163. La educación y la catequesis están al servicio de este crecimiento. Ya
contamos con varios textos magisteriales y subsidios sobre la catequesis
ofrecidos por la Santa Sede y por diversos episcopados. Recuerdo la Exhortación
apostólica Catechesi Tradendae (1979), el Directorio general para la catequesis (1997)
y otros documentos cuyo contenido actual no es necesario repetir aquí. Quisiera
detenerme sólo en algunas consideraciones que me parece conveniente destacar.
164. Hemos redescubierto que también en la catequesis tiene un rol
fundamental el primer anuncio o «kerygma», que debe ocupar el centro de
la actividad evangelizadora y de todo intento de renovación eclesial. El kerygma
es trinitario. Es el fuego del Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos
hace creer en Jesucristo, que con su muerte y resurrección nos revela y nos
comunica la misericordia infinita del Padre. En la boca del catequista vuelve a
resonar siempre el primer anuncio: «Jesucristo te ama, dio su vida para
salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para
fortalecerte, para liberarte». Cuando a este primer anuncio se le llama
«primero», eso no significa que está al comienzo y después se olvida o se
reemplaza por otros contenidos que lo superan. Es el primero en un sentido
cualitativo, porque es el anuncio principal, ese que siempre hay que
volver a escuchar de diversas maneras y ese que siempre hay que volver a
anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis, en todas sus
etapas y momentos.[126]
Por ello también «el sacerdote, como la Iglesia, debe crecer en la conciencia
de su permanente necesidad de ser evangelizado».[127]
165. No hay que pensar que en la catequesis el kerygma es abandonado
en pos de una formación supuestamente más «sólida». Nada hay más sólido, más
profundo, más seguro, más denso y más sabio que ese anuncio. Toda formación
cristiana es ante todo la profundización del kerygma que se va haciendo
carne cada vez más y mejor, que nunca deja de iluminar la tarea catequística, y
que permite comprender adecuadamente el sentido de cualquier tema que se
desarrolle en la catequesis. Es el anuncio que responde al anhelo de infinito
que hay en todo corazón humano. La centralidad del kerygma demanda
ciertas características del anuncio que hoy son necesarias en todas partes: que
exprese el amor salvífico de Dios previo a la obligación moral y religiosa, que
no imponga la verdad y que apele a la libertad, que posea unas notas de
alegría, estímulo, vitalidad, y una integralidad armoniosa que no reduzca la
predicación a unas pocas doctrinas a veces más filosóficas que evangélicas.
Esto exige al evangelizador ciertas actitudes que ayudan a acoger mejor el
anuncio: cercanía, apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial que no
condena.
166. Otra característica de la catequesis, que se ha desarrollado en las
últimas décadas, es la de una iniciación mistagógica,[128]
que significa básicamente dos cosas: la necesaria progresividad de la
experiencia formativa donde interviene toda la comunidad y una renovada
valoración de los signos litúrgicos de la iniciación cristiana. Muchos manuales
y planificaciones todavía no se han dejado interpelar por la necesidad de una
renovación mistagógica, que podría tomar formas muy diversas de acuerdo con el
discernimiento de cada comunidad educativa. El encuentro catequístico es un
anuncio de la Palabra y está centrado en ella, pero siempre necesita una
adecuada ambientación y una atractiva motivación, el uso de símbolos
elocuentes, su inserción en un amplio proceso de crecimiento y la integración
de todas las dimensiones de la persona en un camino comunitario de escucha y de
respuesta.
167. Es bueno que toda catequesis preste una especial atención al «camino
de la belleza» (via pulchritudinis).[129] Anunciar
a Cristo significa mostrar que creer en Él y seguirlo no es sólo algo verdadero
y justo, sino también bello, capaz de colmar la vida de un nuevo resplandor y
de un gozo profundo, aun en medio de las pruebas. En esta línea, todas las
expresiones de verdadera belleza pueden ser reconocidas como un sendero que
ayuda a encontrarse con el Señor Jesús. No se trata de fomentar un relativismo
estético,[130] que
pueda oscurecer el lazo inseparable entre verdad, bondad y belleza, sino de
recuperar la estima de la belleza para poder llegar al corazón humano y hacer resplandecer
en él la verdad y la bondad del Resucitado. Si, como dice san Agustín, nosotros
no amamos sino lo que es bello,[131] el
Hijo hecho hombre, revelación de la infinita belleza, es sumamente amable, y
nos atrae hacia sí con lazos de amor. Entonces se vuelve necesario que la
formación en la via pulchritudinis esté inserta en la transmisión de la
fe. Es deseable que cada Iglesia particular aliente el uso de las artes en su
tarea evangelizadora, en continuidad con la riqueza del pasado, pero también en
la vastedad de sus múltiples expresiones actuales, en orden a transmitir la fe
en un nuevo «lenguaje parabólico».[132] Hay
que atreverse a encontrar los nuevos signos, los nuevos símbolos, una nueva
carne para la transmisión de la Palabra, las formas diversas de belleza que se
valoran en diferentes ámbitos culturales, e incluso aquellos modos no
convencionales de belleza, que pueden ser poco significativos para los
evangelizadores, pero que se han vuelto particularmente atractivos para otros.
168. En lo que se refiere a la propuesta moral de la catequesis, que invita
a crecer en fidelidad al estilo de vida del Evangelio, conviene manifestar
siempre el bien deseable, la propuesta de vida, de madurez, de realización, de
fecundidad, bajo cuya luz puede comprenderse nuestra denuncia de los males que
pueden oscurecerla. Más que como expertos en diagnósticos apocalípticos u
oscuros jueces que se ufanan en detectar todo peligro o desviación, es bueno
que puedan vernos como alegres mensajeros de propuestas superadoras, custodios
del bien y la belleza que resplandecen en una vida fiel al Evangelio.
Reflexión
14 de mayo
El Santo Padre hablando de catequesis y «kerygma», dice que éste debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora. En la boca del catequista debe resonar siempre el primer anuncio. Y cuando a este primer anuncio se le llama «primero», eso no significa que está al comienzo y después se olvida o se reemplaza por otros contenidos que lo superan. Es el primero en un sentido cualitativo, porque es el anuncio principal, ese que siempre hay que volver a escuchar y que siempre hay que volver a anunciar. No hay que pensar que en la catequesis el kerygma es abandonado en pos de una formación supuestamente más «sólida». Nada hay más sólido, más profundo, más seguro, más denso y más sabio que ese anuncio. Toda formación cristiana es ante todo la profundización del kerygma, que nunca deja de iluminar la tarea catequística, y que permite comprender adecuadamente el sentido de cualquier tema que se desarrolle en la catequesis. Es el anuncio que responde al anhelo de infinito que hay en todo corazón humano. La centralidad del kerygma demanda ciertas características del anuncio que hoy son necesarias en todas partes, especifica Francisco: que exprese el amor salvífico de Dios previo a la obligación moral y religiosa, que no imponga la verdad y que apele a la libertad. Esto exige al evangelizador ciertas actitudes que ayudan a acoger mejor el anuncio: cercanía, apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena.
El Santo Padre hablando de catequesis y «kerygma», dice que éste debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora. En la boca del catequista debe resonar siempre el primer anuncio. Y cuando a este primer anuncio se le llama «primero», eso no significa que está al comienzo y después se olvida o se reemplaza por otros contenidos que lo superan. Es el primero en un sentido cualitativo, porque es el anuncio principal, ese que siempre hay que volver a escuchar y que siempre hay que volver a anunciar. No hay que pensar que en la catequesis el kerygma es abandonado en pos de una formación supuestamente más «sólida». Nada hay más sólido, más profundo, más seguro, más denso y más sabio que ese anuncio. Toda formación cristiana es ante todo la profundización del kerygma, que nunca deja de iluminar la tarea catequística, y que permite comprender adecuadamente el sentido de cualquier tema que se desarrolle en la catequesis. Es el anuncio que responde al anhelo de infinito que hay en todo corazón humano. La centralidad del kerygma demanda ciertas características del anuncio que hoy son necesarias en todas partes, especifica Francisco: que exprese el amor salvífico de Dios previo a la obligación moral y religiosa, que no imponga la verdad y que apele a la libertad. Esto exige al evangelizador ciertas actitudes que ayudan a acoger mejor el anuncio: cercanía, apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena.
Otra característica de la catequesis, que se ha desarrollado en las últimas décadas, es la de una iniciación mistagógica, que significa básicamente dos cosas: la necesaria progresividad de la experiencia formativa y una renovada valoración de los signos litúrgicos de la iniciación cristiana.
Es bueno que toda catequesis preste una especial atención al «camino de la belleza» (via pulchritudinis). Anunciar a Cristo significa mostrar que creer en Él y seguirlo no es sólo algo verdadero y justo, sino también bello, capaz de colmar la vida de un nuevo resplandor y de un gozo profundo, aun en medio de las pruebas. En esta línea, todas las expresiones de verdadera belleza pueden ser reconocidas como un sendero que ayuda a encontrarse con el Señor Jesús. No se trata de fomentar un relativismo estético, que pueda oscurecer el lazo inseparable entre verdad, bondad y belleza, sino de recuperar la estima de la belleza para poder llegar al corazón humano. Y en este sentido el Papa indica que es deseable que cada Iglesia particular aliente el uso de las artes en su tarea evangelizadora, en continuidad con la riqueza del pasado, pero también en la vastedad de sus múltiples expresiones actuales, en orden a transmitir la fe en un nuevo «lenguaje parabólico».
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