156. Algunos creen que pueden ser buenos predicadores por saber lo que
tienen que decir, pero descuidan el cómo, la forma concreta de
desarrollar una predicación. Se quejan cuando los demás no los escuchan o no
los valoran, pero quizás no se han empeñado en buscar la forma adecuada de
presentar el mensaje. Recordemos que «la evidente importancia del contenido no
debe hacer olvidar la importancia de los métodos y medios de la
evangelización».[124]
La preocupación por la forma de predicar también es una actitud profundamente
espiritual. Es responder al amor de Dios, entregándonos con todas nuestras
capacidades y nuestra creatividad a la misión que Él nos confía; pero también
es un ejercicio exquisito de amor al prójimo, porque no queremos ofrecer a los
demás algo de escasa calidad. En la Biblia, por ejemplo, encontramos la
recomendación de preparar la predicación en orden a asegurar una extensión
adecuada: «Resume tu discurso. Di mucho en pocas palabras» (Si 32,8).
157. Sólo para ejemplificar, recordemos algunos recursos prácticos, que
pueden enriquecer una predicación y volverla más atractiva. Uno de los
esfuerzos más necesarios es aprender a usar imágenes en la predicación, es
decir, a hablar con imágenes. A veces se utilizan ejemplos para hacer más
comprensible algo que se quiere explicar, pero esos ejemplos suelen apuntar
sólo al entendimiento; las imágenes, en cambio, ayudan a valorar y aceptar el
mensaje que se quiere transmitir. Una imagen atractiva hace que el mensaje se
sienta como algo familiar, cercano, posible, conectado con la propia vida. Una
imagen bien lograda puede llevar a gustar el mensaje que se quiere transmitir,
despierta un deseo y motiva a la voluntad en la dirección del Evangelio. Una
buena homilía, como me decía un viejo maestro, debe contener «una idea, un
sentimiento, una imagen».
158. Ya decía Pablo VI que los fieles «esperan mucho de esta predicación y
sacan fruto de ella con tal que sea sencilla, clara, directa, acomodada».[125]
La sencillez tiene que ver con el lenguaje utilizado. Debe ser el lenguaje que
comprenden los destinatarios para no correr el riesgo de hablar al vacío.
Frecuentemente sucede que los predicadores usan palabras que aprendieron en sus
estudios y en determinados ambientes, pero que no son parte del lenguaje común
de las personas que los escuchan. Hay palabras propias de la teología o de la
catequesis, cuyo sentido no es comprensible para la mayoría de los cristianos.
El mayor riesgo para un predicador es acostumbrarse a su propio lenguaje y
pensar que todos los demás lo usan y lo comprenden espontáneamente. Si uno
quiere adaptarse al lenguaje de los demás para poder llegar a ellos con la
Palabra, tiene que escuchar mucho, necesita compartir la vida de la gente y
prestarle una gustosa atención. La sencillez y la claridad son dos cosas
diferentes. El lenguaje puede ser muy sencillo, pero la prédica puede ser poco
clara. Se puede volver incomprensible por el desorden, por su falta de lógica,
o porque trata varios temas al mismo tiempo. Por lo tanto, otra tarea necesaria
es procurar que la predicación tenga unidad temática, un orden claro y una
conexión entre las frases, de manera que las personas puedan seguir fácilmente
al predicador y captar la lógica de lo que les dice.
159. Otra característica es el lenguaje positivo. No dice tanto lo que no
hay que hacer sino que propone lo que podemos hacer mejor. En todo caso, si
indica algo negativo, siempre intenta mostrar también un valor positivo que
atraiga, para no quedarse en la queja, el lamento, la crítica o el
remordimiento. Además, una predicación positiva siempre da esperanza, orienta
hacia el futuro, no nos deja encerrados en la negatividad. ¡Qué bueno que
sacerdotes, diáconos y laicos se reúnan periódicamente para encontrar juntos
los recursos que hacen más atractiva la predicación!
Reflexión
9 de mayo
Algunos creen, escribe el Papa Bergoglio, que pueden ser buenos predicadores por saber lo que tienen que decir, pero descuidan el cómo, la forma de una predicación. Se quejan cuando los demás no los escuchan o no los valoran, pero quizás no se han empeñado en buscar la forma adecuada de presentar el mensaje. La preocupación por la forma de predicar también es una actitud profundamente espiritual. Es responder al amor de Dios, con un ejercicio exquisito de amor al prójimo, porque no queremos ofrecer a los demás algo de escasa calidad. Y da algunos consejos prácticos el Papa, que pueden enriquecer una predicación y volverla más atractiva. Uno de de los más necesarios es aprender a usar imágenes en la predicación, es decir, hablar con imágenes. Las imágenes ayudan a valorar y aceptar el mensaje que se quiere transmitir. Una imagen atractiva hace que el mensaje se sienta como algo familiar, cercano, conectado con la propia vida. Una imagen bien lograda despierta un deseo y motiva a la voluntad en la dirección del Evangelio. Una buena homilía, como me decía un viejo maestro, debe contener «una idea, un sentimiento, una imagen».
Algunos creen, escribe el Papa Bergoglio, que pueden ser buenos predicadores por saber lo que tienen que decir, pero descuidan el cómo, la forma de una predicación. Se quejan cuando los demás no los escuchan o no los valoran, pero quizás no se han empeñado en buscar la forma adecuada de presentar el mensaje. La preocupación por la forma de predicar también es una actitud profundamente espiritual. Es responder al amor de Dios, con un ejercicio exquisito de amor al prójimo, porque no queremos ofrecer a los demás algo de escasa calidad. Y da algunos consejos prácticos el Papa, que pueden enriquecer una predicación y volverla más atractiva. Uno de de los más necesarios es aprender a usar imágenes en la predicación, es decir, hablar con imágenes. Las imágenes ayudan a valorar y aceptar el mensaje que se quiere transmitir. Una imagen atractiva hace que el mensaje se sienta como algo familiar, cercano, conectado con la propia vida. Una imagen bien lograda despierta un deseo y motiva a la voluntad en la dirección del Evangelio. Una buena homilía, como me decía un viejo maestro, debe contener «una idea, un sentimiento, una imagen».
La predicación ha de ser sencilla, clara, directa, acomodada». Debe ser el lenguaje que comprenden los destinatarios para no correr el riesgo de hablar al vacío. Hay palabras propias de la teología o de la catequesis, cuyo sentido no es comprensible para la mayoría de los cristianos. El mayor riesgo para un predicador es acostumbrarse a su propio lenguaje y pensar que todos los demás lo usan y lo comprenden espontáneamente. Si uno quiere adaptarse al lenguaje de los demás para poder llegar a ellos con la Palabra, tiene que escuchar mucho, necesita compartir la vida de la gente y prestarle una gustosa atención. Otra observación: el lenguaje puede ser muy sencillo, pero la prédica puede ser poco clara. Se puede volver incomprensible por el desorden, por su falta de lógica, o porque trata varios temas al mismo tiempo. Por lo tanto, otra tarea necesaria es procurar que la predicación tenga unidad temática, un orden claro, de manera que las personas puedan seguir fácilmente al predicador y captar la lógica de lo que les dice.
Otra característica es el lenguaje positivo. No dice tanto lo que no hay que hacer sino que propone lo que podemos hacer mejor. En todo caso, si indica algo negativo, siempre intenta mostrar también un valor positivo que atraiga, para no quedarse en la queja, el lamento, la crítica o el remordimiento. Además, una predicación positiva siempre da esperanza, orienta hacia el futuro, no nos deja encerrados en la negatividad.
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