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Hacía un frío que cortaba, y el rabino y sus discípulos se hallaban acurrucados junto al fuego.
Uno de los discípulos, haciéndose eco de las enseñanzas de su maestro, dijo: “En un día tan gélido como éste, yo sé exactamente lo que hay que hacer”.
“¿Qué hay que hacer?”, le preguntaron los demás.
“Conservar el calor. Y si eso no es posible, también sé lo que hay que hacer”.
“¿Qué hay que hacer?”.
“Congelarse”.
La realidad existente no puede realmente ser rechazada ni aceptada. Huir de ella es como tratar de huir de tus propios pies. Aceptarla es como tratar de besar tus propios labios. Todo lo que hay que hacer es mirar, comprender y estar en paz.
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Un hombre acudió a un psiquiatra y le dijo que todas las noches se le aparecía un dragón con doce patas y tres cabezas, que vivía en una tremenda tensión nerviosa, que no podía conciliar el sueño y que se encontraba al borde del colapso. Que incluso había pensado en suicidarse.
“Creo que puedo ayudarle”, le dijo el psiquiatra, “pero debo advertirle que nos va a llevar un año o dos y que le va a costar a usted tres mil dólares”.
“¿Tres mil dólares?”, exclamó el otro. “¡Olvídelo! Me iré a mi casa y me haré amigo del dragón”
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