172. El acompañante sabe
reconocer que la situación de cada sujeto ante Dios y su vida en gracia es un
misterio que nadie puede conocer plenamente desde afuera. El Evangelio nos
propone corregir y ayudar a crecer a una persona a partir del reconocimiento de
la maldad objetiva de sus acciones (cf. Mt 18,15), pero sin emitir
juicios sobre su responsabilidad y su culpabilidad (cf. Mt 7,1; Lc
6,37). De todos modos, un buen acompañante no consiente los fatalismos o la
pusilanimidad. Siempre invita a querer curarse, a cargar la camilla, a abrazar
la cruz, a dejarlo todo, a salir siempre de nuevo a anunciar el Evangelio. La
propia experiencia de dejarnos acompañar y curar, capaces de expresar con total
sinceridad nuestra vida ante quien nos acompaña, nos enseña a ser pacientes y
compasivos con los demás y nos capacita para encontrar las maneras de despertar
su confianza, su apertura y su disposición para crecer.
173. El auténtico
acompañamiento espiritual siempre se inicia y se lleva adelante en el ámbito
del servicio a la misión evangelizadora. La relación de Pablo con Timoteo y
Tito es ejemplo de este acompañamiento y formación en medio de la acción
apostólica. Al mismo tiempo que les confía la misión de quedarse en cada ciudad
para «terminar de organizarlo todo» (Tt 1,5; cf. 1 Tm 1,3-5), les
da criterios para la vida personal y para la acción pastoral. Esto se distingue
claramente de todo tipo de acompañamiento intimista, de autorrealización
aislada. Los discípulos misioneros acompañan a los discípulos misioneros.
174. No sólo la homilía
debe alimentarse de la Palabra de Dios. Toda la evangelización está fundada
sobre ella, escuchada, meditada, vivida, celebrada y testimoniada. Las Sagradas
Escrituras son fuente de la evangelización. Por lo tanto, hace falta formarse
continuamente en la escucha de la Palabra. La Iglesia no evangeliza si no se
deja continuamente evangelizar. Es indispensable que la Palabra de Dios «sea
cada vez más el corazón de toda actividad eclesial».[135] La
Palabra de Dios escuchada y celebrada, sobre todo en la Eucaristía, alimenta y
refuerza interiormente a los cristianos y los vuelve capaces de un auténtico
testimonio evangélico en la vida cotidiana. Ya hemos superado aquella vieja
contraposición entre Palabra y Sacramento. La Palabra proclamada, viva y
eficaz, prepara la recepción del Sacramento, y en el Sacramento esa Palabra
alcanza su máxima eficacia.
175. El estudio de las
Sagradas Escrituras debe ser una puerta abierta a todos los creyentes.[136] Es
fundamental que la Palabra revelada fecunde radicalmente la catequesis y todos
los esfuerzos por transmitir la fe.[137] La
evangelización requiere la familiaridad con la Palabra de Dios y esto exige a
las diócesis, parroquias y a todas las agrupaciones católicas, proponer un
estudio serio y perseverante de la Biblia, así como promover su lectura orante
personal y comunitaria.[138] Nosotros
no buscamos a tientas ni necesitamos esperar que Dios nos dirija la palabra,
porque realmente «Dios ha hablado, ya no es el gran desconocido sino que se ha
mostrado».[139]
Acojamos el sublime tesoro de la Palabra revelada.
Reflexión
23 de mayo
(RV).-(audio) El Evangelio nos propone corregir y ayudar a crecer a una persona a partir del reconocimiento de la maldad objetiva de sus acciones, pero sin emitir juicios sobre su responsabilidad y su culpabilidad. De todos modos, dice el Papa Francisco, un buen acompañante no consiente los fatalismos o la pusilanimidad. Siempre invita a querer curarse, a cargar la camilla, a abrazar la cruz, a dejarlo todo, a salir siempre de nuevo a anunciar el Evangelio. La propia experiencia de dejarnos acompañar y curar, nos enseña a ser pacientes y compasivos con los demás y nos capacita para encontrar las maneras de despertar su confianza, su apertura y su disposición para crecer.
El auténtico acompañamiento espiritual siempre se inicia y se lleva adelante en el ámbito del servicio a la misión evangelizadora. La relación de Pablo con Timoteo y Tito es ejemplo de este acompañamiento y formación en medio de la acción apostólica. Los discípulos misioneros acompañan a los discípulos misioneros.
Más adelante, el Santo Padre señala que no sólo la homilía debe alimentarse de la Palabra de Dios. Toda la evangelización está fundada sobre ella, escuchada, meditada, vivida, celebrada y testimoniada. Las Sagradas Escrituras son fuente de la evangelización. Por lo tanto, hace falta formarse continuamente en la escucha de la Palabra. La Iglesia no evangeliza si no se deja continuamente evangelizar. Es indispensable que la Palabra de Dios «sea cada vez más el corazón de toda actividad eclesial». La Palabra de Dios escuchada y celebrada, sobre todo en la Eucaristía, alimenta y refuerza interiormente a los cristianos y los vuelve capaces de un auténtico testimonio evangélico en la vida cotidiana.
El estudio de las Sagradas Escrituras -afirma el Papa- debe ser una puerta abierta a todos los creyentes. Es fundamental que la Palabra revelada fecunde radicalmente la catequesis y todos los esfuerzos por transmitir la fe. La evangelización requiere la familiaridad con la Palabra de Dios y esto exige a las diócesis, parroquias y a todas las agrupaciones católicas, proponer un estudio serio y perseverante de la Biblia, así como promover su lectura orante personal y comunitaria. Nosotros no buscamos a tientas ni necesitamos esperar que Dios nos dirija la palabra, porque realmente «Dios ya ha hablado, ya se ha mostrado». Acojamos el sublime tesoro de la Palabra revelada.
(RV).-(audio) El Evangelio nos propone corregir y ayudar a crecer a una persona a partir del reconocimiento de la maldad objetiva de sus acciones, pero sin emitir juicios sobre su responsabilidad y su culpabilidad. De todos modos, dice el Papa Francisco, un buen acompañante no consiente los fatalismos o la pusilanimidad. Siempre invita a querer curarse, a cargar la camilla, a abrazar la cruz, a dejarlo todo, a salir siempre de nuevo a anunciar el Evangelio. La propia experiencia de dejarnos acompañar y curar, nos enseña a ser pacientes y compasivos con los demás y nos capacita para encontrar las maneras de despertar su confianza, su apertura y su disposición para crecer.
El auténtico acompañamiento espiritual siempre se inicia y se lleva adelante en el ámbito del servicio a la misión evangelizadora. La relación de Pablo con Timoteo y Tito es ejemplo de este acompañamiento y formación en medio de la acción apostólica. Los discípulos misioneros acompañan a los discípulos misioneros.
Más adelante, el Santo Padre señala que no sólo la homilía debe alimentarse de la Palabra de Dios. Toda la evangelización está fundada sobre ella, escuchada, meditada, vivida, celebrada y testimoniada. Las Sagradas Escrituras son fuente de la evangelización. Por lo tanto, hace falta formarse continuamente en la escucha de la Palabra. La Iglesia no evangeliza si no se deja continuamente evangelizar. Es indispensable que la Palabra de Dios «sea cada vez más el corazón de toda actividad eclesial». La Palabra de Dios escuchada y celebrada, sobre todo en la Eucaristía, alimenta y refuerza interiormente a los cristianos y los vuelve capaces de un auténtico testimonio evangélico en la vida cotidiana.
El estudio de las Sagradas Escrituras -afirma el Papa- debe ser una puerta abierta a todos los creyentes. Es fundamental que la Palabra revelada fecunde radicalmente la catequesis y todos los esfuerzos por transmitir la fe. La evangelización requiere la familiaridad con la Palabra de Dios y esto exige a las diócesis, parroquias y a todas las agrupaciones católicas, proponer un estudio serio y perseverante de la Biblia, así como promover su lectura orante personal y comunitaria. Nosotros no buscamos a tientas ni necesitamos esperar que Dios nos dirija la palabra, porque realmente «Dios ya ha hablado, ya se ha mostrado». Acojamos el sublime tesoro de la Palabra revelada.
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