102. Los laicos son simplemente la
inmensa mayoría del Pueblo de Dios. A su servicio está la minoría de los
ministros ordenados. Ha crecido la conciencia de la identidad y la misión del
laico en la Iglesia. Se cuenta con un numeroso laicado, aunque no suficiente,
con arraigado sentido de comunidad y una gran fidelidad en el compromiso de la
caridad, la catequesis, la celebración de la fe. Pero la toma de conciencia de
esta responsabilidad laical que nace del Bautismo y de la Confirmación no se
manifiesta de la misma manera en todas partes. En algunos casos porque no se
formaron para asumir responsabilidades importantes, en otros por no encontrar
espacio en sus Iglesias particulares para poder expresarse y actuar, a raíz de
un excesivo clericalismo que los mantiene al margen de las decisiones. Si bien
se percibe una mayor participación de muchos en los ministerios laicales, este
compromiso no se refleja en la penetración de los valores cristianos en el
mundo social, político y económico. Se limita muchas veces a las tareas
intraeclesiales sin un compromiso real por la aplicación del Evangelio a la
transformación de la sociedad. La formación de laicos y la evangelización de
los grupos profesionales e intelectuales constituyen un desafío pastoral
importante.
103. La Iglesia reconoce el
indispensable aporte de la mujer en la sociedad, con una sensibilidad, una
intuición y unas capacidades peculiares que suelen ser más propias de las
mujeres que de los varones. Por ejemplo, la especial atención femenina hacia
los otros, que se expresa de un modo particular, aunque no exclusivo, en la
maternidad. Reconozco con gusto cómo muchas mujeres comparten responsabilidades
pastorales junto con los sacerdotes, contribuyen al acompañamiento de personas,
de familias o de grupos y brindan nuevos aportes a la reflexión teológica. Pero
todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más
incisiva en la Iglesia. Porque «el genio femenino es necesario en todas las
expresiones de la vida social; por ello, se ha de garantizar la presencia de
las mujeres también en el ámbito laboral»[72]
y en los diversos lugares donde se toman las decisiones importantes, tanto en
la Iglesia como en las estructuras sociales.
104. Las reivindicaciones de los
legítimos derechos de las mujeres, a partir de la firme convicción de que varón
y mujer tienen la misma dignidad, plantean a la Iglesia profundas preguntas que
la desafían y que no se pueden eludir superficialmente. El sacerdocio reservado
a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es
una cuestión que no se pone en discusión, pero puede volverse particularmente
conflictiva si se identifica demasiado la potestad sacramental con el poder. No
hay que olvidar que cuando hablamos de la potestad sacerdotal «nos encontramos
en el ámbito de la función, no de la dignidad ni de la santidad».[73]
El sacerdocio ministerial es uno de los medios que Jesús utiliza al servicio de
su pueblo, pero la gran dignidad viene del Bautismo, que es accesible a todos.
La configuración del sacerdote con Cristo Cabeza –es decir, como fuente capital
de la gracia– no implica una exaltación que lo coloque por encima del resto. En
la Iglesia las funciones «no dan lugar a la superioridad de los unos
sobre los otros».[74]
De hecho, una mujer, María, es más importante que los obispos. Aun cuando la
función del sacerdocio ministerial se considere «jerárquica», hay que tener
bien presente que «está ordenada totalmente a la santidad de los
miembros del Cuerpo místico de Cristo».[75]
Su clave y su eje no son el poder entendido como dominio, sino la potestad de
administrar el sacramento de la Eucaristía; de aquí deriva su autoridad, que es
siempre un servicio al pueblo. Aquí hay un gran desafío para los pastores y
para los teólogos, que podrían ayudar a reconocer mejor lo que esto implica con
respecto al posible lugar de la mujer allí donde se toman decisiones
importantes, en los diversos ámbitos de la Iglesia.
Reflexión:
25 de enero (RV).- (audio) Los laicos, afirma el Papa, son la inmensa mayoría del Pueblo de Dios. A su servicio está la minoría de los ministros ordenados. Se cuenta por tanto con un numeroso laicado con arraigado sentido de comunidad y una gran fidelidad en el compromiso de la caridad, la catequesis, la celebración de la fe. Pero la toma de conciencia de esta responsabilidad laical que nace del Bautismo y de la Confirmación no se manifiesta de la misma manera en todas partes. En algunos casos porque no se formaron para asumir responsabilidades importantes, en otros por no encontrar espacio en sus Iglesias particulares para poder expresarse y actuar, a raíz de un excesivo clericalismo que los mantiene al margen de las decisiones. La formación de laicos y la evangelización de los grupos profesionales e intelectuales constituyen por los tanto, indica el Papa, un desafío pastoral importante.
También reconoce el Santo Padre que muchas mujeres comparten responsabilidades pastorales junto con los sacerdotes, contribuyen al acompañamiento de personas, de familias o de grupos y brindan nuevos aportes a la reflexión teológica. Pero todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Porque «el genio femenino es necesario en todas las expresiones de la vida social, laboral y en los diversos lugares donde se toman las decisiones importantes, tanto en la Iglesia como en las estructuras sociales.
Las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían y que no se pueden eludir superficialmente. Pero el sacerdocio reservado a los varones, es una cuestión que no se pone en discusión, subraya Francisco. Sin embargo, la configuración del sacerdote con Cristo Cabeza no implica una exaltación que lo coloque por encima del resto. En la Iglesia las funciones «no dan lugar a la superioridad de los unos sobre los otros». De hecho, una mujer, María, es más importante que los obispos. Aun cuando la función del sacerdocio ministerial se considere «jerárquica», hay que tener bien presente que «está ordenada totalmente a la santidad de los miembros del Cuerpo místico de Cristo». Su clave y su eje no son el poder entendido como dominio, sino la potestad de administrar el sacramento de la Eucaristía; de aquí deriva su autoridad, que es siempre un servicio al pueblo. Aquí hay un gran desafío para los pastores y para los teólogos, que podrían ayudar a reconocer mejor lo que esto implica con respecto al posible lugar de la mujer allí donde se toman decisiones importantes, en los diversos ámbitos de la Iglesia.
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