64. El proceso de secularización
tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito de lo privado y de lo íntimo.
Además, al negar toda trascendencia, ha producido una creciente deformación
ética, un debilitamiento del sentido del pecado personal y social y un
progresivo aumento del relativismo, que ocasionan una desorientación
generalizada, especialmente en la etapa de la adolescencia y la juventud, tan
vulnerable a los cambios. Como bien indican los Obispos de Estados Unidos de
América, mientras la Iglesia insiste en la existencia de normas morales
objetivas, válidas para todos, «hay quienes presentan esta enseñanza como
injusta, esto es, como opuesta a los derechos humanos básicos. Tales alegatos
suelen provenir de una forma de relativismo moral que está unida, no sin
inconsistencia, a una creencia en los derechos absolutos de los individuos. En este
punto de vista se percibe a la Iglesia como si promoviera un prejuicio
particular y como si interfiriera con la libertad individual».[59]
Vivimos en una sociedad de la información que nos satura indiscriminadamente de
datos, todos en el mismo nivel, y termina llevándonos a una tremenda
superficialidad a la hora de plantear las cuestiones morales. Por consiguiente,
se vuelve necesaria una educación que enseñe a pensar críticamente y que
ofrezca un camino de maduración en valores.
65. A pesar de toda la corriente
secularista que invade las sociedades, en muchos países -aun donde el
cristianismo es minoría- la Iglesia católica es una institución creíble ante la
opinión pública, confiable en lo que respecta al ámbito de la solidaridad y de
la preocupación por los más carenciados. En repetidas ocasiones ha servido de
mediadora en favor de la solución de problemas que afectan a la paz, la
concordia, la tierra, la defensa de la vida, los derechos humanos y ciudadanos,
etc. ¡Y cuánto aportan las escuelas y universidades católicas en todo el mundo!
Es muy bueno que así sea. Pero nos cuesta mostrar que, cuando planteamos otras
cuestiones que despiertan menor aceptación pública, lo hacemos por fidelidad a
las mismas convicciones sobre la dignidad humana y el bien común.
66. La familia atraviesa una crisis
cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales. En el caso
de la familia, la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave
porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a
convivir en la diferencia y a pertenecer a otros y donde los padres transmiten
la fe a sus hijos. El matrimonio tiende a ser visto como una mera forma de
gratificación afectiva que puede constituirse de cualquier manera y modificarse
de acuerdo con la sensibilidad de cada uno. Pero el aporte indispensable del
matrimonio a la sociedad supera el nivel de la emotividad y el de las
necesidades circunstanciales de la pareja. Como enseñan los Obispos franceses,
no procede «del sentimiento amoroso, efímero por definición, sino de la
profundidad del compromiso asumido por los esposos que aceptan entrar en una
unión de vida total».[60]
67. El individualismo posmoderno y
globalizado favorece un estilo de vida que debilita el desarrollo y la
estabilidad de los vínculos entre las personas, y que desnaturaliza los
vínculos familiares. La acción pastoral debe mostrar mejor todavía que la
relación con nuestro Padre exige y alienta una comunión que sane, promueva y
afiance los vínculos interpersonales. Mientras en el mundo, especialmente en
algunos países, reaparecen diversas formas de guerras y enfrentamientos, los
cristianos insistimos en nuestra propuesta de reconocer al otro, de sanar las
heridas, de construir puentes, de estrechar lazos y de ayudarnos «mutuamente a
llevar las cargas» (Ga 6,2). Por otra parte, hoy surgen muchas formas de
asociación para la defensa de derechos y para la consecución de nobles
objetivos. Así se manifiesta una sed de participación de numerosos ciudadanos
que quieren ser constructores del desarrollo social y cultural.
Reflexión:
18 de Diciembre
(RV).- (audio) El proceso de secularización, dice el Papa en su Exhortación Apostólica tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito de lo privado y de lo íntimo. Además, al negar toda trascendencia, ha producido una creciente deformación ética, un debilitamiento del sentido del pecado personal y social y un progresivo aumento del relativismo, que ocasionan una desorientación generalizada, especialmente en la etapa de la adolescencia y la juventud, tan vulnerable a los cambios. En este punto de vista se percibe a la Iglesia como si promoviera un prejuicio particular y como si interfiriera con la libertad individual». Vivimos en una sociedad de la información que nos satura indiscriminadamente de datos, todos en el mismo nivel, y termina llevándonos a una tremenda superficialidad a la hora de plantear las cuestiones morales. Por consiguiente, se vuelve necesaria una educación que enseñe a pensar críticamente y que ofrezca un camino de maduración en valores.
Pero a pesar de toda la corriente secularista, observa el Santo Padre, la Iglesia católica es una institución creíble ante la opinión pública, confiable en lo que respecta al ámbito de la solidaridad y de la preocupación por los más carenciados. En repetidas ocasiones ha servido de mediadora en favor de la solución de problemas que afectan a la paz, la concordia, la tierra, la defensa de la vida, los derechos humanos y ciudadanos, etc. ¡Y cuánto aportan las escuelas y universidades católicas en todo el mundo! Es muy bueno que así sea.
Luego, hablando de la familia, en el punto 66, dice que atraviesa una crisis cultural profunda: la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir y donde los padres transmiten la fe a sus hijos. Y en este sentido el matrimonio se resiente, porque como dice Francisco tiende a ser visto como una mera forma de gratificación afectiva que puede constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo con la sensibilidad de cada uno.
El individualismo posmoderno y globalizado favorece un estilo de vida que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas, y que desnaturaliza los vínculos familiares. Por eso afirma el Papa, la acción pastoral debe mostrar mejor todavía que la relación con nuestro Padre exige y alienta una comunión que sane, promueva y afiance los vínculos interpersonales. Los cristianos insistimos en nuestra propuesta de reconocer al otro, de sanar las heridas, de construir puentes, de estrechar lazos y de ayudarnos «mutuamente a llevar las cargas»
(RV).- (audio) El proceso de secularización, dice el Papa en su Exhortación Apostólica tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito de lo privado y de lo íntimo. Además, al negar toda trascendencia, ha producido una creciente deformación ética, un debilitamiento del sentido del pecado personal y social y un progresivo aumento del relativismo, que ocasionan una desorientación generalizada, especialmente en la etapa de la adolescencia y la juventud, tan vulnerable a los cambios. En este punto de vista se percibe a la Iglesia como si promoviera un prejuicio particular y como si interfiriera con la libertad individual». Vivimos en una sociedad de la información que nos satura indiscriminadamente de datos, todos en el mismo nivel, y termina llevándonos a una tremenda superficialidad a la hora de plantear las cuestiones morales. Por consiguiente, se vuelve necesaria una educación que enseñe a pensar críticamente y que ofrezca un camino de maduración en valores.
Pero a pesar de toda la corriente secularista, observa el Santo Padre, la Iglesia católica es una institución creíble ante la opinión pública, confiable en lo que respecta al ámbito de la solidaridad y de la preocupación por los más carenciados. En repetidas ocasiones ha servido de mediadora en favor de la solución de problemas que afectan a la paz, la concordia, la tierra, la defensa de la vida, los derechos humanos y ciudadanos, etc. ¡Y cuánto aportan las escuelas y universidades católicas en todo el mundo! Es muy bueno que así sea.
Luego, hablando de la familia, en el punto 66, dice que atraviesa una crisis cultural profunda: la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir y donde los padres transmiten la fe a sus hijos. Y en este sentido el matrimonio se resiente, porque como dice Francisco tiende a ser visto como una mera forma de gratificación afectiva que puede constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo con la sensibilidad de cada uno.
El individualismo posmoderno y globalizado favorece un estilo de vida que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas, y que desnaturaliza los vínculos familiares. Por eso afirma el Papa, la acción pastoral debe mostrar mejor todavía que la relación con nuestro Padre exige y alienta una comunión que sane, promueva y afiance los vínculos interpersonales. Los cristianos insistimos en nuestra propuesta de reconocer al otro, de sanar las heridas, de construir puentes, de estrechar lazos y de ayudarnos «mutuamente a llevar las cargas»
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