61.- Cura de cielo limpio
Uno de los santos de mi particularísimo calendario es Ana Frank, la chiquilla judía que, en medio de los horrores de la última guerra mundial, supo elevar, en su precioso diario, uno de los más impresionan- tes monumentos a la esperanza humana. Perseguida, aterrada, encerrada en los estrechos límites de una diminuta buhardilla --que yo tuve la fortuna de visitar hace muchos años en Amsterdam-, aquella muchacha supo dominar su miedo y descubrir las últimas raíces de fe en la condición humana.
Y hay algo que me impresiona muy especialmente en ella: supo encontrar en la diminuta ventana de la buhardilla la salida hacia el milagro de¡ cielo limpio, del aire puro, de la suave belleza de la Naturaleza tangible. Eso que nosotros apenas sabemos ver.
Porque, curiosamente, Ana Frank se ha convertido en símbolo del hombre contemporáneo hasta en eso: encerrada ella por la persecución de los nazis, encerrados nosotros por nuestra rutina, vivimos todos prisioneros del cemento y del ladrillo, sin otro horizonte que las casas que un día levantaron enfrente de la nuestra, condenados a no ver -0 no saber ver- un árbol, un trozo de cielo abierto.
¡Qué importante era para Ana Frank aquel panorama sobre los tejados de Amsterdam que podía divisarse desde su ventanuco! «Con- templar el cielo --dice en su diario-, las nubes, la luna y las estrenas me tranquiliza y me devuelve la esperanza, y esto no es, ciertamente, imaginación. La Naturaleza me hace humilde y me prepara para soportar con valor todos los golpes.»
«Mientras esto exista ---dice en otra página del diario- y yo pueda ser sensible a ello -este sol radiante, este cielo sin nubes- no puedo
triste. »Efectivamente, en una gran ciudad es mucho más difícil estar alegre que a campo abierto. Al racionarnos el cielo y el aire libre, nuestra civilización nos ha vuelto tristes y cortos de alma. A base de ver sólo cemento, también el corazón se solidifica.
También esto lo intuyó muy bien Ana Frank cuando escribió: «Para el que tiene miedo, para el que se siente solo o desgraciado, el mejor remedio es salir al aire libre, encontrar un sitio aislado donde pueda estar en comunión con el cielo, con la Naturaleza y con Dios. Sólo entonces se siente que todo está bien así y que Dios quiere ver a los hombres dichosos en la Naturaleza, sencilla pero hermosa. Mientras esto exista, y sin duda será siempre así, estoy segura de que toda pena encontrará alivio, en cualquier circunstancias
Sí, es cierto: «Dios quiere ver a los hombres dichosos en la Naturaleza.» Por eso la tristeza es como un pecado. Por eso el asfalto, la contaminación, el ruido son enemigos de Dios. Y una ventana abierta hacia un cielo limpio es una cura de salud. Y tal vez una gracia.
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