lunes, 1 de junio de 2015

Maestro Eckhart (místico medieval) Sermón Va


SERMÓN V a[30]
In hoc apparuit charitas dei in nobis, quoniam filium suum unigenitum misit deus in mundum ut vivamos per eum.

Dice San Juan: «En esto se nos ha manifestado el amor de Dios: en que ha enviado al mundo a su Hijo para que vivamos por Él» (1 Juan 4, 9) y con Él, y de esta manera nuestra naturaleza humana se halla inconmensurablemente enaltecida por el hecho de que el Altísimo haya llegado, adoptando la naturaleza humana.

Dice un maestro: Cuando pienso en el hecho de que nuestra naturaleza está enaltecida por sobre las criaturas y sentada en el cielo por encima de los ángeles, siendo adorada por ellos, he de regocijarme en lo más íntimo de mi corazón, pues Jesucristo, mi querido Señor, me ha dado por propiedad todo cuanto Él posee en sí mismo. Él [=el maestro][31] dice también que el Padre con todo cuanto alguna vez le ha dado a su Hijo Jesucristo en su naturaleza humana, antes bien me miró a mí, amándome más a mí que a Él y dándomelo a mí antes que a Él. ¿Cómo es esto? Se lo dio por amor de mí porque me hacía falta. Por eso, con cuanto le dio, pensó también en mí y me lo dio al igual que a Él; no hago ninguna excepción de nada, ni de unión ni de santidad de la divinidad ni de cosa alguna. Todo cuanto, en algún momento, le dio a Él en [su] naturaleza humana, no me resulta ni más extraño ni más distante que a Él. Pues Dios no puede dar poca cosa; tiene que dar todo o nada. Su don es completamente simple y perfecto sin división, y no en el tiempo sino todo en la eternidad; y tenedlo por tan seguro como el hecho de que vivo: si hemos de recibir de Él en la manera señalada, debemos estar en la eternidad, elevados por encima del tiempo. En la eternidad todas las cosas están presentes. Lo que está por encima de mí, se me halla tan cerca y tan presente como aquello que tengo conmigo aquí; y allí recibiremos de Dios lo que Él nos ha destinado. Dios tampoco conoce nada fuera de sí, sino que su mirada sólo está dirigida hacia Él mismo. Lo que ve, lo ve todo en Él. Por eso, Dios no nos ve cuando estamos en pecado. De ahí: Dios nos conoce en la medida en que estemos dentro de Él, es decir, en cuanto estemos sin pecado. Y todas las obras hechas por Nuestro Señor en cualquier momento, me las ha dado a mí como propias en forma tal que son para mí no menos dignas de recompensa que mis propias obras que hago yo. Entonces, como toda su nobleza nos pertenece y se nos acerca en igual medida a mí como a Él ¿por qué no recibimos lo mismo? ¡Ah, comprendedlo! Si uno pretende recibir esa donación de modo que reciba ese bien en la misma medida, así como la naturaleza humana y universal que está igualmente cerca de todos los hombres, entonces —así como en la naturaleza humana no hay nada extraño ni cosa más lejana o más cercana—, así es necesario que tú te encuentres en unión con los hombres de manera equidistante, no más cerca de ti mismo que de otra persona. Has de amar y estimar y considerar a todos los hombres como iguales a ti mismo; lo que sucede a otro, sea malo o bueno, debe ser para ti como si te sucediera a ti mismo.

Ahora bien, el segundo significado es éste: «Lo ha enviado al mundo». Entendamos pues, que se trata del gran mundo en cuyo interior miran los ángeles. ¿Cómo hemos de ser? Debemos estar allí con nuestro amor íntegro y con todo nuestro anhelo, según dice San Agustín[32]: En aquello que el hombre ama, se transforma con el amor. ¿Hemos de decir, pues: Cuando el hombre ama a Dios se transforma en dios? Esto suena a incredulidad. En el amor que brinda un hombre no hay dos sino sólo uno y unión, y en el amor, antes que hallarme en mí mismo, soy más bien dios. Dice el profeta: «He dicho que sois dioses e hijos del Altísimo» (Salmo 81, 6). Suena extraño [cuando se dice] que el hombre de tal manera puede llegar a ser dios en el amor; sin embargo, es verdad dentro de la verdad eterna. Nuestro Señor Jesucristo poseía esta [unión][33].

«Lo ha enviado al mundo.» En una de sus acepciones «mundum» significa «puro». ¡Prestad atención! Dios no tiene ningún lugar más propio que un corazón puro y un alma pura; allí el Padre engendra a su Hijo, tal como lo engendra en la eternidad, ni más ni menos. ¿Qué es un corazón puro? Es puro aquel que se halla apartado y separado de todas las criaturas, porque todas las criaturas ensucian ya que son [una] nada; pues [la] nada es una carencia y ensucia al alma. Todas las criaturas son pura nada; ni los ángeles ni las criaturas son algo. Agarran todo en todo y [lo] ensucian porque están hechos de la nada; son y fueron nada. Lo que les repugna a todas las criaturas y les produce disgusto, es [la] nada. Si yo colocara un carbón ardiente en mi mano, me dolería. Esto se debe solamente al «no», y si estuviéramos libres del «no», no seríamos impuros.

Luego, «vivimos en Él» con Él. No hay nada que se apetezca tanto como la vida. ¿Qué es mi vida? Lo que, desde dentro es movido por sí mismo. Aquello que es movido desde fuera, no vive. Si vivimos, pues, con Él, debemos cooperar también con Él desde dentro, de modo que no obremos desde fuera, sino que hemos de ser movidos por aquello que nos hace vivir, es decir: por Él. [Mas] podemos y debemos obrar desde dentro con lo nuestro propio. Si hemos de vivir, pues, en Él y por Él, Él debe pertenecernos y nosotros tenemos que obrar con lo nuestro propio. Así como Dios obra todas las cosas con lo suyo y por sí mismo, así debemos obrar también con lo nuestro que es Él dentro de nosotros. Él nos pertenece completamente y en Él todas las cosas nos pertenecen. Todo cuanto poseen todos los ángeles y todos los santos y Nuestra Señora, lo poseo yo en Él y no me resulta más extraño ni más alejado que lo que tengo yo mismo. En Él poseo todas las cosas de igual manera; y si hemos de llegar a esta posesión [de modo] que todas las cosas nos pertenezcan, debemos aprehenderlo de igual manera en todas las cosas, en una no más que en otra, porque Él es igual en todas las cosas.

Uno se encuentra con gente a la que gusta Dios de una manera, pero de otra no, y se empeñan en poseer a Dios sólo en una forma de devoción y en otra no. Lo dejo pasar, pero es todo un error. Quien ha de tomar a Dios de manera correcta, debe tomarlo de igual modo en todas las cosas, en [la] aflicción como en [el] bienestar, en [el] llanto como en [la] alegría; en todo debe ser el mismo para ti. Si tú no tienes devoción ni fervor, sin haberlo provocado por un pecado mortal, y deseas tener devoción y fervor, y, si entonces crees que justamente por no tener devoción ni fervor, tampoco tienes a Dios [y] ello te da pena, precisamente esto es, en ese momento, [tu] devoción y fervor. Por lo tanto no debéis insistir en ningún modo, porque Dios no es en absoluto ni esto ni aquello. De ahí que aquellos que tomen a Dios de la manera descrita, proceden mal con Él. Toman el modo, pero no a Dios. Por ende recordad esta palabra: Debéis pensar puramente en Dios y buscarlo a Él. Cualquiera que sea luego el modo resultante, ¡contentaos con él! Pues vuestra intención ha de estar dirigida puramente hacia Dios y a ninguna otra cosa. [Luego] estará bien lo que os guste o no os guste, y sabed que otra cosa estaría completamente mal. Quienes pretenden tener muchos modos, empujan a Dios por debajo de un banco. Ya sean llantos o suspiros o muchas otras cosas por el estilo: todo esto no es Dios. Si os sucede, aceptadlo y contentaos; si no sucede, contentaos lo mismo y tomad lo que Dios os quiere dar en ese momento y conservad siempre un humilde aniquilamiento y el rebajamiento [de vosotros mismos]. Y en todo momento ha de pareceros que sois indignos de [recibir] cualquier bien que Dios podría haceros si quisiera. Así hemos interpretado pues, la palabra escrita por San Juan: «En esto se nos ha manifestado a nosotros el amor de Dios». Si fuéramos así, este bien se manifestaría dentro de nosotros. La culpa de que esté escondido para nosotros no la tiene nadie más que nosotros. Somos la causa de todos nuestros impedimentos. Cuídate de ti mismo y te has cuidado bien. Y si resulta que no queremos tomarlo, Él nos ha escogido para ello, [sin embargo]. Si no lo tomamos, habremos de arrepentimos y sufriremos gran reprimenda. La culpa de que no lleguemos adonde, se recibe este bien, no la tiene Él, sino nosotros.

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