El Pontífice tiende puentes para la paz ecuménica, interreligiosa, social, política
(RV).- (audio) Insiste en la “cultura del encuentro” el Obispo de Roma; pide una Iglesia de puertas abiertas a todos; una Iglesia en salida misionera para ir al que sufre en las periferias con el amor de Cristo. Y el mismo Francisco no se queda apoltronado y cómodo. Abre la puerta y sale para hacer puentes con su propio cuerpo trajinado, con su propia vida, con sus propias manos extendidas al otro, con los propios brazos abiertos, como un creativo, laborioso y entregado artesano de la paz interior y entre las personas.
Y Tierra Santa bien podría ser símbolo de todas las tensiones y conflictos posibles del corazón humano, de las comunidades, sociedades y de la humanidad. La Tierra de Jesús resulta centro ecuménico ; centro de grandes fuerzas políticas y económicas y también periferia geográfica y existencial aterradora por la destrucción que provoca el negocio de armas de los criminales que sustentan guerras, conflictos, muertos, migrantes, refugiados, pobres, heridos en cuerpo y alma.
“Aprendamos a entender el sufrimiento del otro” dijo en el encuentro con musulmanes, pidiendo que nos tratemos como hermanos y confesando -según yo-, que Francisco ve en el otro sus heridas y no la agresión y que esto lo mueve a salir de sí mismo para ir al herido como buen samaritano.
Al mismo tiempo reflexionó en Yad Vashen: “¿Quién eres, hombre? ¿En qué te has convertido?, ¿Cómo has sido capaz de este horror?, ¿Qué te ha hecho caer tan bajo?”. Y en Jordania denuncio el odio y la codicia como causa de la guerra y pidió a Dios por la conversión de los criminales del negocio de las armas.
Y el Sucesor de Pedro tocó y empapó, sus propias manos con el agua del río Jordán del bautismo de Jesús, pidiendo el Espíritu de reconciliación y paz. Y tocó con sus manos el muro de separación entre israelíes y palestinos cerca de la Basílica del Nacimiento en Belén y rezó allí en silencio, para que caigan los muros de discriminación. Y miró y escuchó a jóvenes de familias de refugiados. Y besó las manos de sobrevivientes de campos de concentración y dijo a poderosos: los invito a mi casa para rezar juntos por la paz. Dialogó, rezó con el patriarca Bartolomé y se abrazó con él en la Basílica del Santo Sepulcro y con su amigo judío el rabino Skorca y su amigo musulmana Omar Aboud ante el Muro de los Lamentos, después de poner entre las piedras la oración del Padre Nuestro. También el Vicario de Cristo escuchó y compartió con otros ortodoxos, judíos y musulmanes.
“Que todos sean uno para que el mundo crea” rezó Jesús en el Cenáculo, donde termina un ciclo y empieza otro de vida nueva en Cristo resucitado. Allí, también en el Cenáculo, culmina Francisco su peregrinación a Tierra Santa, rezando la Eucaristía por la comunión en la paz de los hombres todos, porque como dijo: “construir la paz es difícil, pero vivir sin paz es un tormento”.
El Pontífice tiende puentes para la paz ecuménica, interreligiosa, política, con gestos sinceros y palabras que no esconden los problemas, pero sobre todo con oración constante e insistente, porque la paz es un don de Dios. Y rezando con los nuevos rostros vistos en esta periferia existencial, espera la respuesta de la otra rivera; espera que de la otra orilla sostengan con la misma energía su mano extendida como puente en nombre de Dios. Porque la paz es un don que Dios ofrece, pero debe ser recibida, aceptada por los corazones, como algo que hay que construir entre todos.
Tras las huellas de Jesús, con Francisco en Tierra Santa, jesuita Guillermo Ortiz -RV
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