Quasi stella matutina in medio nebulae
et quasi luna plena in diebus suis lucet et quasi sol refulgens, sic iste
refulsit in templo dei.
«Éste ha resplandecido en el templo de Dios como una estrella matutina en
medio de la niebla, y como una luna llena en sus días, y como un sol radiante»
(Eclesiástico 50, 6 y 7).
Ahora me refiero a la última palabra: «templo de Dios». ¿Qué es «Dios» y
qué es «templo de Dios»?
Veinticuatro maestros se reunieron con el propósito de hablar sobre lo que
era Dios[64].
Se congregaron en determinado momento y cada uno de ellos expresó su opinión;
de éstas escojo ahora dos o tres. Uno dijo: Dios es algo en comparación con lo
cual todas las cosas mutables y temporales no son nada; y todo cuanto tiene
[el] ser, es insignificante ante Él. El segundo dijo: Dios es algo que se halla
necesariamente por encima del ser, [algo] que en sí mismo no necesita de nadie
y del que necesitan todas las cosas. El tercero dijo: «Dios es un entendimiento
que vive únicamente en el conocimiento de sí mismo»[65].
Dejo de lado la primera y la última [opinión] y me refiero a la segunda, de
acuerdo con la cual Dios es algo que necesariamente se halla por encima del
ser. Lo que tiene ser, tiempo o lugar, no toca a Dios; Él está por encima de
ello. [Es cierto que] Dios se halla en todas las criaturas en cuanto tienen el
[ser] y, sin embargo, está por encima [de ellas]. Justamente con todo cuanto Él
es en todas las criaturas, se halla por encima [de ellas]; aquello que es uno
en muchas cosas, debe estar necesariamente por encima de las cosas. Algunos maestros
opinaban que el alma se hallaba sólo en el corazón. No es así y hubo
grandes maestros que se equivocaban a este respecto. El alma se halla
completamente entera e indivisa en el pie, y entera en el ojo y en cualquier
miembro. Si tomo un lapso de tiempo, no es el día de hoy ni el de ayer. Pero si
tomo el «ahora» [de la eternidad] éste comprende en sí todo el tiempo. El
«ahora» en el cual Dios creó el mundo, se halla tan cerca del tiempo actual
como el instante en que hablo ahora, y el Día del Juicio se halla tan cerca de
ese «ahora» como el día que fue ayer.
Dice un maestro: Dios es algo que obra eternamente, indiviso en sí
mismo, [y] que no necesita de la ayuda de nadie ni de herramienta alguna y
perdura en sí mismo, no necesita nada, pero todas las cosas necesitan de [este
algo] y hacia ello tienden todas las cosas como hacia su última meta. Esta meta
no tiene ningún modo definido, se emancipa del modo y se va extendiendo. Dice
San Bernardo[66]:
Amar a Dios es modo sin modo. Un médico que quiere curar a un enfermo, no tiene
ningún modo [determinado] de salud en el sentido de lo sano que quiere hacer al
enfermo; pero sí tiene [un] modo con el que lo quiere curar; mas lo sano que lo
quiere hacer, no tiene modo determinado: tan sano como él es capaz [de
hacerlo]. Para la medida del amor que le debemos tener a Dios, no existe modo
[determinado]; debemos amarlo tanto cuanto seamos capaces de hacerlo; esto no
tiene modo.
Cada cosa obra dentro de [su] ser; ninguna cosa puede obrar más allá de su
ser. El fuego no puede obrar sino en el leño. Dios obra por encima del ser en
la dimensión donde Él puede desempeñarse; obra en [el] no-ser. Antes de que
hubiera [el] ser, obraba Dios; obraba [el] ser cuando [el] ser aún no existía.
Algunos maestros brutos dicen que Dios es un ser puro; Él se halla tan
por encima del ser, como el ángel supremo está por encima del mosquito. Si yo
dijera de Dios que es un ser, cometería un error tan grande, como si llamara al
sol pálido o negro. Dios no es ni esto ni aquello. Y un maestro dice:
Quien cree haber llegado a conocer a Dios y quien [al hacerlo], conozca alguna
cosa, no conoce a Dios. Pero si he dicho que Dios no es un ser y se halla por
encima del ser, esto no significa que le haya negado [el] ser, antes bien lo he
enaltecido en Él. Si tomo [el] cobre envuelto en oro, entonces existe ahí y
subsiste de una manera más elevada de la que tiene en sí mismo. Dice San
Agustín[67]:
Dios es sabio sin sabiduría, bueno sin bondad, poderoso sin poder.
Algunos maestros de modesta preparación[68]
enseñan en el colegio que todos los seres se hallan divididos en diez
categorías[69],
y afirman que ninguna de ellas corresponde a Dios. Ninguna de estas categorías
afecta a Dios, pero tampoco le falta ninguna. La primera, o sea la que posee la
mayor cantidad de ser y en la cual todas las cosas reciben su ser, es la
substancia; y la última, que contiene la menor cantidad de ser, se llama
relación, y en Dios ésta se iguala a lo más grande que posee la mayor cantidad
de ser; es que ellas en Dios tienen la misma imagen primigenia. En Dios, las
imágenes primigenias de todas las cosas son iguales; pero son las imágenes
primigenias de cosas desiguales. El ángel supremo y el alma y el mosquito
tienen una y la misma imagen primigenia en Dios. Dios no es ni ser ni bondad.
[La] bondad está apegada al ser y no va más allá del ser; pues, si no hubiera
ser, no habría bondad, y [el] ser es todavía más acendrado que [la] bondad.
Dios no es bueno ni mejor ni óptimo. Quien dijera que Dios era bueno, lo
agraviaría tanto como si llamara negro al sol.
Pero Dios mismo dice: «Nadie es bueno sino sólo Dios» (Marcos 10, 18). ¿Qué
es bueno? Es bueno aquello que se comunica. Llamamos bueno a un hombre que se
comunica y es útil. Por eso dice un maestro pagano: En este sentido un
ermitaño no es ni bueno ni malo porque no se comunica ni es útil. [Mas] Dios es
lo que más se comunica. Ninguna cosa se comunica a partir de lo propio, porque
todas las criaturas no existen por sí mismas. Todo cuanto comunican lo han
recibido de otro. Tampoco se dan ellas mismas. El sol da su brillo y, sin
embargo, permanece en su lugar; el fuego da su calor y, sin embargo, sigue
siendo fuego; pero Dios comunica lo suyo porque Él es por sí mismo lo que es, y
en todos los dones que otorga, en primer término se da a sí mismo. Se da como
Dios, tal como es en todos sus dones, según sea posible en aquel que desea
recibirlo. Dice Santiago: «Todos los dones buenos fluyen desde arriba,
provienen del Padre de las luces» (Santiago 1, 17).
Si aprehendemos a Dios en el ser, lo aprehendemos en su antepatio, pues
[el] ser es el antepatio en donde mora. Pero ¿dónde se halla en su templo en el
cual resplandece [como] santo? El templo de Dios es [el] entendimiento. En ninguna
parte mora Dios más propiamente que en su templo, o sea el entendimiento, según
dijo otro maestro[70]que
Dios es un entendimiento que vive en el conocimiento única y exclusivamente de
sí mismo, permaneciendo solo en sí allí donde nada lo ha tocado jamás [a Dios],
porque allí se halla solo en su quietud. En el conocimiento de sí mismo Dios se
conoce a sí mismo en sí mismo.
Consideremos ahora [el conocimiento] tal como es en el alma que posee una
«gotita» de entendimiento, una «chispita», una «rama». Ella [el alma] tiene
potencias que obran en el cuerpo. Hay una potencia con cuya ayuda digiere el
hombre; ésta obra más de noche que de día; [y] gracias a ella el hombre aumenta
de peso y crece. El alma posee además una potencia en el ojo: mediante ella el
ojo resulta tan sutil y fino que no acepta las cosas en su rudeza como son en
sí mismas; antes tienen que ser cernidas y refinadas al aire y a la luz; esto
sucede porque el [ojo] tiene consigo al alma. Otra potencia más se encuentra en
el alma, con ella piensa. Esta potencia se imagina dentro de sí las cosas que
no se hallan presentes, de modo que conozco las cosas tan bien —y aun mejor—
como si las viera con mis ojos —en pleno invierno puedo imaginarme muy bien una
rosa—, y con esta potencia opera el alma en [el] no-ser y en este aspecto lo
imita a Dios que obra en [el] no-ser.
Dice un maestro pagano: El alma que ama a Dios, lo toma bajo la
envoltura de la bondad —las palabras citadas hasta ahora pertenecen a maestros
paganos que no conocieron sino a la luz natural, aún no he llegado a las
palabras de los santos maestros que conocieron a una luz mucho más sublime—
[pues bien], él dice: El alma que ama a Dios, lo toma bajo la envoltura de la
bondad. [El] entendimiento, empero, le quita a Dios la envoltura de la bondad y
lo toma desnudo donde está despojado de [la] bondad y del ser y de todos los
nombres.
Dije en el colegio que el entendimiento es más noble que la voluntad y
ambos, sin embargo, tienen su lugar en esa luz[71].
Entonces, un maestro dijo[72]
en otro colegio que la voluntad era más noble que el entendimiento, porque la
voluntad toma las cosas tales como son en sí mismas; el entendimiento, [en
cambio], toma las cosas tales como son en él mismo. Esto es verdad. Un ojo es
más noble en sí mismo que un ojo pintado en una pared. Pero yo digo que [el]
entendimiento es más noble que [la] voluntad. [La] voluntad toma a Dios bajo la
vestimenta de la bondad. [El] entendimiento toma a Dios desnudo, tal como se
halla despojado de la bondad y del ser. La bondad es una vestimenta por debajo
de la cual Dios se halla escondido, y la voluntad toma a Dios bajo esa
vestimenta de la bondad. Si no hubiera bondad en Dios, mi voluntad no lo
querría. Si alguien quisiera vestir a un rey, en el día en que iban a hacerlo
rey, y lo vistiera con indumentaria gris, no lo habría vestido bien. Yo no soy
bienaventurado porque Dios es bueno. Tampoco quiero pedir nunca que Dios en su
bondad me haga bienaventurado, porque Él no sería capaz de hacerlo. Soy
bienaventurado únicamente porque Dios es racional y porque yo conozco este
hecho. Dice un maestro: Es [el] entendimiento de Dios del que depende
enteramente el ser del ángel. Se pregunta ¿dónde se halla muy propiamente dicho
la esencia de la imagen: en el espejo o en aquel de quien proviene? Hablando
con mayor propiedad: en aquel de quien proviene. La imagen se halla en mí,
[sale] de mí y [va] hacia mí. El espejo, mientras se encuentra exactamente
enfrente de mi rostro, contiene mi imagen; si el espejo se cayera, la imagen se
desvanecería. El ser del ángel depende de que tenga presente el entendimiento
divino en el cual se conoce.
«Como una estrella matutina en medio de la niebla.» Ahora me referiré a la
palabrita «quasi» que quiere decir «como»; los niños en la escuela la
clasifican como «nombre adverbio» (bîwort). He aquí aquello en que pienso en
todos mis sermones[73].
Lo más esencial que se puede enunciar de Dios es «Verbo» y «Verdad». Dios se ha
llamado Él mismo un «Verbo». San Juan dijo: «Al comienzo era el Verbo»
(Juan 1, 1) y al decirlo alude [también] al hecho de que uno debería ser un
adverbio junto al Verbo. Tal como la «estrella libre» lleva el nombre de
«Venus» del día viernes11a:
ella tiene diversos nombres. Cuando antecede al sol y sale antes que éste se la
llama: «estrella matutina»; cuando va a la zaga del sol de modo que éste se
pone primero, se la llama «estrella vespertina». A veces corre por encima del
sol, a veces por debajo. Ante todos los astros ella se mantiene siempre a la
misma distancia del sol; nunca se aleja más de él ni se le acerca más, y esto
significa que el hombre deseoso de llegar a tal punto, siempre debe estar cerca
de Dios y en su presencia, de modo que nada pueda alejarlo de Dios, ni la dicha
ni la desdicha, ni criatura alguna.
El [texto de la Escritura] dice además: «Como una luna llena en sus días».
La luna reina sobre toda la naturaleza húmeda. Ella nunca se halla tan cerca
del sol como en el plenilunio cuando recibe su luz inmediatamente del sol. Pero
por el hecho de estar más cerca de la tierra que cualquier otro astro, tiene
dos desventajas: está pálida y manchada y pierde su luz. Nunca es tan fuerte
como cuando está más alejada de la tierra, entonces hace que el mar crezca más;
pero cuanto más mengua, es menos capaz de hacerlo. El alma es más fuerte cuanto
más elevada se halla sobre las cosas terrestres. Quien no llegara a conocer
nada más que las criaturas, no necesitaría reflexionar nunca sobre sermón
alguno, pues toda criatura está llena de Dios y es un libro. El hombre que
quiere llegar a aquello de lo que acabamos de hablar —y en esto se resume todo
el sermón— [este hombre] debe ser como una estrella matutina: [debe estar]
siempre presente ante Dios y siempre con [Él], e igualmente cercano y elevado
por encima de todas las cosas terrestres, siendo un «adverbio» junto al «Verbo»[74].
Existe una palabra enunciada: ésta es el ángel, el hombre y todas las
criaturas. Además hay otra palabra, pensada y enunciada, mediante la cual se
hace posible que yo me imagine algo. Mas hay todavía otra palabra no enunciada
ni pensada y que nunca sale afuera, sino que se halla eternamente en Aquel que
la dice; mora en el Padre que la dice en continuo acto de ser concebida y de
permanecer adentro. El entendimiento siempre está actuando hacia dentro. Cuanto
más sutil y cuanto más espiritual es una cosa, tanto más poderosamente obra
hacia dentro; y cuanto más vigoroso y sutil es el entendimiento, tanto más le
es unido y se une con él aquello que [el entendimiento] conoce. Mas no sucede
lo mismo con las cosas corporales; cuanto más vigorosas son, tanto más obran
hacia fuera. [Pero] la bienaventuranza de Dios reside en el obrar-hacia-dentro
del entendimiento, donde el «Verbo» permanece adentro. Ahí, el alma debe ser un
«adverbio» y obrar una sola obra con Dios para recibir su bienaventuranza
dentro del conocimiento flotante en sí mismo, ese mismo [conocimiento] donde
Dios es bienaventuranza.
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