78. Hoy se puede advertir en muchos
agentes pastorales, incluso en personas consagradas, una preocupación
exacerbada por los espacios personales de autonomía y de distensión, que lleva
a vivir las tareas como un mero apéndice de la vida, como si no fueran parte de
la propia identidad. Al mismo tiempo, la vida espiritual se confunde con
algunos momentos religiosos que brindan cierto alivio pero que no alimentan el
encuentro con los demás, el compromiso en el mundo, la pasión evangelizadora.
Así, pueden advertirse en muchos agentes evangelizadores, aunque oren, una
acentuación del individualismo, una crisis de identidad y una caída
del fervor. Son tres males que se alimentan entre sí.
79. La cultura mediática y algunos
ambientes intelectuales a veces transmiten una marcada desconfianza hacia el
mensaje de la Iglesia, y un cierto desencanto. Como consecuencia, aunque recen,
muchos agentes pastorales desarrollan una especie de complejo de inferioridad
que les lleva a relativizar u ocultar su identidad cristiana y sus
convicciones. Se produce entonces un círculo vicioso, porque así no son felices
con lo que son y con lo que hacen, no se sienten identificados con su misión
evangelizadora, y esto debilita la entrega. Terminan ahogando su alegría
misionera en una especie de obsesión por ser como todos y por tener lo
que poseen los demás. Así, las tareas evangelizadoras se vuelven forzadas y se
dedican a ellas pocos esfuerzos y un tiempo muy limitado.
80. Se desarrolla en los agentes
pastorales, más allá del estilo espiritual o la línea de pensamiento que puedan
tener, un relativismo todavía más peligroso que el doctrinal. Tiene que ver con
las opciones más profundas y sinceras que determinan una forma de vida. Este
relativismo práctico es actuar como si Dios no existiera, decidir como si los
pobres no existieran, soñar como si los demás no existieran, trabajar como si
quienes no recibieron el anuncio no existieran. Llama la atención que aun
quienes aparentemente poseen sólidas convicciones doctrinales y espirituales
suelen caer en un estilo de vida que los lleva a aferrarse a seguridades económicas,
o a espacios de poder y de gloria humana que se procuran por cualquier medio,
en lugar de dar la vida por los demás en la misión. ¡No nos dejemos robar el
entusiasmo misionero!
Reflexión:
27 de Diciembre
(RV) .- (con audio) En el apartado de la Exhortación que lleva por título Sí al desafío de una espiritualidad misionera, el Papa llama la atención sobre algunas tentaciones que particularmente hoy afectan a los agentes pastorales.
“Hoy se puede advertir -dice- en muchos agentes pastorales, incluso en personas consagradas, una preocupación exacerbada por los espacios personales de autonomía y de distensión, que lleva a vivir las tareas como un mero apéndice de la vida, como si no fueran parte de la propia identidad. Al mismo tiempo, la vida espiritual se confunde con algunos momentos religiosos que brindan cierto alivio pero que no alimentan el encuentro con los demás, el compromiso en el mundo, la pasión evangelizadora. Así, pueden advertirse en muchos agentes evangelizadores, aunque oren, una acentuación del individualismo, una crisis de identidad y una caída del fervor. Son tres males que se alimentan entre sí.
La cultura mediática y algunos ambientes intelectuales a veces transmiten una marcada desconfianza hacia el mensaje de la Iglesia, y un cierto desencanto. Como consecuencia, aunque recen, muchos agentes pastorales desarrollan una especie de complejo de inferioridad que les lleva a relativizar u ocultar su identidad cristiana y sus convicciones. Se produce entonces un círculo vicioso, porque así no son felices con lo que son y con lo que hacen, no se sienten identificados con su misión evangelizadora, y esto debilita la entrega. Terminan ahogando su alegría misionera en una especie de obsesión por ser como todos y por tener lo que poseen los demás. Así, las tareas evangelizadoras se vuelven forzadas y se dedican a ellas pocos esfuerzos y un tiempo muy limitado.
Se desarrolla entonces en los agentes pastorales, un relativismo todavía más peligroso que el doctrinal. Tiene que ver con las opciones más profundas y sinceras que determinan una forma de vida. Este relativismo práctico es actuar como si Dios no existiera, decidir como si los pobres no existieran, soñar como si los demás no existieran, trabajar como si quienes no recibieron el anuncio no existieran. Llama la atención que aun quienes aparentemente poseen sólidas convicciones doctrinales y espirituales suelen caer en un estilo de vida que los lleva a aferrarse a seguridades económicas, o a espacios de poder y de gloria humana que se procuran por cualquier medio, en lugar de dar la vida por los demás en la misión. ¡No nos dejemos robar el entusiasmo misionero!
(78, 79, 80)
(RV) .- (con audio) En el apartado de la Exhortación que lleva por título Sí al desafío de una espiritualidad misionera, el Papa llama la atención sobre algunas tentaciones que particularmente hoy afectan a los agentes pastorales.
“Hoy se puede advertir -dice- en muchos agentes pastorales, incluso en personas consagradas, una preocupación exacerbada por los espacios personales de autonomía y de distensión, que lleva a vivir las tareas como un mero apéndice de la vida, como si no fueran parte de la propia identidad. Al mismo tiempo, la vida espiritual se confunde con algunos momentos religiosos que brindan cierto alivio pero que no alimentan el encuentro con los demás, el compromiso en el mundo, la pasión evangelizadora. Así, pueden advertirse en muchos agentes evangelizadores, aunque oren, una acentuación del individualismo, una crisis de identidad y una caída del fervor. Son tres males que se alimentan entre sí.
La cultura mediática y algunos ambientes intelectuales a veces transmiten una marcada desconfianza hacia el mensaje de la Iglesia, y un cierto desencanto. Como consecuencia, aunque recen, muchos agentes pastorales desarrollan una especie de complejo de inferioridad que les lleva a relativizar u ocultar su identidad cristiana y sus convicciones. Se produce entonces un círculo vicioso, porque así no son felices con lo que son y con lo que hacen, no se sienten identificados con su misión evangelizadora, y esto debilita la entrega. Terminan ahogando su alegría misionera en una especie de obsesión por ser como todos y por tener lo que poseen los demás. Así, las tareas evangelizadoras se vuelven forzadas y se dedican a ellas pocos esfuerzos y un tiempo muy limitado.
Se desarrolla entonces en los agentes pastorales, un relativismo todavía más peligroso que el doctrinal. Tiene que ver con las opciones más profundas y sinceras que determinan una forma de vida. Este relativismo práctico es actuar como si Dios no existiera, decidir como si los pobres no existieran, soñar como si los demás no existieran, trabajar como si quienes no recibieron el anuncio no existieran. Llama la atención que aun quienes aparentemente poseen sólidas convicciones doctrinales y espirituales suelen caer en un estilo de vida que los lleva a aferrarse a seguridades económicas, o a espacios de poder y de gloria humana que se procuran por cualquier medio, en lugar de dar la vida por los demás en la misión. ¡No nos dejemos robar el entusiasmo misionero!
(78, 79, 80)
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