que
su generosidad había producido. Toxocio, el hijo de santa Paula, se casó con
Leta, la hija de un sacerdote pagano, que era cristiana. Ambos fueron fieles
imitadores de la vida de su madre y enviaron a su hija Paula a educarse en
Jerusalén al cuidado de su abuela. Paula, la joven, sucedió a santa Paula en el
gobierno de los monasterios. San Jerónimo envió a Leta algunos consejos para la
educación de su hija, que todos los padres deberían leer. Dios llamó a sí a
santa Paula a los cincuenta y seis años de edad. Durante su última enfermedad,
la santa repetía incansablemente los versos de los salmos que expresan el deseo
del alma de ver la Jerusalén celestial y unirse con Dios. Cuando perdió el
habla, santa Paula hacía la señal de la cruz sobre sus labios. Murió en la paz
del Señor, el 26 de enero del año 404.
Prácticamente todos los datos que poseemos
sobre santa Paula nos vienen de san Jerónimo, sobre todo de la carta 108, que
es una especie de biografía; se encuentra en Migne, P. L., vol. XXII, cc.
878-906, y en Acta Sanctorum, 26 de enero. Ver también la encantadora
monografía de F. Lagrange, Histoire de Ste. Paule, que ha sido reeditada muchas
veces desde 1868; y R. Genier, Ste. Paule (1917).
Cuadro: Santa Paula con Santa Eustoquio y San Jerónimo, de Francisco Zurbarán, c. 1640, National Gallery of Art, Washington, USA.
Cuadro: Santa Paula con Santa Eustoquio y San Jerónimo, de Francisco Zurbarán, c. 1640, National Gallery of Art, Washington, USA.
fuente: «Vidas
de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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2012
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El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
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