98. Dentro del Pueblo de Dios y en
las distintas comunidades, ¡cuántas guerras! En el barrio, en el puesto de
trabajo, ¡cuántas guerras por envidias y celos, también entre cristianos! La
mundanidad espiritual lleva a algunos cristianos a estar en guerra con otros
cristianos que se interponen en su búsqueda de poder, prestigio, placer o
seguridad económica. Además, algunos dejan de vivir una pertenencia cordial a
la Iglesia por alimentar un espíritu de «internas». Más que pertenecer a la
Iglesia toda, con su rica diversidad, pertenecen a tal o cual grupo que se
siente diferente o especial.
99. El mundo está lacerado por las
guerras y la violencia, o herido por un difuso individualismo que divide a los
seres humanos y los enfrenta unos contra otros en pos del propio bienestar. En
diversos países resurgen enfrentamientos y viejas divisiones que se creían en
parte superadas. A los cristianos de todas las comunidades del mundo, quiero
pediros especialmente un testimonio de comunión fraterna que se vuelva
atractivo y resplandeciente. Que todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a
otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis: «En esto
reconocerán que sois mis discípulos, en el amor que os tengáis unos a otros» (Jn
13,35). Es lo que con tantos deseos pedía Jesús al Padre: «Que sean uno en
nosotros […] para que el mundo crea» (Jn 17,21). ¡Atención a la
tentación de la envidia! ¡Estamos en la misma barca y vamos hacia el mismo
puerto! Pidamos la gracia de alegrarnos con los frutos ajenos, que son de
todos.
100. A los que están heridos por
divisiones históricas, les resulta difícil aceptar que los exhortemos al perdón
y la reconciliación, ya que interpretan que ignoramos su dolor, o que
pretendemos hacerles perder la memoria y los ideales. Pero si ven el testimonio
de comunidades auténticamente fraternas y reconciliadas, eso es siempre una luz
que atrae. Por ello me duele tanto comprobar cómo en algunas comunidades
cristianas, y aun entre personas consagradas, consentimos diversas formas de
odio, divisiones, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer
las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen
una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos
comportamientos?
101. Pidamos al Señor que nos haga
entender la ley del amor. ¡Qué bueno es tener esta ley! ¡Cuánto bien nos hace
amarnos los unos a los otros en contra de todo! Sí, ¡en contra de todo! A cada
uno de nosotros se dirige la exhortación paulina: «No te dejes vencer por el
mal, antes bien vence al mal con el bien» (Rm 12,21). Y también: «¡No
nos cansemos de hacer el bien!» (Ga 6,9). Todos tenemos simpatías y
antipatías, y quizás ahora mismo estamos enojados con alguno. Al menos digamos
al Señor: «Señor yo estoy enojado con éste, con aquélla. Yo te pido por él y
por ella». Rezar por aquel con el que estamos irritados es un hermoso paso en
el amor, y es un acto evangelizador. ¡Hagámoslo hoy! ¡No nos dejemos robar el
ideal del amor fraterno!
Reflexión:
21 de Enero
(RV).- (con audio) Dentro del Pueblo de Dios y en las distintas comunidades, ¡cuántas
guerras! En el barrio, en el puesto de trabajo, ¡cuántas guerras por envidias y
celos, también entre cristianos! clama el Papa Francisco. La mundanidad
espiritual lleva a algunos cristianos a estar en guerra con otros cristianos
que se interponen en su búsqueda de poder, prestigio, placer o seguridad
económica. La mundanidad espiritual lleva a algunos cristianos a estar en guerra con otros cristianos que se interponen en su búsqueda de poder, prestigio, placer o seguridad económica.
El mundo está lacerado por las guerras y la violencia, o herido por un difuso individualismo que divide a los seres humanos y los enfrenta unos contra otros en pos del propio bienestar. En diversos países resurgen enfrentamientos y viejas divisiones que se creían en parte superadas. A los cristianos de todas las comunidades del mundo, quiero pediros especialmente un testimonio de comunión fraterna. Que todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis. ¡Atención a la tentación de la envidia! Advierte el Papa ¡Estamos en la misma barca y vamos hacia el mismo puerto!
A los que están heridos por divisiones históricas, les resulta difícil aceptar que los exhortemos al perdón y la reconciliación, ya que interpretan que ignoramos su dolor, o que pretendemos hacerles perder la memoria y los ideales. Pero si ven el testimonio de comunidades auténticamente fraternas y reconciliadas, eso es siempre una luz que atrae. Por ello me duele tanto comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aun entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odio, divisiones, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?
Pidamos al Señor que nos haga entender la ley del amor. ¡Qué bueno es tener esta ley! ¡Cuánto bien nos hace amarnos los unos a los otros en contra de todo!: «No te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien» (Rm 12,21) dice san Pablo (recuerda Francisco). Todos tenemos simpatías y antipatías. Rezar por aquel con el que estamos irritados es un hermoso paso en el amor, y es un acto evangelizador. ¡Hagámoslo hoy! ¡No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno! No al a guerra entre nosotros, clama el Papa
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