In hoc apparuit charitas dei in nobis, quoniam filium suum unigenitum misit
deus in mundum ut vivamos per eum.
Dice San Juan: «En esto se nos ha manifestado el amor de Dios: en
que ha enviado al mundo a su Hijo para que vivamos por Él» (1 Juan 4, 9) y con
Él, y de esta manera nuestra naturaleza humana se halla inconmensurablemente
enaltecida por el hecho de que el Altísimo haya llegado, adoptando la
naturaleza humana.
Dice un maestro: Cuando pienso en el hecho de que nuestra naturaleza
está enaltecida por sobre las criaturas y sentada en el cielo por encima de los
ángeles, siendo adorada por ellos, he de regocijarme en lo más íntimo de mi
corazón, pues Jesucristo, mi querido Señor, me ha dado por propiedad todo
cuanto Él posee en sí mismo. Él [=el maestro][31]
dice también que el Padre con todo cuanto alguna vez le ha dado a su Hijo
Jesucristo en su naturaleza humana, antes bien me miró a mí, amándome más a mí
que a Él y dándomelo a mí antes que a Él. ¿Cómo es esto? Se lo dio por amor de
mí porque me hacía falta. Por eso, con cuanto le dio, pensó también en mí y me
lo dio al igual que a Él; no hago ninguna excepción de nada, ni de unión ni de
santidad de la divinidad ni de cosa alguna. Todo cuanto, en algún momento, le
dio a Él en [su] naturaleza humana, no me resulta ni más extraño ni más
distante que a Él. Pues Dios no puede dar poca cosa; tiene que dar todo o nada.
Su don es completamente simple y perfecto sin división, y no en el tiempo sino
todo en la eternidad; y tenedlo por tan seguro como el hecho de que vivo: si
hemos de recibir de Él en la manera señalada, debemos estar en la eternidad,
elevados por encima del tiempo. En la eternidad todas las cosas están
presentes. Lo que está por encima de mí, se me halla tan cerca y tan presente
como aquello que tengo conmigo aquí; y allí recibiremos de Dios lo que Él nos
ha destinado. Dios tampoco conoce nada fuera de sí, sino que su mirada sólo
está dirigida hacia Él mismo. Lo que ve, lo ve todo en Él. Por eso, Dios no nos
ve cuando estamos en pecado. De ahí: Dios nos conoce en la medida en que
estemos dentro de Él, es decir, en cuanto estemos sin pecado. Y todas las obras
hechas por Nuestro Señor en cualquier momento, me las ha dado a mí como propias
en forma tal que son para mí no menos dignas de recompensa que mis propias
obras que hago yo. Entonces, como toda su nobleza nos pertenece y se nos acerca
en igual medida a mí como a Él ¿por qué no recibimos lo mismo? ¡Ah,
comprendedlo! Si uno pretende recibir esa donación de modo que reciba ese bien
en la misma medida, así como la naturaleza humana y universal que está igualmente
cerca de todos los hombres, entonces —así como en la naturaleza humana no hay
nada extraño ni cosa más lejana o más cercana—, así es necesario que tú te
encuentres en unión con los hombres de manera equidistante, no más cerca de ti
mismo que de otra persona. Has de amar y estimar y considerar a todos los
hombres como iguales a ti mismo; lo que sucede a otro, sea malo o bueno, debe
ser para ti como si te sucediera a ti mismo.
Ahora bien, el segundo significado es éste: «Lo ha enviado al mundo».
Entendamos pues, que se trata del gran mundo en cuyo interior miran los
ángeles. ¿Cómo hemos de ser? Debemos estar allí con nuestro amor íntegro y con
todo nuestro anhelo, según dice San Agustín[32]:
En aquello que el hombre ama, se transforma con el amor. ¿Hemos de decir,
pues: Cuando el hombre ama a Dios se transforma en dios? Esto suena a
incredulidad. En el amor que brinda un hombre no hay dos sino sólo uno y unión,
y en el amor, antes que hallarme en mí mismo, soy más bien dios. Dice el profeta:
«He dicho que sois dioses e hijos del Altísimo» (Salmo 81, 6). Suena
extraño [cuando se dice] que el hombre de tal manera puede llegar a ser dios en
el amor; sin embargo, es verdad dentro de la verdad eterna. Nuestro Señor
Jesucristo poseía esta [unión][33].
«Lo ha enviado al mundo.» En una de sus acepciones «mundum» significa
«puro». ¡Prestad atención! Dios no tiene ningún lugar más propio que un corazón
puro y un alma pura; allí el Padre engendra a su Hijo, tal como lo engendra en
la eternidad, ni más ni menos. ¿Qué es un corazón puro? Es puro aquel que se
halla apartado y separado de todas las criaturas, porque todas las criaturas
ensucian ya que son [una] nada; pues [la] nada es una carencia y ensucia al
alma. Todas las criaturas son pura nada; ni los ángeles ni las criaturas son
algo. Agarran todo en todo y [lo] ensucian porque están hechos de la nada; son
y fueron nada. Lo que les repugna a todas las criaturas y les produce disgusto,
es [la] nada. Si yo colocara un carbón ardiente en mi mano, me dolería. Esto se
debe solamente al «no», y si estuviéramos libres del «no», no seríamos impuros.
Luego, «vivimos en Él» con Él. No hay nada que se apetezca tanto como la
vida. ¿Qué es mi vida? Lo que, desde dentro es movido por sí mismo. Aquello que
es movido desde fuera, no vive. Si vivimos, pues, con Él, debemos cooperar
también con Él desde dentro, de modo que no obremos desde fuera, sino que hemos
de ser movidos por aquello que nos hace vivir, es decir: por Él. [Mas] podemos
y debemos obrar desde dentro con lo nuestro propio. Si hemos de vivir, pues, en
Él y por Él, Él debe pertenecernos y nosotros tenemos que obrar con lo nuestro
propio. Así como Dios obra todas las cosas con lo suyo y por sí mismo, así
debemos obrar también con lo nuestro que es Él dentro de nosotros. Él nos
pertenece completamente y en Él todas las cosas nos pertenecen. Todo cuanto
poseen todos los ángeles y todos los santos y Nuestra Señora, lo poseo yo en Él
y no me resulta más extraño ni más alejado que lo que tengo yo mismo. En Él
poseo todas las cosas de igual manera; y si hemos de llegar a esta posesión [de
modo] que todas las cosas nos pertenezcan, debemos aprehenderlo de igual manera
en todas las cosas, en una no más que en otra, porque Él es igual en todas las
cosas.
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