HIC-HOC
Hemos acabado los días de la
navidad, año nuevo y reyes. Y cada uno sabe bien cómo se han resuelto aquellas
tres cuestiones que aquí dejé constatadas: que cuántas personas nos íbamos
a juntar, que cuándo nos íbamos a juntar y que dónde nos juntaríamos. Todo ha
pasado y cada uno sabe bien las historias que se han vivido. Ojalá que no haya
habido secuelas. Alguna sí hubo, es posible, y aún colea...
Después de estos días
complicados el cosmos sigue, sale el sol, viaja la luna de fase en fase,
amanece y atardece... Y la pandemia continúa; el virus no descansa, ni con
hielos, ni con vientos, ni con nieves; él escribe su siniestra historia para
desgracia de la inmensa mayoría de los vivientes y para regocijo de unos pocos
que se van lucrando en el anonimato de las altísimas esferas del poder nunca
compartido.
Después de estos días hay
otra realidad que permanece o pasa, va y viene... Esta realidad es ese vivir
como cristiano o ese otro vivir como católico. Y qué bien suelen tener en estos
días uno y otro, católico y cristiano, sus plásticas expresiones existenciales.
Parece que pueden ser iguales y no es cierto. Lo católico me habla de un
sistema organizado, de una religión establecida, ordenada y sometida a unos
patrones de credos y prácticas que se dice hunden sus raíces en las aguas sanas
del Evangelio. Ser católico es atreverse a obedecer tales credos y prácticas
fijadas, reguladas, canonizadas.
En cambio, lo cristiano
es otra realidad jamás sometida a una estructura por tratarse sobre todo de una
experiencia, de un camino poco previsible y que también hunde sus raíces en las
mismas aguas sanas del Evangelio y sólo desde él se comprende, se
actualiza y se imagina el modo y manera de hacer vivo ese camino que fue Jesús
de Nazaret.
Pensaba en estas cosas
mientras me perdía en las meditaciones del relato del Evangelio de Juan para
este domingo del 17 de enero. Cuenta este Evangelista que su Jesús de Nazaret
invitó a dos personas a visitar su casa. La casa de Jesús. Y en estas idas y
venidas, que suele ser toda meditación, se me hicieron mágicamente presentes
dos sencillas palabras latinas: Hic, Hoc. Escritas juntas (HicHoc, HikHok) me
pueden evocar plataformas informáticas de nuevas redes sociales de novísimos
centros de investigación tecnológica. Pero no...
El término latino 'Hic'
significa 'Aquí', como se puede ver escrito en la pequeña capilla de la inmensa
basílica de la Natividad en Belén: 'Aquí nació...' En ese HIC-AQUÍ de Belén,
¿estuvo realmente la primera casa de Jesús de Nazaret? La realidad católica dirá
que sí. La realidad cristiana dirá que 'probablemente no'. Y ambas realidades
creen interpretar bien el Evangelio.
El término latino 'Hoc'
significa 'Esto', como se puede escuchar en cada misa o eucaristía de labios
del sacerdote celebrante cuando se procede a la consagración del pan. 'Esto es
mi Cuerpo...' Aún existen celebraciones de la santa misa en latín
según el ritual tridentino en las que se escucha perfectamente
el 'HOC est...' Al parecer, estas palabras sólo las puede decir 'en verdad' el
ministro consagrado con el orden sacerdotal. ¿Esto es real y verdaderamente el
cuerpo de Jesús de Nazaret? La realidad católica dirá que sí. La realidad
cristiana dirá que 'probablemente no'. Y ambas realidades creen interpretar
bien el Evangelio...
Me imagino en mis
meditaciones que 'Aquí está la casa de Jesús' o que 'Esto es la casa de Jesús
de Nazaret'. Justamente aquella a la que el propio Jesús invita a Andrés y su
acompañante según el texto del Evangelista Juan. 'Aquella casa de Jesús de
Nazaret' se me acerca y se me aleja como la ola de la mar a mi orilla de la
playa. Y en cada visita no dejo de recordar como experiencia cristiana de
profundas raíces evangélicas que esta 'casa de Jesús' se ubica, como me dice
Mateo 18,20, donde dos o más están; o, como me dice Juan 13,35, donde las
personas se aman; o, como dice Marcos 10,44-45, donde las personas se abajan
para levantar a los abajados; o, por fin, como dice Lucas 17,20-21, en los
adentros de cada persona.
Los cuatro Evangelistas me
gritan desde el silencio de sus testimonios escritos que aquel Jesús de Nazaret
vive y no es difícil saber dónde, cómo y con quiénes.
A continuación se encuentra
el comentario al texto de Juan 1,35-42 y el comentario de los Cinco Minutos de
Educar hoy del mes de abril de 2009.
Domingo 2º del Tiempo Ordinario B (17.01.2021): Juan 1,35-42.
La casa de Jesús es su único mandamiento. Lo escribo CONTIGO,
Todo cuanto se cuenta sobre Jesús de Nazaret en este relato de
Juan 1,35-42 sucede sólo en uno de los tres días exactos y
explícitamente contabilizados por la mano narradora en su texto completo de Juan
1,29-51. Invito a que se lean las tres expresiones “Al día siguiente” en
1,19 y en 1,35 y en 1,43. En estos tres días, este Evangelista, se las ingenió
para contar la vida de su Jesús de Nazaret, porque ‘después de tres días’
resucitó (Juan 2,1-11).
Me hubiera encantado haber tenido la experiencia de haber
visto, oído y hablado con este Evangelista sobre los asuntos que cuenta, aquí y
así, a propósito de la vida de su Jesús de Nazaret. Quisiera contarle, por
constatar mis equivocaciones, que cuanto leo en su relato desde el comienzo del
capítulo segundo hasta el final de su Evangelio es la proclamación más completa
y mejor expresada de la divinización de un hombre. ¿A qué persona de los libros
del llamado Nuevo Testamento se le llama ‘YO SOY’, como a Yavé Dios, no una
vez, sino siete; y hasta doce? Pero en este domingo de enero se nos proclama
una curiosa ‘biografía’ de Jesús.
La autoridad de la liturgia vaticana parece desear que sólo
nos leamos uno de los tres días de la totalidad de la vida e historia del Jesús
de Nazaret del cuarto Evangelio. El narrador de esta historia llama
repetitivamente, seis veces, ‘Jesús’ a su Jesús de Nazaret
(1,36.37.38.40.42). En cambio, Juan el Bautista lo llama ‘Cordero de Dios’
(1,36); y también un tal Andrés y otro tal desconocido, ambos discípulos de
Juan el Bautista, lo llaman primero ‘Rabbí-Maestro-Rabino’ (1,38) y un
poco más tarde lo llaman también ‘Mesías-Cristo’, el Ungido-Elegido.
Y subrayo otro dato nada pequeño o sin importancia. Este
narrador nos cuenta que aquel Juan bautizador tenía dos discípulos. Andrés, el
hombre, el fuerte, y otro que ya desde ahora es un tal Anónimo o Anónima como
el discípulo Amado que aparece cinco veces en Juan 13-21. Estas dos personas
son las primeras seguidoras del Jesús de Nazaret del cuarto Evangelio. Ni
Pedro, ni otras mujeres. El primer seguidor es Andrés. Pedro será, desde ahora
mismo y en este relato del cuarto Evangelio, ‘el Piedra’. ¿Por su cabeza dura?
Probablemente, me digo.
Todas estas cuestiones sólo las sabemos porque sólo nos la ha
contado este narrador, que escribió su Evangelio en la última década del siglo
primero, más de sesenta años después de la condena, crucifixión y sepultamiento
del laico y galileo Jesús. Y después de tanto tiempo transcurrido no olvidó que
fuera la hora décima de aquel día cuando sucedió aquel encuentro.
Visualizo en mi memoria ahora las personas de estos hechos:
Juan, Jesús, Andrés y Pedro. Cuatro y una más que es discípula de Juan,
acompañante de Andrés y seguidora de Jesús. Esta quinta persona sin nombre me
llama la atención poderosamente. En la literatura, o teología, de la Biblia
toda persona sin nombre suele ser una mujer, un marginado o un desposeído.
¿Qué buscáis? ¿Dónde vives? Venid y lo veréis... Dos
preguntas de aquellos dos seguidores de Juan que decidieron convertirse en
seguidores de Jesús. Y una afirmación clara por parte de Jesús. Son las
primeras palabras que este Evangelista pone en boca de su Jesús de Nazaret.
¿Dónde está, cuál y cómo es la casa de este Jesús? ¿Lo dice Juan 13? Sí. Carmelo
Bueno Heras.
CINCO MINUTOS con la Biblia entre las manos.
Domingo 8º: 17.01.2021. Después de comentar los cuatro
Evangelios y Hechos ¡completos!...: LA CASA DE JESÚS
“Es urgente que los cristianos se reúnan
en pequeños grupos para aprender a vivir al estilo de Jesús escuchando juntos
el evangelio. Él es más atractivo y creíble que todos nosotros. Puede engendrar
nuevos seguidores, pues enseña a vivir de manera diferente e interesante”.
El autor de estas frases es J. A. Pagola. Ignoro si están publicadas en alguno
de sus libros. Sólo sé que ellas concluyen el breve comentario “del texto de
Juan 1,35-42, leído en la eucaristía del pasado 18 de enero.
Desde entonces, he releído y compartido este
mensaje con muchísimas personas y en ámbitos muy diferentes, porque en él
encuentro definida y expresada mi tarea habitual (la que alimenta mi fe,
mantiene mi vida y hasta me da de comer) que no es otra que enseñar-aprender a
leer la Biblia, como ya conocen bien muchos lectores. El asunto que propone
Pagola puede quedar en mero “asuntillo” para muchos que solo leen de pasada o
por consumo. Esta cosa de “escuchar juntos el evangelio” es algo urgente,
precisamente, porque no se suele hacer y porque pertenece al fundamento y raíz
de la identidad cristiana. Sin este “escuchar juntos el evangelio”, ¿sirve de
algo estar bautizado y comulgado desde niño?, ¿o confirmado, casado y enviado?
Pagola está hablando, evidentemente, de la
Palabra de Dios, del Evangelio, pero no sólo de ello, sino también de la
pastoral evangelizadora de los cristianos y con los que se dicen cristianos:
“que los cristianos se reúnan en pequeños grupos para aprender a vivir…
escuchando juntos”. ¿Qué es un pequeño grupo? ¿Unas doce personas? ¿Quién
convoca pequeños grupos, quién los anima? ¿Dónde se reúnen, cuándo, con qué
programa de contenidos bíblicos y con qué metodología?
En síntesis, ¿nos plantearíamos ahora estas
preguntas si esto de “escuchar juntos el evangelio” fuera, desde hace siglos,
el octavo sacramento de nuestra iglesia? Apuesta Pagola por esta pastoral “del
pequeño grupo que escucha el evangelio” después de haber constatado,
explícitamente, que “nuestras iglesias no tienen capacidad para engendrar
nuevos creyentes. Que nuestra palabra ya no resulta atractiva ni creíble”.
Llegados a este punto, ¿no sería oportuno
releer el texto de Juan 1,35-42, que es el centro de 1,29-51? Encontramos aquí
tres breves relatos que comienzan con la anáfora “al día siguiente”. En la
anáfora central, Andrés y su acompañante preguntan a Jesús: ¿Dónde vives,
maestro? Y éste responde: Venid y lo veréis. Y por más que el lector se empeñe
en investigar, nunca encontrará una descripción del lugar, de la casa, donde
Jesús vivía. ¿Cómo era, dónde estaba, qué había en ella? ¡Nos gustaría tanto
conocer con pelos y señales estas cosas…!
Probablemente, el evangelista está evocando no una ‘casa
física’, sino de otro tipo: ‘teológica’ quizá. Se trata de la casa donde Jesús
vive, en la que acoge al que llama, en la que habla al que escucha, en la que
come con quien se sienta a su mesa… Creo que el escritor se está refiriendo a
la ‘casa’ de su Evangelio escrito. Y, por extensión, nos atreveríamos a decir
ahora que la casa de Jesús es cada uno de los cuatro Evangelios y la Palabra de
la Escritura, la Biblia, que los pequeños grupos ponen como “libro de texto”
para aprender a vivir con Él y como Él. Carmelo Bueno Heras, Educar hoy 117 (abril
2009)
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