74. Se impone una evangelización
que ilumine los nuevos modos de relación con Dios, con los otros y con el
espacio, y que suscite los valores fundamentales. Es necesario llegar allí
donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de
Jesús los núcleos más profundos del alma de las ciudades. No hay que olvidar
que la ciudad es un ámbito multicultural. En las grandes urbes puede observarse
un entramado en el que grupos de personas comparten las mismas formas de soñar
la vida y similares imaginarios y se constituyen en nuevos sectores humanos, en
territorios culturales, en ciudades invisibles. Variadas formas culturales
conviven de hecho, pero ejercen muchas veces prácticas de segregación y de
violencia. La Iglesia está llamada a ser servidora de un difícil diálogo. Por
otra parte, aunque hay ciudadanos que consiguen los medios adecuados para el
desarrollo de la vida personal y familiar, son muchísimos los «no ciudadanos»,
los «ciudadanos a medias» o los «sobrantes urbanos». La ciudad produce una
suerte de permanente ambivalencia, porque, al mismo tiempo que ofrece a sus
ciudadanos infinitas posibilidades, también aparecen numerosas dificultades
para el pleno desarrollo de la vida de muchos. Esta contradicción provoca
sufrimientos lacerantes. En muchos lugares del mundo, las ciudades son
escenarios de protestas masivas donde miles de habitantes reclaman libertad,
participación, justicia y diversas reivindicaciones que, si no son
adecuadamente interpretadas, no podrán acallarse por la fuerza.
75. No podemos ignorar que en las
ciudades fácilmente se desarrollan el tráfico de drogas y de personas, el abuso
y la explotación de menores, el abandono de ancianos y enfermos, varias formas
de corrupción y de crimen. Al mismo tiempo, lo que podría ser un precioso
espacio de encuentro y solidaridad, frecuentemente se convierte en el lugar de
la huida y de la desconfianza mutua. Las casas y los barrios se construyen más
para aislar y proteger que para conectar e integrar. La proclamación del Evangelio
será una base para restaurar la dignidad de la vida humana en esos contextos,
porque Jesús quiere derramar en las ciudades vida en abundancia (cf. Jn
10,10). El sentido unitario y completo de la vida humana que propone el
Evangelio es el mejor remedio para los males urbanos, aunque debamos advertir
que un programa y un estilo uniforme e inflexible de evangelización no son
aptos para esta realidad. Pero vivir a fondo lo humano e introducirse en el
corazón de los desafíos como fermento testimonial, en cualquier cultura, en
cualquier ciudad, mejora al cristiano y fecunda la ciudad.
Reflexión:
21 de Diciembre
(RV).- (audio) Prosiguiendo en los “Desafíos de las culturas urbanas”, el Papa señala que
“se impone una evangelización que ilumine los nuevos modos de relación con Dios, con los otros y con el espacio, y que suscite los valores fundamentales”. Es necesario llegar allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de las ciudades. No hay que olvidar que la ciudad es un ámbito multicultural. En las grandes urbes puede observarse un entramado en el que grupos de personas comparten las mismas formas de soñar la vida y similares imaginarios y se constituyen en nuevos sectores humanos, en territorios culturales, en ciudades invisibles. Variadas formas culturales conviven de hecho, pero ejercen muchas veces prácticas de segregación y de violencia. La Iglesia está llamada a ser servidora de un difícil diálogo. Por otra parte, aunque hay ciudadanos que consiguen los medios adecuados para el desarrollo de la vida personal y familiar, son muchísimos los «no ciudadanos», los «ciudadanos a medias» o los «sobrantes urbanos». Esta contradicción provoca sufrimientos lacerantes. En muchos lugares del mundo, las ciudades son escenarios de protestas masivas donde miles de habitantes reclaman libertad, participación, justicia y diversas reivindicaciones que, si no son adecuadamente interpretadas, no podrán acallarse por la fuerza.
No podemos ignorar afirma Francisco que en las ciudades fácilmente se desarrollan el tráfico de drogas y de personas, el abuso y la explotación de menores, el abandono de ancianos y enfermos, varias formas de corrupción y de crimen. Al mismo tiempo, lo que podría ser un precioso espacio de encuentro y solidaridad, frecuentemente se convierte en el lugar de la huida y de la desconfianza mutua. Las casas y los barrios se construyen más para aislar y proteger que para conectar e integrar. La proclamación del Evangelio será una base para restaurar la dignidad de la vida humana en esos contextos, porque Jesús quiere derramar en las ciudades vida en abundancia (cf. Jn 10,10). El sentido unitario y completo de la vida humana que propone el Evangelio es el mejor remedio para los males urbanos. Pero vivir a fondo lo humano e introducirse en el corazón de los desafíos como fermento testimonial, en cualquier cultura, en cualquier ciudad, mejora al cristiano y fecunda la ciudad.
(RV).- (audio) Prosiguiendo en los “Desafíos de las culturas urbanas”, el Papa señala que
“se impone una evangelización que ilumine los nuevos modos de relación con Dios, con los otros y con el espacio, y que suscite los valores fundamentales”. Es necesario llegar allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de las ciudades. No hay que olvidar que la ciudad es un ámbito multicultural. En las grandes urbes puede observarse un entramado en el que grupos de personas comparten las mismas formas de soñar la vida y similares imaginarios y se constituyen en nuevos sectores humanos, en territorios culturales, en ciudades invisibles. Variadas formas culturales conviven de hecho, pero ejercen muchas veces prácticas de segregación y de violencia. La Iglesia está llamada a ser servidora de un difícil diálogo. Por otra parte, aunque hay ciudadanos que consiguen los medios adecuados para el desarrollo de la vida personal y familiar, son muchísimos los «no ciudadanos», los «ciudadanos a medias» o los «sobrantes urbanos». Esta contradicción provoca sufrimientos lacerantes. En muchos lugares del mundo, las ciudades son escenarios de protestas masivas donde miles de habitantes reclaman libertad, participación, justicia y diversas reivindicaciones que, si no son adecuadamente interpretadas, no podrán acallarse por la fuerza.
No podemos ignorar afirma Francisco que en las ciudades fácilmente se desarrollan el tráfico de drogas y de personas, el abuso y la explotación de menores, el abandono de ancianos y enfermos, varias formas de corrupción y de crimen. Al mismo tiempo, lo que podría ser un precioso espacio de encuentro y solidaridad, frecuentemente se convierte en el lugar de la huida y de la desconfianza mutua. Las casas y los barrios se construyen más para aislar y proteger que para conectar e integrar. La proclamación del Evangelio será una base para restaurar la dignidad de la vida humana en esos contextos, porque Jesús quiere derramar en las ciudades vida en abundancia (cf. Jn 10,10). El sentido unitario y completo de la vida humana que propone el Evangelio es el mejor remedio para los males urbanos. Pero vivir a fondo lo humano e introducirse en el corazón de los desafíos como fermento testimonial, en cualquier cultura, en cualquier ciudad, mejora al cristiano y fecunda la ciudad.
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