REFLEXIÓN
ESPIRITUAL
Benedicto XVI, Homilía, Vigilia Pascual, Sábado Santo 7 de abril de 2007
En el Credo decimos respecto al
camino de Cristo: “Descendió a los infiernos”. ¿Qué ocurrió entonces? Ya que no
conocemos el mundo de la muerte, sólo podemos figurarnos este proceso de la
superación de la muerte a través de imágenes que siempre resultan poco
apropiadas. Sin embargo, con toda su insuficiencia, ellas nos ayudan a entender
algo del misterio. [...] El Hijo de Dios en la encarnación se ha hecho una sola
cosa con el ser humano, con Adán. Pero sólo en aquel momento, en el que realiza
aquel acto extremo de amor descendiendo a la noche de la muerte, Él lleva a
cabo el camino de la encarnación. A través de su muerte Él toma de la mano a
Adán, a todos los hombres que esperan y los lleva a la luz.
Ahora, sin embargo, se puede
preguntar: ¿Pero qué significa esta imagen? ¿Qué novedad ocurrió realmente allí
por medio de Cristo? El alma del hombre, precisamente, es de por sí inmortal
desde la creación, ¿qué novedad ha traído Cristo? Sí, el alma es inmortal,
porque el hombre está de modo singular en la memoria y en el amor de Dios,
incluso después de su caída. Pero su fuerza no basta para elevarse hacia Dios.
No tenemos alas que podrían llevarnos hasta aquella altura. Y sin embargo, nada
puede satisfacer eternamente al hombre si no el estar con Dios. Una eternidad
sin esta unión con Dios sería una condena. El hombre no logra llegar arriba,
pero anhela ir hacia arriba: “Desde el vientre del infierno te pido
auxilio...”.
Sólo Cristo resucitado puede
llevarnos hacia arriba, hasta la unión con Dios, hasta donde no pueden llegar
nuestras fuerzas. Él carga verdaderamente la oveja extraviada sobre sus hombros
y la lleva a casa. Nosotros vivimos agarrados a su Cuerpo, y en comunión con su
Cuerpo llegamos hasta el corazón de Dios. Y sólo así se vence la muerte, somos
liberados y nuestra vida es esperanza.
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