miércoles, 3 de septiembre de 2014

Deberes religiosos y El tiempo detenido (La oración de la rana de Anthony de Mello)

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  Se decía de un santo que, cada vez que salía de su casa para ir a cumplir sus deberes religiosos, solía decir: “...Y ahora te dejo, Señor. Me voy a la iglesia”.


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Paseaba un monje por los jardines del monasterio cuando de pronto, oyó cantar a un pájaro.

Embelesado, se detuvo a escuchar. Le pareció que nunca hasta entonces había escuchado, lo que se dice “escuchar”, el canto de un pájaro.
Cuando el pájaro dejó de cantar, el monje regresó al monasterio y, para su consternación, descubrió que era un extraño para los demás monjes, y viceversa.
Pasó algún tiempo hasta que tanto ellos como él descubrieron que había tardado siglos en regresar.

Como su escucha había sido total, el tiempo se había detenido, y él se había introducido en la eternidad.


La oración resulta perfecta cuando se descubre la intemporalidad. La intemporalidad se descubre a través de la claridad de percepción. La percepción se hace clara cuando se libera de los prejuicios y de toda consideración de pérdida o provecho personal. Entonces se ve lo milagroso, y el corazón se llena de asombro.

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