Se abrió el cielo y en su
corazón continúa abierto
(RV).- (Con audio) Cuando Jesús de Nazaret fue bautizado por Juan, el cielo se abrió y descendió sobre él el Espíritu. Y podemos decir que desde ese momento el cielo ha quedado abierto para siempre en el corazón de Jesús, fuente del Espíritu de amor, de vida, en el cual somos bautizados, en el cual nuestra vida puede renacer con el perdón de los pecados, con los sacramentos.
Después del 6 de enero que se llama Epifanía, manifestación, revelación de la Navidad de Jesús a los gentiles, el camino de oración de la Iglesia nos presenta el misterio del Bautismo de Jesús en el Jordán. Allí Jesús, Juan Bautista y el pueblo ven los cielos abiertos, al Espíritu que desciende sobre Jesús y escuchan la voz del Padre que dice: “Este es mi hijo querido en el cual me complazco”.
Expresa Hugo Vázquez refiriéndose a su propia experiencia espiritual: “Camino del Jordán atraído por el Bautismo de conversión de Juan Bautista, mientras atravieso una zona árida, antes de llegar al río, siento un fuerte llamado a ir a la profundidad del desierto. Allí donde Jesús sufre las tentaciones del espíritu del mal. Porque cronológicamente es recién después que Jesús supera las tentaciones que en el Jordán se abre el cielo, el Padre manifiesta que ese es su Hijo amado en el cuál se complace y desciende el Espíritu de Amor, de Vida plena, de compasión, de gozo sobre Jesús”.
Me parece que tenemos que tener en cuenta este desierto antes de considerar, contemplar, gozar el bautismo del Señor. Porque el cielo abierto es lo que queremos, necesitamos, para poder comunicarnos con Dios, para tener la vida de Dios. Pero como dice Hugo Vázquez antes del Bautismo en el Jordán, está ese duro desierto con las tentaciones.
Es en realidad el desierto de la oración. No necesitamos hacer un viaje, un safari, para vivir nuestro propio desierto, para entrar en el corazón como dice el mismo Jesús: “cuando reces entra en tu habitación, cierra la puerta y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará”. El Padre Dios recompensa a Jesús haciéndole escuchar su voz: “Este es mi hijo querido”, pero después que Jesús ha hecho un camino largo de oración, un camino difícil.
¿Qué tiempo le doy a la oración?, ¿cómo hago oración?
Lo mismo que le pasó a Jesús, el espíritu del mal no quiere que entremos en oración y despliega todas sus ofertas, el todo por el todo, con todas sus armas. Lo hizo con Jesús ¿cómo no lo va ha hacer con nosotros?
Pero Jesús sabía lo que quería y apela a la Escritura, a la Escritura que también tenemos nosotros, a la Biblia, a la Palabra de Dios. Y vence. Vence y así recibe el consuelo del Padre, con todo el corazón abierto al Espíritu de Dios, por la oración, por este deseo de comunicación con el Padre; por esta relación estrecha con el Padre, de modo que los dos viven de ese amor. Y así nosotros tenemos hoy en el corazón del Señor el Espíritu de vida en el amor, ese Espíritu de misericordia, de compasión, de gozo. Eso es lo que necesitamos para nuestra vida y también para poder salir hacia los otros y poder compartir con los otros la alegría de la fe, la alegría de la vida en el Espíritu.
Sabemos que todo esto está en el corazón del Señor porque descendió sobre él el Espíritu Santo. Y sabemos cómo encontrarlo, como llegar al Señor, a través del desierto de la oración.
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