¿Por qué llegamos a Jair Bolsonaro?
Una disquisición histórico-filosófica sobre nuestra barbarie
2021-01-05
Hay un sinnúmero de excelentes análisis del anti-fenómeno
Jair Messias Bolsonaro, predominando los de tipo sociológico, histórico y
económico. Creo que debemos cavar más profondo para captar la irrupción de este
Negativo en nuestra historia.
La
reflexión occidental, debido a los límites culturales de nuestro arraigado
individualismo, apenas ha desarrollado categorías analíticas para analizar
totalidades históricas. La Filosofía de la Historia de Hegel está llena
de prejuicios, incluso sobre Brasil, y tiene pocas categorías aprovechables.
Arnold Toynbee, en sus 10 volúmenes sobre la historia del mundo, trabaja con un
esquema fértil pero limitado: desafío y respuesta (challenge and response),
con el inconveniente de no dar relevancia a los conflictos de todo tipo
inherentes a la historia. La Escuela Francesa de los Annales, en sus
variaciones (Lefbre, Braudel, Le Goff) incluía varias ciencias pero no nos
ofreció una lectura de la historia en su conjunto. No dejan de ser inspiradoras
las categorías desarrolladas por Ortega y Gasset en su famoso estudio sobre los
Esquemas de las crisis y Otros ensayos (1942).
Tenemos
que tratar de pensar por nosotros mismos y preguntarnos con una actitud
filosofante, es decir, que busca causas más profundas que las meramente analíticas
de los científicos: ¿por qué en Brasil ha llegado a jefe de Estado este
siniestro personaje histórico, que desafía cualquier comprensión psicológica,
ética y política?
Debemos
decir de antemano que todo lo que existe no es fortuito, porque es el fruto de
algo preexistente, de larga duración, que corresponde dilucidar a la razón.
Además, hay que pensar siempre de forma dialéctica: junto a lo negativo y las
sombras, acompañan siempre las dimensiones positivas y portadoras de alguna
luz. No se nos concede tener sólo luz o tinieblas. Todas las realidades son
crepusculares, mezclando luces y sombras. Pero nuestro enfoque en esta
reflexión está en las sombras, porque son las que nos causan problemas.
Voy
a echar mano de algunas categorías: las sombras reprimidas, la teoría del caos
destructivo y generativo, la comprensión transpersonal del karma en el diálogo
entre Toynbee y el filósofo japonés Daisaku Ikeda, y los principios de thanatos
y eros, asociados a la condición humana de sapiens y simultáneamente
demens.
Las
cuatro sombras reprimidas por la conciencia colectiva
La
conciencia brasileña está dominada por cuatro sombras que nunca hasta hoy han
sido reconocidas e integradas. Entiendo la categoría “sombra” en el sentido
psicoanalítico de la escuela de C.G. Jung y sus discípulos, que la convirtieron
en una categoría ampliamente aceptada por otras escuelas. La sombra sería los
contenidos oscuros y negativos que una cultura con su consciente/inconsciente
colectivo se niega a asimilar y por lo tanto reprime y se esfuerza por
alejarlos de la memoria colectiva. Esa represión impide un proceso coherente y
sostenido de individuación nacional.
La
primera que aparece es la sombra del genocidio indígena. Según Darcy
Ribeiro, habría inicialmente una población de unos 5-6 millones de indígenas
con cientos de lenguas, hecho único en la historia del mundo. Fueron
prácticamente diezmados. Quedan los actuales 900.000. Recordemos las masacres
de Mem de Sá del 31 de mayo de 1580, que liquidó a los Tupiniquim de la Capitanía
de Ilhéus. Durante un kilómetro y medio a lo largo de la playa a pocos metros
de distancia unos de otros yacían cientos de cuerpos de indígenas asesinados,
relatados como gloria al rey de Portugal.
Peor
aún fue la guerra declarada oficialmente por D. João VI, apenas llegado a
Brasil huyendo de las tropas de Napoleón, que diezmó a los Botocudos (Krenak)
en el valle del Río Doce, porque pensó que eran incivilizables e
incatequizables. Esta guerra oficial manchará para siempre la memoria nacional.
Ailton Krenak, cuyos ancestros sobrevivieron, nos recuerda esta vergonzosa
guerra oficial de un emperador despiadado, considerado bueno.
El
gobierno actual, de una ignorancia supina en antropología, considera a los
pueblos indígenas originales como subhumanos, que deben ser forzados a entrar
en nuestros códigos culturales para ser humanos y civilizados. El descuido que
ha mostrado ante sus reservas invadidas y su abandono ante la Covid-19 roza el
genocidio, y es susceptible de ser llevado a la Corte Penal Internacional por
crímenes contra la Humanidad.
La
segunda sombra es nuestro pasado colonial. No hubo un descubrimiento de
Brasil sino una invasión pura y simple, destruyendo el idilio pacífico inicial
descrito por Pero Vaz de Caminha. Se produjo un encuentro profundamente
desigual de civilizaciones. Pronto comenzó el proceso de ocupación y violencia
debido a las riquezas de aquí. Todo proceso colonialista es violento. Implica
invadir tierras, someter a los pueblos, obligarlos a hablar el idioma del invasor,
incorporar sus formas de organización social y la completa sumisión
deshumanizadora de los dominados. De este proceso de sumisión surgió el
complejo del mestizo, pensando que sólo es bueno lo que viene de afuera o de
arriba, inclinar siempre la cabeza y abandonar cualquier veleidad de autonomía
y de proyecto propio.
La
mentalidad de muchos de los estratos dirigentes todavía se considera en cierta
forma coloniales, por mimetizar los estilos de vida y asumir los valores de sus
patronos, que han ido variando a lo largo de nuestra historia. Hoy es una
expresión humillante para toda la nación que el actual jefe de Estado haga un
viaje especial a los Estados Unidos, salude a la bandera norteamericana y
preste un rito explícito de vasallaje al presidente Donald Trump, extravagante,
egocéntrico y considerado por notables analistas estadounidenses como el más
estúpido de la historia política de ese país.
La
tercera sombra, la más perversa de todas, es la de la esclavitud, nuestra
verdadera barbarie. El escritor e historiador Laurentino Gomes, en sus dos
volúmenes sobre La Esclavitud (2019/2020) nos cuenta el infierno de este
proceso de inhumanidad. Brasil fue campeón de la esclavitud. Solo él importó, a
partir de 1538, unos 4,9 millones de africanos que fueron esclavizados aquí. De
los 36 mil viajes transatlánticos, 14.910 fueron destinados a puertos
brasileños.
Estas
personas esclavizadas eran tratadas como mercancía y llamadas “piezas”. Lo
primero que hacía el comprador para “domesticarlos y disciplinarlos” era
castigarlos, “que haya azotes, que haya cadenas y grilletes”. La historia de la
esclavitud ha sido escrita por la mano blanca, presentándola como blanda,
cuando en realidad fue crudelísima y se prolonga hoy en día contra la población
negra, mulata (54,4% de la población) y pobre, como ha demostrado
irrefutablemente Jessé Souza en La élite del atraso: de la esclavitud a
Bolsonaro (2020). Una vez que la esclavitud fue abolida en 1888, no se les
dio ninguna compensación, fueron dejados al dios-dará y hoy en día constituyen
la mayoría de las favelas. Nunca se les reconoció la más mínima humanidad. La
clase dominante transfirió a ellos su odio hacia los esclavos, se acostumbró a
humillarlos, a ofenderlos hasta que perdieron su sentido de dignidad.
Esa
sombra pesa enormemente en la conciencia colectiva y es la más reprimida, con
la afirmación mentirosa de que aquí no hay racismo ni discriminación. En el
gobierno eso ha sido desenmascarado por la violencia sistemática contra esta
población, estimulada por el propio jefe de Estado que ha mantenido una
política necrófila. Esta sombra por su inhumanidad inspiró a personas
sensibles, como el poeta Castro Alvez. Resonarán para siempre sus versos en Vozes
d’Africa:
“Oh
Dios, ¿dónde estás que no respondes? ¿En qué mundo, en qué estrella te escondes
/ embozado en los cielos? Hace dos mil años te mandé mi grito / que en balde,
desde entonces, recorre el infinito… /¿Dónde estás, Señor Dios?” . Este
grito sigue siendo hoy tan lacerante como entonces.
Jessé
Souza, en su obra ya mencionada, mostró de manera convincente cómo la clase
dominante, para impedir cualquier avance de las mayorías marginalizadas,
proyectó sobre ellas toda la carga de negatividades que acumuló frente a los
esclavos, esa “massa damnata”: exclusión, discriminación y verdadero odio que
nos asombra y revela niveles increíbles de deshumanización.
La
cuarta sombra es la constitución de un Brasil sólo para pocos. Raymundo
Faoro (Los dueños del poder) y el historiador y académico José Honório
Rodrigues (Conciliação e reforma no Brasil, 1982) nos han hablado de la
violencia con la que se trataba al pueblo para establecer un orden, fruto de la
conciliación entre las clases opulentas, siempre con exclusión intencionada del
pueblo.
José
Honório Rodrigues escribe: «La mayoría dominante siempre ha sido alienada,
antiprogresista, antinacional y no contemporánea. El liderazgo nunca se
reconcilió con el pueblo; le negó sus derechos, destruyó sus vidas, y tan
pronto como le vio crecer le negó poco a poco su aprobación, conspiró para
volverlos a poner en la periferia, el lugar que cree que les pertenece» (Reconciliação
e Reforma o Brasil, 1982, p.16). ¿No es eso exactamente lo que la mayoría
dominante y sus aliados hicieron con Dilma Rousseff primero y después con el
candidato Lula? Cambian las estrategias pero nunca sus propósitos de un Brasil
sólo para ellos.
Nunca
ha habido un proyecto nacional que incluyese a todos. Se proyectó siempre un
Brasil para pocos. Los demás que se fastidien. Así surgió no una nación, sino
que, como mostró detalladamente Luiz Gonzaga de Souza Lima en un libro que
seguramente será un clásico, A Refundação do Brasil: rumo a uma civilização
biocentrada (2011), fue fundada la Gran Empresa Brasil, internacionalizada
desde sus inicios, en función de atender a los mercados mundiales desde ayer
hasta los tiempos actuales. Así tenemos un Brasil profundamente escindido entre
unos pocos ricos y las grandes mayorías pobres, uno de los países más
desiguales del mundo, lo que significa, un país violento y lleno de injusticias
sociales. Machado de Assis ya había observado que hay dos Brasiles, el oficial
(este de pocos) y el real (de las grandes mayorías excluidas).
Una
sociedad montada sobre una bifurcación, sobre una injusticia social perversa,
nunca creará una cohesión interna que le permita saltar hacia formas de
convivencia más civilizadas. Aquí siempre imperó un capitalismo salvaje que
nunca consiguió ser civilizado. Y cuando los hijos e hijas de la pobreza
pudieron acumular una fuerza política básica suficiente para alcanzar el poder
central y satisfacer las demandas básicas de las poblaciones humilladas y
ofendidas, pronto los descendientes de la Casa Grande y la nueva
burguesía nacional se organizaron para hacer imposible este tipo de gobierno de
inclusión social. Le dieron un golpe vergonzoso, parlamentario, mediático y
jurídico, para así garantizar los niveles de acumulación considerados entre los
más altos del mundo y mantener a los pobres en el lugar que les corresponde, en
la periferia y en la marginalidad pobre y miserable.
El
escritor Luiz Fernando Veríssimo en un twitter del 6 de septiembre de 2020 lo
resumió bien: “El odio está en el DNA de la clase dominante brasileira, que
históricamente derriba, por las armas si fuera necesario, cualquier amenaza a
su dominio, sea cual sea su sigla”. Esta clase de ricos, que ni elite es porque
esta supone cierto cultivo de humanidad y de cultura, sustenta al actual
gobierno ultraderechista y fascistoide porque no les amenaza su forma abusiva
de acumulación; por el contrario, el ministro de Hacienda, Guedes, discípulo de
la escuela de Viena y de Chicago comparece como el gran demoledor de la
soberanía nacional. El presidente no sabe ni entiende nada de lo que puede ser
soberanía nacional.
El
caos destructivo y generativo
Otra
categoría que podría ayudarnos a entender mejor nuestra actual situación
sombría es la del caos en su doble función destructiva y constructiva.
Todo
comenzó con la observación de fenómenos aleatorios como la formación de nubes y
particularmente de lo que se vino a llamar el efecto mariposa (pequeñas
modificaciones iniciales, como el batir de alas de una mariposa en Brasil que
puede, al final, provocar una tempestad en Nueva York debido a la
interdependencia de todos los factores). Además de esto se tuvo la constatación
de la creciente complejidad que hay en la raíz de la emergencia de formas de
vida cada vez más altas (cf. J.Gleick, Caos: criação de uma nova ciência,1989).
El universo se originó de un tremendo caos inicial, la gran explosión.
La evolución se hizo y se hace para poner orden en este caos.
El
sentido originario es el siguiente: el caos posee una dimensión destructiva;
pone fin a un cierto tipo de orden que llegó a su clímax. Pero por detrás del
caos destructivo se esconden dimensiones constructivas de un nuevo orden. Y
viceversa, por detrás del orden se esconden dimensiones de caos de tal forma
que la realidad es dinámica y fluctuante siempre en busca de un equilibrio.
Ilya Progrine (1917-2993), premio Nobel de Química en 1977, estudió
particularmente las condiciones que permiten la emergencia de la vida. Según
este gran científico, siempre que existe un sistema abierto, siempre que hay
una situación de caos (lejos del equilibrio) y hay una no-linealidad de los
factores, la conectividad entre las partes genera un nuevo orden (cf. Order
out of Chaos,1984). En este contexto irrumpió la vida como un imperativo
cósmico.
Innegablemente
en Brasil estamos viviendo una situación de gravísimo caos. En el contexto de
la Covid-19 que está destruyendo casi 200 mil vidas, tenemos un Presidente
totalmente inoperante y sin preocupación con el destino cruel de su pueblo, un
negacionista con una estupidez y arrogancia propias de personas autoritarias
con señales de insania mental. Un jefe de Estado debe ser una persona de
síntesis (sim-bólico) y no de división (dia-bólico) y vivir personalmente las
virtudes éticas y cívicas que quiere ver en los ciudadanos. Este hace
exactamente lo contrario, incentiva odios, miente descaradamente y pierde
totalmente el sentido de la dignidad del cargo que ocupa.
Las
autoridades que tienen poder, como el Congreso Nacional, el MPF, el STF y
otras, se revelan negligentes, asistiendo inertes e irresponsables al genocidio
que está ocurriendo. Creo que la historia será implacable con las omisiones de
estas autoridades que muestran tanto desinterés con el destino de millones de
familias que lloran a sus muertos. El presidente actual cometió tantos actos de
grave irresponsabilidad que merecería jurídica y éticamente un impeachment
o una pura y simple destitución por un acuerdo de líderes apoyados por
multitudes en las calles.
Nos
consuela el hecho de que dentro de ese caos humanitario hay un orden más alto y
mejor. ¿Quién va a desentrañarlo y hacer que se supere el caos?
Necesitamos
conformar un frente amplio de fuerza progresistas y opuestas a las
privatizaciones y a la neocolonización del país para desentrañar el nuevo
orden, oculto en el caos actual, que quiere nacer. Tenemos que hacer ese parto
aunque sea doloroso. En caso contrario, continuaremos siendo rehenes y víctimas
de aquellos que siempre han pensado corporativamente sólo en sí, de espaldas y,
como ahora, contra el pueblo.
La
interpretación occidental del Karma transpersonal
Finalmente
voy a valerme de una categoría oriunda del Oriente, que releída a la luz de las
nuevas ciencias de la Tierra y de la vida nos puede aportar elementos
esclarecedores. Se trata de la categoría del Karma, objeto de un largo diálogo
de tres días entre el historiador Arnold Toynbee y el filósofo japonés Daisaku
Ikeda (cf. Elige la vida, Emecé. Buenos Aires, 2005).
Karma
es un término sánscrito que originalmente significa fuerza y movimiento,
concentrado en la palabra “acción” que provoca su correspondiente “re-acción”.
Una interpretación transpersonal parece importante, porque, como ya dije antes,
en Occidente no disponemos de categorías conceptuales que expliquen un sentido
de devenir histórico de toda una comunidad y de sus instituciones en sus
dimensiones positivas y negativas.
Cada
persona está marcada por las acciones que ha practicado en vida. Esta acción no
está restringida a la persona sino que connota a todo su ambiente. Es una
especie de cuenta corriente ética cuyo saldo cambia constantemente según las
buenas o malas acciones realizadas, es decir, los “créditos y débitos”. Incluso
después de la muerte, la persona, en la creencia budista, lleva esta cuenta en
los renacimientos que pueda tener, hasta conseguir que la cuenta negativa se
ponga a cero.
El
gran historiador y pensador Toynbee da otra versión, en el marco del paradigma
occidental, que me parece esclarecedora y nos ayuda a entender un poco también
nuestra historia. La historia se compone de redes relacionales en las que se
insertacada persona, ligada a las que le precedieron y con las que están
presentes. Hay un funcionamiento kármico en la historia de un pueblo y sus
instituciones según los niveles de bondad y justicia o de maldad e injusticia
que han producido a lo largo del tiempo. Así reflexionó Toynbee.
Esto
sería una especie de campo mórfico que permanecería impregnando todo. La
hipótesis de muchos renacimientos no es necesaria, como presupone la tradición
oriental, porque la red de vínculos garantiza la continuidad del destino de un
pueblo (p. 384). Las realidades kármicas impregnan las instituciones, los
paisajes, configuran a las personas y dejan sus huellas en la cultura de un
pueblo. Esta fuerza kármica actúa en los procesos socio-históricos, marcando
los eventos benéficos o maléficos. C.G. Jung en su psicología arquetípica había
notado de alguna manera este hecho.
Apliquemos
esta ley kármica a nuestra situación bajo la nefasta regencia de Bolsonaro. No
será difícil reconocer que tenemos un karma muy pesado, a gran escala, derivado
del genocidio indígena, de la sobreexplotación de la fuerza del trabajo
esclavo, de la colonización depredadora, de las injusticias perpetradas contra
gran parte de la población, negra, mestiza y pobre a causa de la burguesía
adinerada e insensible, arrojada en la periferia, con familias destruidas y
erosionadas por el hambre y las enfermedades.
Tanto
Toynbee como Ikeda concuerdan en esto: la sociedad moderna (nosotros
incluidos) sólo puede ser curada de su carga kármica a través de una revolución
espiritual en el corazón y en la mente (p. 159), en la línea de la justicia
compensatoria y de políticas sanadoras con instituciones justas, como viene
pregonando insistentemente el Papa Francisco en sus encíclicas sociales y
ecológicas, Laudato Si y Fratelli tutti. Sin esta justicia mínima
la carga kármica no se deshará.
Pero
ella sola no es suficiente. Es necesario el amor, la solidaridad y una
compasión universal, especialmente con las víctimas. Es la propuesta central y
paradigmática de la Fratelli tutti del Papa Francisco. El amor será el
motor más eficaz porque, en el fondo, él “es la última realidad” (p. 387). Una
sociedad incapaz de amar efectivamente y de ser menos malvada, jamás
deconstruirá una historia tan marcada por el karma negativo e inhumano,
realizado extrañamente dentro de una cultura acuñada por el cristianismo, día a
día traicionado. Este es el desafío que la actual crisis sistémica nos suscita.
No
predicaron otra cosa los maestros de la humanidad, como Jesús, Buda, Isaías,
San Francisco, el Dalai Lama, Gandhi, Luther King Jr y el Papa Francisco. Sólo
el karma del bien redime la realidad de la fuerza kármica del mal. Y si Brasil
no hace esta reversión kármica permanecerá de crisis en crisis, destruyendo su
propio futuro como lo está haciendo, entre mentiras, fake news, ironía y
burla del necrófilo e insano presidente de este país.
La
función iluminadora de los principios thanatos y demens
Estas
son expresiones bien conocidas en Occidente y no se necesita mayor explicación.
Vale la pena recordar que estos son principios y no simplemente dimensiones
accidentales. El principio es lo que hace que todos los seres lo sean, o sin
los cuales los seres no irrumpen en la realidad. Así es como Sigmund Freud
desarrolló el principio del thanatos que acompaña al de eros que
conviven en todo ser humano. El thanatos emerge como esa pulsión que
lleva a la violencia, la destrucción y, al final, a la muerte. Tenemos lo
Negativo en la condición humana al lado de lo Positivo y lo Luminoso, estos
creemos que finalmente triunfarán.
El
intercambio de cartas entre Freud y Einstein desde 1932 sobre la posibilidad de
superar la violencia y la guerra es bien conocido. Freud respondió que es
imposible superar directamente el thánatos, solo reforzando el principio
del eros a través de lazos emocionales y el trabajo humanizador de la cultura.
(cf. Obras completas III: 3, 215). Pero termina con una frase
desoladora: “hambrientos pensamos en el molino que muele tan lentamente que
podemos morir de hambre antes de recibir la harina”.
Ambos
principios para Freud tienen algo eterno y deja en abierto qué principio
escribirá la última página de la vida. Pero el principio del thanatos puede a
veces en la historia impregnar a todo un pueblo e inundar la conciencia de sus
líderes produciendo tragedias político-sociales.
Estos
comportamientos muestran igualmente el principio demens presente junto
con el sapiens en el ser humano. Vivimos en una civilización globalizada que
está bajo el dominio de lo demens. Basta recordar los 200 millones de
muertos en las guerras de los dos últimos siglos y el principio de
autodestrucción ya montado con armas nucleares, químicas y biológicas, capaces
de acabar con la vida humana y con nuestra civilización, armas que la Covid-19
ha evidenciado como bastante ridículas.
Este
principio de demencia se muestra claramente en los asesinatos intencionados de
negros, pobres, personas con otra opción sexual y en un feminicidio perverso.
Todo ello respaldado por un presidente con claros síntomas de psicopatía,
tolerado vergonzosamente por aquellas autoridades que podrían y deberían
denunciarlo por delitos de responsabilidad social, hacerlo dimitir o someterlo
democráticamente a un impeachment jurídico. Quizás ellos mismos ya estén
infectados con el virus de lo demens, lo que explicaría su indulgencia y
omisión culposa.
Conclusión:
lo oculto y lo reprimido salieron de los sótanos y se encendió una luz
El
sentido de nuestra disquisición tiene este significado: todo lo que estaba
escondido y reprimido en nuestra sociedad ha salido de los sótanos donde ha
estado escondido durante siglos en el vano intento de negarlo o de hacerlo
socialmente aceptable, incluso de pintarlo color de rosa, como también lo hacen
varios ministros indignos que ven incluso ganancia en la esclavitud y el estado
colonial. Pero basta un poco de luz para deshacer esta densa oscuridad. Ahora
se ha vuelto visible y luminosa. Ya no hay forma de ocultarla.
Somos
una sociedad contradictoria donde encontramos, al mismo tiempo, brillantez en
la ciencia, en la literatura, en las artes visuales, en la música y en la
riquísima cultura popular, hecha generalmente a contracorriente pesar de toda
la opresión, y en tantos otros campos. Al mismo tiempo, somos una sociedad que
ha internalizado al opresor, se ha hecho eco de la voz de los dueños,
conservadora y hasta atrasada en comparación con países similares al nuestro.
En cierto sentido somos crueles y despiadados con nuestros semejantes afectados
por las maldades perpetradas por los estratos ultrarricos, sin ningún sentido
de compasión por los millones que caen en el camino sin que ningún samaritano
se compadezca de ellos. Pasan sin verlos y lo que es peor, despreciándolos,
como si no fueran de la misma nación o de la misma familia humana.
Y
todavía se confiesan cristianos sin tener nada que ver con el mensaje del
Maestro de Nazaret. Los ateos éticos y humanitarios están más cerca del Dios de
Jesús, de la ternura del humilde y defensor de los humillados y ofendidos, que
estos cristianos meramente culturales que usan el nombre de Dios para defender
sus nefastas políticas individualistas o corporativas, de un Brasil sólo para
ellos. Están lejos de Dios por negar a los hijos e hijas de Dios, llamados por
el Juez Supremo “mis hermanos y hermanas menores” en quienes el mismo Jesús se
esconde.
Hay
mucha verdad en lo que escribió la filósofa Marilena Chaui: «La sociedad
brasileña es una sociedad autoritaria, una sociedad violenta, tiene una
economía depredadora de los recursos humanos y naturales, convive naturalmente
con la injusticia, la desigualdad y la ausencia de libertad y con los índices
espantosos de las diversas formas institucionales -formales e informales- de
exterminio físico y psíquico y de exclusión social y cultural” (500 años.
Cultura y política en Brasil, nº 38 p. 32-33). El idílico sueño de Darcy
Ribeiro de que Brasil se convierta en la Roma tardía y tropical se desvanece en
las “densas sombras”, como dice el Papa Francisco en Fratelli tutti
(cap. I). Celso Furtado, entristecido, al final de su vida escribió todo un
libro: Brasil: la construcción interrumpida (1993).
Todas
estas nubes oscuras se han condensado en los últimos años y han conseguido sus
sacerdotes y acólitos que las asumen conscientemente, queriendo llevar a Brasil
a tiempos premodernos. Si por lo menos lo llevasen a la Edad Media, que tuvo su
grandeza desde las majestuosas catedrales hasta las grandes sumas teológicas.
El Brasil de este proyecto atrasado e irrealizable se ha convertido en una
farsa grotesca y en irrisión internacional.
El
conjunto de estas vastas sombras y el dominio de lo Negativo se ha vuelto más
denso en la figura del actual jefe de Estado y el gobierno asociado a su
proyecto. Es la consecuencia de esta antihistoria y su encarnación más
perversa. Representa lo peor que ha pasado en nuestra historia y
conscientemente o inconscientemente intenta llevarla a su término final. Pero
no lo logrará porque en la historia los mecanismos de la muerte y el odio nunca
han logrado realizar su propósito; ni siquiera Hitler con todo su poder militar
y científico consiguió sentar las bases de un Reino de Mil Años como soñaba.
Los
procesos históricos no son ciegos y sin rumbo. Guardan un Logos secreto que
marca el camino de las cosas en consonancia con el proceso de la cosmogénesis y
genera, a partir del caos, órdenes superiores con nuevas posibilidades y
horizontes insospechados. ¿Cuál será nuestro lugar, como pueblo y como nación,
en todos estos procesos? Ellos marcan la dirección, pero todos tenemos que
recorrerla y construirla. No nos es permitido pisar perezosamente sobre las
huellas ya hechas; tenemos que imprimir nuestras huellas. Tampoco podemos
llegar demasiado tarde, porque esta vez el camino no tiene vuelta.
Ojalá estemos atentos a lo que la historia nos exigirá, a
pesar del reaccionarismo y protofascismo de Bolsonaro y sus seguidores. Como
dijo una vez Platón, “todas las grandes cosas surgen del caos”. Las nuestras
pueden tener el mismo origen.
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