160. El envío misionero del Señor incluye el llamado al crecimiento de la
fe cuando indica: «enseñándoles a observar todo lo que os he mandado» (Mt
28,20). Así queda claro que el primer anuncio debe provocar también un camino
de formación y de maduración. La evangelización también busca el crecimiento,
que implica tomarse muy en serio a cada persona y el proyecto que Dios tiene
sobre ella. Cada ser humano necesita más y más de Cristo, y la evangelización
no debería consentir que alguien se conforme con poco, sino que pueda decir
plenamente: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Ga 2,20).
161. No sería correcto interpretar este llamado al crecimiento exclusiva o
prioritariamente como una formación doctrinal. Se trata de «observar» lo que el
Señor nos ha indicado, como respuesta a su amor, donde se destaca, junto con
todas las virtudes, aquel mandamiento nuevo que es el primero, el más grande,
el que mejor nos identifica como discípulos: «Éste es mi mandamiento, que os
améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 15,12). Es evidente que
cuando los autores del Nuevo Testamento quieren reducir a una última síntesis,
a lo más esencial, el mensaje moral cristiano, nos presentan la exigencia
ineludible del amor al prójimo: «Quien ama al prójimo ya ha cumplido la
ley [...] De modo que amar es cumplir la ley entera» (Rm 13,8.10). Así
san Pablo, para quien el precepto del amor no sólo resume la ley sino que
constituye su corazón y razón de ser: «Toda la ley alcanza su plenitud en este solo
precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Ga 5,14).
Y presenta a sus comunidades la vida cristiana como un camino de crecimiento en
el amor: «Que el Señor os haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con
otros, y en el amor para con todos» (1 Ts 3,12). También Santiago
exhorta a los cristianos a cumplir «la ley real según la Escritura:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (2,8), para no fallar en ningún
precepto.
162. Por otra parte, este camino de respuesta y de crecimiento está siempre
precedido por el don, porque lo antecede aquel otro pedido del Señor: «bautizándolos
en el nombre…» (Mt 28,19). La filiación que el Padre regala
gratuitamente y la iniciativa del don de su gracia (cf. Ef 2,8-9; 1
Co 4,7) son la condición de posibilidad de esta santificación constante que
agrada a Dios y le da gloria. Se trata de dejarse transformar en Cristo por una
progresiva vida «según el Espíritu» (Rm 8,5).
“Una evangelización para la profundización del kerygma”. Así titula Francisco el pasaje 160 y siguientes de la Exhortación, hablando del envío misionero del Señor que incluye -dice- el llamado al crecimiento de la fe. Así queda claro que el primer anuncio debe provocar también un camino de formación y de maduración. La evangelización también busca el crecimiento, que implica tomarse muy en serio a cada persona y el proyecto que Dios tiene sobre ella. Cada ser humano necesita más y más de Cristo, y la evangelización no debería consentir que alguien se conforme con poco, sino que pueda decir plenamente: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí».
No sería correcto interpretar este llamado al crecimiento exclusiva o prioritariamente como una formación doctrinal. Se trata de «observar» lo que el Señor nos ha indicado, como respuesta a su amor, donde se destaca, junto con todas las virtudes, aquel mandamiento nuevo que es el primero, el más grande, el que mejor nos identifica como discípulos: «ámense unos a otros como yo os he amado» (Jn 15,12). Si quisiéramos reducir a una última síntesis el Nuevo Testamento, a lo más esencial, el mensaje moral cristiano ineludible sería: el amor al prójimo: «Quien ama al prójimo ya ha cumplido la ley [...] amar es cumplir la ley entera» (Rm 13,8.10). Dice san Pablo, para quien el precepto del amor no sólo resume la ley sino que constituye su corazón y razón de ser: «Toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Ga 5,14). Y presenta a sus comunidades la vida cristiana como un camino de crecimiento en el amor. También Santiago exhorta a los cristianos a cumplir «la ley real según la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
Un camino de crecimiento, dice el Papa, que está siempre precedido por el don. La filiación que el Padre regala gratuitamente y la iniciativa del don de su gracia (cf. Ef 2,8-9; 1 Co 4,7) son la condición de posibilidad de esta santificación constante que agrada a Dios y le da gloria. Se trata de dejarse transformar en Cristo por una progresiva vida «según el Espíritu» (Rm 8,5).
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