viernes, 1 de enero de 2016

Beato Luis Grozde - San Almaquio de Roma - San Claro de Vienne - San Fulgencio de Ruspe 01012016

Beato Luis Grozde

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Beato Luis Grozde, mártir

En Mirna, en la actual Eslovenia, beato Luis Grozde, mártir.
Luis (Lojze) Grozde, Beato
Luis (Lojze) Grozde, Beato

Mártir Laico, 1 enero






Laico Mártir

Martirologio Romano: En Mirna, Eslovenia, Beato Lojze Grozde, laico miembro de la Acción Católica asesinado en Mirna por odio a la fe durante el régimen comunista. ( 1943)

Fecha de beatificación: 13 de junio de 2010, durante el pontificado de Benedicto XVI
Si alguien parecía no ser tallado para la santidad era el esloveno Lojze, quien al inicio de su vida (27 de mayo de 1923) tenía todos los puntos en contra para llegar a ser un muchacho de buen comportamiento y a quienes todos admirarían. Hijo ilegítimo, termina siendo criado por una tía, porque su madre decidió seguir su vida sin él. Fue marginado, para que no les recordara la vergüenza de la familia, careció totalmente del afecto familiar. Sintiéndose lastimado, se aísla, se rebela y se convierte en un verdadero salvaje. Indeseado por todos, él mismo se lamenta de no haber fallecido en un accidente. Su único consuelo es la soledad de los bosques.

Pero cuando va a la escuela por primera vez encuentra la liberación. Supera su complejo de inferioridad y se convierte en un excelente estudiante. Descubre la lectura, la que se convertirá en su pasión. Aunque parezca difícil, Lojse es piadoso.

Por último, la suerte llama a su puerta. Una benefactora permite que él siga sus estudios en un colegio de Liubliana, la capital. Es el año 1935, año del Congreso Eucarístico. Las celebraciones religiosas le impresionan, pero también experimenta el desprecio de sus compañeros que sólo ven en él a un pobre campesino desaliñado y pretencioso. Lojze reacciona violentamente a esta discriminación, pero también con el orgullo de ser el mejor alumno, gracias a su perseverancia y trabajo duro. No tiene amigos, ni en su pueblo ni en la ciudad, se refugia en el estudio, en la poesía (para la que tenía un verdadero talento) y el alcohol. ¡Tiene sólo quince años!

Sin embargo, no carece de cualidades. Tiene la predisposición de dar clases gratuitas a sus compañeros, motivándoles. Es piadoso, pero aún cede a las tentaciones de la vida fácil, perdiéndose por caminos moralmente reprobables.

Conversión
Es entonces, que llevado por unos amigos, ingresa a la Acción Católica. Poco a poco, empieza en él una lucha que lo llevará a una conversión radical. Establece su programa de oración, acepta responsabilidades, incluyendo el editar la revista del movimiento. Se da cuenta de que los estudios no son sólo un medio de promoción social sino también un instrumento de apostolado. Convertido en uno de los mejores líderes de la Acción Católica, predica, no sólo con palabras, sino sobre todo con el ejemplo. Su vida ha cambiado, en sus hábitos y virtudes de pureza, la dulzura, la humildad y la paciencia: es un verdadero apóstol, testigo de Cristo. Reza, comulga diariamente, participa en retiros espirituales. Enemigo de la mediocridad, su deseo es radical: ¡santo o nada! , estaba por seguir la vocación sacerdotal.

Persecución comunista
Entre tanto la situación política de Yugoslavia se altera. Tras el conflicto mundial de la Segunda Guerra Mundial viene el surgimiento del comunismo promovido por Tito y la posterior persecución a la fe católica. Los líderes de la Acción Católica y los sacerdotes son asesinados sólo porque se atrevieron a denunciar el peligro del marxismo. Lojze Grodze es consciente de que es un blanco fácil para la persecución. Confía en el sacrificio de su vida a Cristo. “No quiero ser un hombre mediocre. Una tarea tan bella y sublime como la que propone la Acción Católica, vale la pena que sea vivida a cualquier precio”.

En la Navidad, decide visitar a sus parientes en el pueblo. El 1 de enero de 1943 es detenido y acusado de propaganda contra el comunismo. A lo largo de la noche es torturado hasta la muerte, hacen desaparecer su cuerpo. El cadáver será encontrado recién el 23 de febrero. Preservado, el cuerpo rebela las huellas de su suplicio. Su fama de su santidad ha crecido desde entonces y es considerado como un verdadero mártir en Eslovenia. 

La causa de su beatificación fue introducida en 1992. El sábado 27 de marzo de 2010, S.S. Benedicto XVI firmó el decreto referente al martirio del Venerable Lojze Grozde.



San Almaquio de Roma

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San Almaquio, mártir
En Roma, san Almaquio, que, habiéndose opuesto a las luchas de gladiadores, por orden de Alipio, prefecto de la ciudad, fue muerto por ellos y contado entre los mártires vencedores.
Todo lo que sabemos de este interesante personaje proviene de dos breves reseñas. La primera de ellas se halla en la «Historia Eclesiástica» de Teodoreto (lib. V, c. 26), la segunda en el antiguo Martirologio Jeronimiano, del finales del siglo VI. Teodoreto nos dice que el emperador Honorio suprimió los combates en el circo, a raíz del incidente que vamos a relatar: «Un asceta llamado Telémaco había venido del Oriente a Roma, animado por una santa ambición. En el momento en que se llevaban al cabo en el circo los abominables juegos, Telémaco penetró en el estadio, se presentó en la arena e intentó separar a los gladiadores. Los espectadores, furiosos al ver interrumpida su diversión e instigados por el demonio, que gusta de ver correr la sangre, mataron a pedradas al mensajero de la paz. Al enterarse de lo ocurrido, el excelente emperador puso a Telémaco en la gloriosa lista de los mártires y abolió las criminales justas de los gladiadores».

La reseña del «Martyrologium Hieronymianum» que se consevaba literalmente en la edición anterior del Martirologio Romano, dice textualmente: Primero de enero... La festividad de Almaquio, quien, habiendo dicho: «Hoy es el octavo día del Señor, cesad de adorar a los ídolos y de ofrecer sacrificios impuros», fue decapitado por los gladiadores, por orden de Alipio, prefecto de la ciudad; el Nuevo Martirologio Romano (2001), en cambio, ha preferido sólo narrar el hecho, pero no citar literalmente el elogio del Hieronymianum. Contra la opinión de Dom Germain Morin, quien se inclina a ver en este martirio un simple eco de la leyenda fantástica del dragón del foro romano, el P. H. Delehaye, bolandista, piensa que se trata de un martirio histórico y considera que, a pesar de ciertas dificultades en cuanto a las aclaraciones, el verdadero nombre del mártir fue Almaquio y que su martirio tuvo lugar hacia el año 400.

Ver Analecta Bollandiana, vol. XXXIII (1914), pp. 421-428. Cf. Morin, en la Revue Bénédictine, vol. XXXI (1914), pp. 321-326, y Delehaye, Comentario sobre el Martirologium Hieronymianum, p. 21.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

San Claro de Vienne

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San Claro, abad
En Vienne, de Burgundia, san Claro, abad del monasterio de San Marcelo, que dejó a sus monjes un ejemplo de perfección religiosa.
San Claro, que recibió este nombre en su juventud debido a su lucidez, no tanto en las ciencias humanas, cuanto en la percepción de las cosas espirituales, parece haber sido nombrado abad del monasterio de San Marcelo, en Vienne, del Delfinado, a principios del siglo VII. Una biografía latina, escrita más de cien años después, relata muchos milagros legendarios, pero es probablemente verídica al afirmar que Claro fue el primer monje de la abadía de San Ferrol; que era muy estimado por Cadeoldo, arzobispo de Vienne; que fue nombrado director espiritual del convento de Santa Blandina, en el que su madre y otras viudas tomaron el velo, y que terminó sus días hacia el año 660, siendo abad de San Marcelo. Al parecer, su culto fue confirmado por SS Pío X en 1903.

 Acta Sanctorum, l de enero, y M. Blanc, Vie et culte de S. Clair (2 vols., 1898). El acta de CC, incluida en el acta colectiva de ASS 36 (1903-4) pág. 424.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI


San Fulgencio de Ruspe

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San Fulgencio de Ruspe, obispo y confesor
En Ruspe, ciudad de Bizacena, san Fulgencio, obispo, quien, después de haber sido procurador de ese lugar, abrazó la vida monástica y fue constituido obispo. En la persecución desencadenada por los vándalos, sufrió mucho a causa de los arrianos y, exiliado a Cerdeña por el rey Trasamundo, pudo al fin regresar a Ruspe, donde dedicó el resto de su vida a alimentar a sus fieles con palabras de gracia y de verdad.
Fabio Claudio Gordiano Fulgencio descendía de una noble familia senatorial de Cartago. Nació el año 468, treinta años después de que los vándalos hubieran desmembrado a África del Imperio Romano. Su madre, Mariana, que había quedado viuda desde joven, se ocupó de la educación de Fulgencio y de su hermano. Bajo su dirección, Fulgencio aprendió el griego siendo todavía niño, y llegó a hablarlo tan perfectamente como su propia lengua. También se consagró al estudio del latín. Sin embargo, sabía combinar los estudios con los negocios, ya que tomó por su cuenta la administración de los bienes familiares para evitar a su madre ese trabajo. Todos le respetaban por su prudencia, su conducta ejemplar, su carácter amable y sobre todo por la gran deferencia con la que trataba a su madre. Fue elegido procurador, es decir vicegobernador y receptor general de impuestos de Byzacena. Pero la vida mundana le fatigó muy pronto y, justamente alarmado ante sus peligros, Fulgencio se armó contra ellos con la lectura espiritual, la oración, el ayuno riguroso y las frecuentes visitas a los monasterios. Todo esto y la lectura de un sermón de san Agustín sobre el Salmo treinta y seis, en el que el santo doctor habla del mundo y de la corta duración de la existencia humana, hicieron brotar en él un ardiente deseo de abrazar la vida religiosa.

Hunerico, rey arriano, había expulsado de sus diócesis a la mayoría de los obispos ortodoxos. Uno de ellos, llamado Fausto, había fundado un monasterio en Byzacena. A él se dirigió el noble joven en busca de consejo; pero Fausto, observando su débil constitución, le desaconsejó la vida religiosa con palabras bastante duras: «Primero aprende a vivir en el mundo sin entregarte a sus placeres. ¿Crees acaso que es tan fácil el paso de una vida cómoda como la tuya, a una vida de severo ayuno y pobre vestido como la nuestra? ¿Cómo podrías acostumbrarte a nuestras vigilias y penitencias?» Fulgencio replicó modestamente: «Aquél que me ha llamado a servirle me dará también el valor y la fuerza necesarios». Esta respuesta humilde y decidida movió a Fausto a admitirle a prueba. El santo contaba entonces veintidós años. La noticia de un suceso tan inesperado sorprendió y edificó a todo el país. Pero Mariana, su madre, acudió prestamente a las puertas del monasterio, gritando: «Fausto, devuélveme a mi hijo y a la ciudad su gobernador. La iglesia protege a las viudas; ¿cómo te atreves, pues, a robarme a mi hijo, siendo yo una viuda sin consuelo?» Todos los argumentos de Fausto no bastaron para calmarla. Naturalmente, esto fue una prueba durísima para Fulgencio, pero Fausto aprobó su vocación y le recomendó a los monjes. Como la persecución se recrudeciera, Fausto tuvo que retirarse a otra ciudad; nuestro santo se presentó, pues, a un monasterio vecino, cuyo abad le propuso inmediatamente la dirección del convento. Tal proposición sorprendió a Fulgencio, pero finalmente quedó convenido que ambos ejercerían conjuntamente las funciones de superior. La armonía con la que los dos abades gobernaron el monasterio durante seis años, fue admirable; jamás surgió dificultad alguna entre ellos y cada uno trataba de acomodarse a la voluntad del otro. En tanto que Félix se ocupaba de la dirección de los asuntos temporales, Fulgencio se encargaba de la predicación y la instrucción.

El año 499, una violenta irrupción de las tribus de Numidia obligó a los dos abades a buscar refugio en Sicca Veneria, ciudad de la provincia proconsular de África. Allí un sacerdote arriano les hizo arrestar y flagelar, porque predicaban la consustancialidad del Hijo de Dios. Al ver que los verdugos se ocupaban primero de Fulgencio, Félix gritó: «Dejad en paz a este pobre hermano mío, que es demasiado delicado para soportar vuestras brutalidades, y ocupaos de mí que soy fuerte». Los verdugos, al oír esto, se arrojaron sobre Félix, quien soportó la tortura con extraordinario valor. Cuando llegó su turno, Fulgencio sufrió con paciencia la flagelación; pero, sintiendo que la pena se hacía insoportable, para ganar un momento de respiro indicó al juez que tenía una declaración que hacer. El juez dio a los verdugos la orden de interrumpir la tortura, y Fulgencio empezó a narrar sus viajes de un modo fascinante. El cruel y fanático juez, que esperaba una abdicación de la fe y no un relato de viajes, ordenó que recomenzara la tortura. Finalmente los dos confesores de la fe fueron puestos en libertad, con los vestidos desgarrados, el cuerpo destrozado y la cabeza rapada, de suerte que los mismos arrianos se avergonzaron de tal crueldad y su obispo prometió castigar al sacerdote que les había entregado a la tortura, a condición de que Fulgencio se encargara de actuar como acusador en el juicio. Fulgencio respondió que el cristiano no tiene derecho a tratar de vengarse y que hay una bienaventuranza relativa al perdón de las injurias.

Fulgencio se embarcó con rumbo a Alejandría, a donde le llevaba el deseo de visitar a los ascetas del desierto de Egipto, famosos por la santidad y aspereza de sus vidas; pero en Sicilia, Eulalio, abad de Siracusa, disuadió a Fulgencio de continuar su viaje, asegurándole que «una odiosa disensión había apartado a Egipto de la comunión de Pedro», es decir, que los herejes pululaban en Egipto y que vivir allí era enfrentar la alternativa de unirse en comunión con ellos o privarse de los sacramentos. Renunciando, pues, a su proyecto de visitar Alejandría, Fulgencio se embarcó para Roma, a donde quería ir a orar en la tumba de los apóstoles. Un día vio a Teodorico, rey de Italia, sentado en el trono y rodeado del senado y la corte. «¡Ah -exclamó Fulgencio- cuan bella debe ser la Jerusalén celestial, si la Roma terrenal es tan hermosa, y qué gloria debe Dios dar a sus santos en el cielo, si viste con tal esplendor a los amadores de la vanidad!» Este acontecimiento tuvo lugar en la segunda mitad del año 500, en el momento de la primera entrada del rey en Roma. Fulgencio volvió a su patria poco después y construyó un espacioso monasterio en Byzacena, pero él mismo se retiró a una celda en las proximidades del mar. Fausto, su obispo, le obligó a reasumir el gobierno del monasterio. Al mismo tiempo, muchas ciudades le deseaban como obispo, porque había múltiples sedes vacantes a consecuencia del edicto por el que el rey Tarasimundo había prohibido la consagración de obispos ortodoxos. Una de dichas sedes vacantes era la de Ruspe, la actual población de Kudiat Rosfa en Túnez. Fulgencio fue arrancado de su retiro y consagrado obispo en el 508.

Su nueva dignidad no modificó su estilo de vida. Jamás revistió el orarium -especie de estola que usaban entonces los obispos-, ni dejó su áspera túnica, que le cubría lo mismo en invierno que en verano. Algunas veces iba descalzo; nunca se desnudaba para dormir, y jamás faltó al oficio de medianoche. Sólo cuando estaba enfermo, aceptaba un poco de vino en el agua que bebía y nunca pudieron persuadirle a comer un poco de carne. Su modestia, bondad y humildad le ganaban el afecto de todos, aun del ambicioso diácono Félix, que se había opuesto a su elección y a quien el santo trató con cordial caridad. Su amor a la soledad le movió a construir un monasterio en las proximidades de su casa, en Ruspe; pero antes de que pudiera terminarlo, el rey Trasimundo le desterró a Cerdeña, junto con otros sesenta obispos ortodoxos. Aunque era el más joven de los desterrados, Fulgencio hablaba y escribía por ellos en todas las ocasiones difíciles. El caritativo papa san Símaco enviaba cada año dinero y vestidos a estos campeones de la fe. Se conserva todavía una carta de san Símaco en la que les consuela y reconforta. Por la misma época, les envió también unas reliquias de los santos Nazario y Romano, «para que el ejemplo y protección de estos generosos soldados de Cristo animen a los confesores a pelear valientemente las batallas del Señor».
Con otros compañeros, san Fulgencio transformó en Cagliari una casa en monasterio. El sitio se convirtió inmediatamente en un refugio para todos los afligidos y necesitados de consejo. En dicho retiro, el santo compuso numerosos tratados para la instrucción de los fieles de África. Al enterarse el rey Trasimundo de que Fulgencio era el principal apoyo y abogado de la comunidad, le mandó llamar y le expuso sus objeciones contra la fe; el santo respondió a ellas, según parece, en su libro titulado «Respuesta a Diez Objeciones». El rey admiró su humildad y su ciencia, y la causa de la fe salió triunfante gracias a las respuestas de Fulgencio. Para evitar que el éxito se repitiera, el rey le exigió que no divulgara las respuestas a sus nuevas objeciones, pero Fulgencio se negó a responder, si no se le autorizaba a conservar una copia. Escribió, pues, al rey una amplia y modesta refutación del arrianismo, que ha llegado hasta nosotros con el título de «Tres Libros al Rey Trasimundo». La obra resultó del gusto del rey, quien dio a Fulgencio permiso de residir en Cartago; pero las repetidas quejas de los obispos arrianos sobre el éxito de la predicación de Fulgencio, lograron finalmente que fuera desterrado de nuevo a Cerdeña en el 520. Como un cristiano llorara al ver que Fulgencio se embarcaba, éste le dijo: «No llores, pues muy pronto estaré de vuelta y gozando de plena libertad; entonces verás con tus propios ojos el reflorecimiento de la fe en el reino. Pero no divulgues este secreto». Los acontecimientos confirmaron la verdad de esta predicción. La humildad de Fulgencio le hacía guardar en secreto los milagros que obraba, y a él se atribuyen las siguientes palabras: «Un hombre puede poseer el don de hacer milagros y sin embargo perder su alma. Los milagros no garantizan la salvación. Cierto que atraen la estima y el aplauso; pero, ¿de qué sirve ser estimado y aplaudido en este mundo y ser condenado al infierno en el otro?» De vuelta a Cagliari, Fulgencio erigió otro monasterio en las cercanías de la ciudad, y socorrió solícitamente a los monjes, especialmente durante sus enfermedades; pero no podía sufrir que los monjes pidieran nada, pues, según decía él: «Hemos de recibirlo todo de la mano de Dios, con conformidad y gratitud».

Trasimundo murió en el 523, después de haber nombrado a Hilderico como sucesor. Los cristianos ortodoxos de África hicieron volver del destierro a sus pastores. La nave que les llevó a Cartago fue recibida con grandes demostraciones de gozo, que llegaron al paroxismo cuando Fulgencio apareció sobre la cubierta. Los confesores se dirigieron a la iglesia de San Agileo para dar gracias a Dios. Como se desatara una súbita tempestad, el pueblo, para mostrar su singular veneración por Fulgencio, improvisó rápidamente, con sus propias vestiduras, una especie de toldo para protegerle de la lluvia. El santo se apresuró a ir a Ruspe, donde empezó desde luego a corregir los abusos que se habían instalado durante los setenta años de persecución; pero realizó con tanto tacto esta reforma, que acabó por ganarse aun a los más obstinados. San Fulgencio poseía un extraordinario don oratorio; Bonifacio, obispo de Cartago, no podía oírle hablar sin que las lágrimas se le vinieran a los ojos y su corazón se sintiera lleno de gratitud hacia Dios, por haber dado a su Iglesia un pastor tan excelente.

Más o menos un año antes de su muerte, Fulgencio se retiró a un monasterio de la pequeña isla de Circinia a fin de prepararse para el paso a la eternidad. Sin embargo, las ardientes súplicas de su grey le obligaron a volver a Ruspe poco antes del fin. Soportó con admirable paciencia los sufrimientos de su última enfermedad; sus labios repetían constantemente esta oración: «Señor, dame paciencia ahora y después misericordia y perdón». Como los médicos le aconsejaran una cura de baños, Fulgencio respondió: «¿Acaso una cura de baños puede evitar la muerte cuando la vida ha llegado a su término?» Fulgencio convocó a su clero y a los monjes, que lloraban a porfía y les pidió perdón por cualquier ofensa que pudiera haberles hecho; igualmente les consoló, les dio sus últimos consejos y expiró apaciblemente a los sesenta y seis años de edad, el primero de enero, fecha en que aparece su conmemoración en la mayoría de los calendarios. Algunas iglesias celebran su fiesta el 16 de mayo, que corresponde probablemente a la fecha en que sus reliquias fueron trasladadas, en el 714 aproximadamente, a Bourges de Francia, donde fueron destruidas durante la Revolución. Era tal la veneración que el pueblo le profesaba, que fue enterrado en la iglesia, contrariamente a la ley y a las costumbres de la época, como lo hace notar su biógrafo. San Fulgencio había escogido por modelo a San Agustín; como verdadero discípulo suyo, siguió fielmente su conducta, reprodujo su espíritu y expuso su doctrina.

 Fulgencio Ferrando. Se la encuentra en el Acta Sanctorum, 1 de enero, así como en otras publicaciones. Ver la importante obra de G. G. Lapeyre, St. Fulgence de Ruspe (1929), que incluye la «Vita» en volumen aparte. La Patrología de Quasten-Di Berardino, BAC, 2000, tomo IV, pág. 28ss, dedica un artículo a su vida y doctrina.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI


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