sábado, 24 de enero de 2015

San Exuperancio Cingoli - Beato Guillermo Ireland y Juan Grove - Beatos Vicente Lewoniuk y doce compañeros - Beato José Timoteo Giaccardo 24012015

San Exuperancio Cingoli

 


San Exuperancio de Cíngoli, obispo
En Cíngoli, del Piceno, san Exuperancio, obispo.
Exuperancio, patrono de Cingoli, nació, según la tradición que nos ha llegado, en África, y desde la infancia manifiestó el deseo de convertirse al catolicismo, hasta que a los doce años logró convencer a su padre, arriano o maniqueo, que le diera permiso para recibir el bautismo de acuerdo a los ritos católicos. Una vez crecido, no se casó y dejó a su familia para ir a predicar el Evangelio. Recorrió gran parte del norte de África, llevando vida monástica.
Se embarcó para Italia, y durante el viaje convierte a la tripulación, y aplaca con su oración una violenta tempestad. Tocó tierra en Numana, cerca de Ancona, y se dirigió a Roma, donde reanudó su predicación, pero fue encarcelado. El papa le hizo poner en libertad, lo consagró obispo y lo envió a gobernar la diócesis de Cingoli, que había quedado vacante. Fue recibido con aclamaciones, y agradeció el recibiento con sus virtudes y su celo pastoral. Después de quince años de episcopado fructífero, acompañado por numerosos milagros, sintiendo cerca la muerte indicó el lugar donde quería ser enterrado, fuera de la ciudad, y allí se hicieron solemnes funerales.
Estos datos biográficos son inciertos y se basan en gran medida en hipótesis y tradiciones que no son contrastables, pero el culto brindado al santo en su ciudad es muy antiguo y muy valiosas las obras de arte realizadas en su honor. En los estatutos municipales de 1307 se invoca a san Exuperancio como «jefe y guía del pueblo de Cingoli», y en las de 1325 la iglesia dedicada a él se colocó bajo la protección del Ayuntamiento.

fuente: Santi e Beati


Beato Timoteo Giaccardo

 


Beato Timoteo Giaccardo, presbítero
En Roma, beato Timoteo (José) Giaccardo, presbítero, que instruyó a muchos discípulos en la Pía Sociedad de San Pablo, para anunciar el Evangelio con un apropiado uso de los instrumentos de comunicación social.
Nació en Narzole (Italia) el 13 de junio de 1896. Fue bautizado el mismo día, recibiendo los nombres de José y Domingo. Después de encontrarse con el P. Santiago Alberione, siendo aún muy joven, ingresó en el seminario de Alba.

Sensible a las nuevas necesidades de los tiempos, y abierto a los nuevos medios de evangelización, en 1917, con el consentimiento de su obispo, pasó a la naciente Sociedad de San Pablo, como formador de los primeros jóvenes. Se le llamó «señor Maestro», querido, escuchado, seguido y venerado dentro del instituto y fuera de él. Fue el primer sacerdote y el primer vicario general de la Familia Paulina. Por su gran amor al Papa, en enero de 1926 fue enviado a Roma para abrir allí la primera casa filial de la Congregación.

En 1936 volvió a Alba como superior de la casa madre. Fidelísimo colaborador del Fundador, se prodigó sin descanso en favor de las congregaciones paulinas, a las que él llevó en sus brazos al nacer, orientándolas hacia una profunda vida interior y a sus respectivas modernas formas de apostolado. Su vida es un ejemplo actual de cómo es posible conciliar la más profunda vida espiritual con la más intensa vida apostólica.

Ofreció su vida para que se reconociera en la Iglesia la congregación paulina de la Pías Discípulas del Divino Maestro. El Señor aceptó su ofrenda. Murió el 24 de enero de 1948, víspera de la fiesta de la conversión de san Pablo. Sus restos mortales descansan en Roma, en la cripta del santuario dedicado a María, Reina de los Apóstoles, junto a la casa por él fundada. Fue beatificado por Juan Pablo II el 22 de octubre de 1989.

fuente: www.paulinos.sanpablo.es



Beato Guillermo Ireland




Beatos Guillermo Ireland y Juan Grove, mártires.
En Londres, en Inglaterra, beatos mártires Guillermo Ireland, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús, y Juan Grove, su ayudante, quienes, durante el reinado de Carlos II, acusados falsamente de sedición, sufrieron en Tyburn el martirio por su fe en Cristo.
Como lo hemos mencionado en otros artículos, el «Titus Oates plot» fue un complot ficticio supuestamente descubierto (pero en realidad creado por él) por el sacerdote protestante Titus Oates, que venía a denunciar en 1678 un plan de los católicos -especialmente de los jesuitas- de acabar con el rey Carlos II; la supuesta conspiración sirvió como excusa para acabar con algunos católicos sospechosos, aunque fue a su vez descubierta la falsedad de la trama unos años más tarde, y Titus Oates condenado a muerte por perjurio. William Ireland y John Grove fueron denunciados por el propio Oats.
William Ireland (1636-1679, imagen) trabajó durante 10 años en Flandes, en espera de regresar a su Inglaterra natal. Cuando finalmente pudo hacerlo, se desempeñó como procurador (responsable de las finanzas) de la Compañía de Jesús por sólo un año, antes de convertirse en la primera víctima de la conspiración de Titus Oates. Ireland había estudiado en el Colegio Inglés de Saint-Omer, Holanda, y entró en el noviciado jesuita con 19 años de edad. Después de estudiar teología en Lieja, fue ordenado en 1667. Finalmente, pudo regresar a Inglaterra en junio de 1677 y se estableció en Londres, donde utilizaba el alias de "Ferretero", mientras se ocupaba de los asuntos financieros de la misión jesuita.
John Grove era laico, y asistente legal del P. Ireland. Las últimas palabras de Grove en la horca fueron: «Somos inocentes, perdemos la vida injustamente. Rogamos a Dios que perdone a los causantes de esto.»
El P. Ireland y Grove fueron llevados a Tyburn el 24 de enero de 1679. El pueblo de Londres descargó sobre ellos piedras e insultos, y fueron arrastrados al patíbulo, donde fueron ahorcados, y luego sus cuerpos fueron descuartizados. Fueron beatificados en 1929 por SS Pío XI.

 web jesuita y de la Catholic Encyclopedia.

Beato Vicente Lewoniuk

 

Beatos Vicente Lewoniuk y doce compañeros, mártires
En Pratulin, en la región de Siedlce, en Polonia, beatos Vicente Lewoniuk y doce compañeros, mártires, que, firmes ante las amenazas y halagos de los que querían apartarlos de la Iglesia católica, fueron asesinados o heridos mortalmente por haberse negado a entregar las llaves de la parroquia. Son sus nombres: beatos Daniel Karmasz, Lucas Bojko, Bartolomé Osypiuk, Honofrio Wasiluk, Felipe Kiryluk, Constantino Bojko, Miguel Nicéforo Hryciuk, Ignacio Franczuk, Juan Andrzejuk, Constantino Lubaszuk, Máximo Hawryluk y Miguel Wawrzyszuk.
En el sitio del Vaticano no se encuentra publicada -ni siquiera en otros idiomas que el castellano- la homilía de la misa de beatificación, realizada en Roma el 6 de octubre de 1996; sin embargo tres años después, en su viaje a Polonia de junio de 1999, el Santo Padre dio una homilía en la que hizo alusión a la beatificación de este grupo, extrayendo de ellos una preciosa enseñanza sobre la unidad de la Iglesia. Reproducimos el fragmento central de esa predicación, que puede leerse entera en el sitio del Vaticano:

«Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros» (Jn 17, 11)

Cristo pronunció estas palabras la víspera de su pasión y muerte. En cierto sentido, son su testamento. Desde hace dos mil años, la Iglesia avanza en la historia con este testamento, con esta oración por la unidad. Sin embargo, hay algunos períodos de la historia en los que esa oración resulta particularmente actual. Nosotros estamos viviendo precisamente uno de esos períodos. Si el primer milenio de la historia de la Iglesia estuvo marcado esencialmente por la unidad, ya desde el inicio del segundo milenio se produjeron las divisiones, primero en Oriente y más tarde en Occidente. Desde hace casi diez siglos el cristianismo vive desunido.
Esa desunión se ha expresado y se expresa en la Iglesia que desde hace mil años realiza su misión en Polonia. En el período de la primera República, los extensos territorios polaco-lituano-rutenos constituían una región donde coexistían las tradiciones occidental y oriental. Sin embargo, se fueron manifestando gradualmente los efectos de la división que, como es sabido, se produjo entre Roma y Bizancio a mitad del siglo XI. Poco a poco se fue despertando también la conciencia de la necesidad de restablecer la unidad, especialmente a raíz del concilio de Florencia, en el siglo XV. El año 1596 tuvo lugar un acontecimiento histórico: la así llamada «Unión de Brest». Desde entonces, en los territorios de la primera República, y especialmente en los orientales, aumentó el número de las diócesis y de las parroquias de la Iglesia greco-católica. Aun conservando la tradición oriental en el ámbito de la liturgia, de la disciplina y de la lengua, esos cristianos permanecieron en unión con la Sede apostólica.
En la diócesis de Siedlce, donde nos encontramos hoy, y en particular en la localidad de Pratulina, se brindó un testimonio especial de ese proceso histórico. En efecto, aquí fueron martirizados los confesores de Cristo pertenecientes a la Iglesia greco-católica, el beato Vicente Lewoniuk, y sus doce compañeros.
Hace tres años, durante su beatificación en la plaza de San Pedro, en Roma, dije que «dieron testimonio de fidelidad inquebrantable al Señor de la viña. No lo defraudaron, sino que, habiendo permanecido unidos a Cristo como los sarmientos a la vid, dieron los frutos esperados de conversión y santidad. Perseveraron, incluso a costa del sacrificio supremo. (...) Como siervos fieles del Señor, confiando en su gracia, testimoniaron su pertenencia a la Iglesia católica en la fidelidad a su tradición oriental. (...) Con ese gesto generoso los mártires de Pratulina defendieron no sólo el templo frente al cual fueron asesinados, sino también a la Iglesia que Cristo confió al apóstol Pedro, porque se sentían sus piedras vivas».
Los mártires de Pratulina defendieron la Iglesia, que es la viña del Señor. Permanecieron fieles a ella hasta la muerte, y no cedieron a las presiones del mundo de entonces, que precisamente por eso los odiaba. En su vida y en su muerte se cumplió la petición de Cristo en la oración sacerdotal: «Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado (...). No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. (...) Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad» (Jn 17, 14-15. 17-19). Dieron testimonio de su fidelidad a Cristo en su santa Iglesia. En el mundo en el que vivían, con valentía trataron de derrotar, mediante la verdad y el bien, al mal que se extendía, y con amor quisieron vencer al odio que reinaba. Como Cristo, que por ellos se entregó a sí mismo en sacrificio, para santificarlos en la verdad, también ellos entregaron su vida por la fidelidad a la verdad de Cristo y en defensa de la unidad de la Iglesia. Esta gente sencilla -padres de familia- en el momento crítico prefirió la muerte antes que ceder a presiones que atentaban contra su conciencia. «¡Qué dulce es morir por la fe!», fueron sus últimas palabras.
Les agradecemos ese extraordinario testimonio, que se ha convertido en patrimonio de toda la Iglesia que está en Polonia para el tercer milenio, que ya se aproxima. Dieron una gran contribución a la construcción de la unidad. Cumplieron hasta el fin, mediante el generoso sacrificio de su vida, la oración de Cristo al Padre: «Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros» (Jn 17, 11). Con su muerte confirmaron la fidelidad a Cristo en la Iglesia católica de tradición oriental.
Ese mismo espíritu animó a las multitudes de fieles de rito bizantino-ucranio, obispos, sacerdotes y laicos, que durante los cuarenta y cinco años de persecución han mantenido la fidelidad a Cristo, conservando su identidad eclesial. En este testimonio, la fidelidad a Cristo se mezcla con la fidelidad a la Iglesia y se transforma en servicio a la unidad.


fuente: Vaticano

Beato José Timoteo Giaccardo




José Timoteo Giaccardo nació en Narzole (Cuneo, Italia) el 13 de junio de 1896. Aún adolescente, se encontró con el padre Santiago Alberione, quien lo encaminó al seminario de Alba. Sensible a las nuevas necesidades de la época y abierto a 
las nuevas formas de evangelización, con el consentimiento del obispo, pasó a la naciente Sociedad de San Pablo, como maestro de los primeros jóvenes. Primer presbítero de la Congregación, amado, escuchado venerado dentro y fuera de la Familia Paulina, ayudó a los primeros grupos de paulinos y paulinas a definir su propia fisonomía.

En enero de 1926, por su gran amor al papa, fue enviado a Roma para abrir e iniciar la primera casa filial, cerca de la Basílica de San Pablo. Por su experiencia y sus capacidades humanas, en 1936 volvió a Alba como superior de la Casa Madre, tornando de nuevo a Roma como Vicario general en 1946.

El beato Timoteo Giaccardo fue el guardián atento del patrimonio espiritual de la nueva institución, el portavoz de la mente del Fundador. Colaborador suyo fidelísimo, se prodigó sin descanso en favor de las Congregaciones paulinas, a las que guió a una profunda vida interior y a los respectivos apostolados. Ofreció su vida para que se reconociera en la Iglesia la congregación de las Pías Discípulas del Divino Maestro. El Señor aceptó la oferta y murió el 24 de enero de 1948.

Del beato Timoteo Giaccardo se conocen la bondad, la humildad, el espíritu de fe y de oración, la devoción a la Virgen, las dotes como maestro... No se conoce tanto, en cambio, su dimensión apostólica, a pesar de que fue un gran apóstol, dedicado a difundir el Evangelio a través de los medios de comunicación social, inscrito, entre otras cosas, en el colegio de periodistas profesionales.

No le resultó fácil el paso del ideal de la pastoral tradicional directa, a la mística paulina, según la cual “las máquinas son nuestros púlpitos; la tipografía es como nuestra iglesia; en el altar se multiplica Jesús eucarístico, en la tipografía se multiplica Cristo verdad”, en palabras del padre Alberione. Pero fue un paso heroico que él llevó hasta la identificación plena con el ideal del Fundador: “La impresión va concretándose –escribió–; la prensa católica es la idea reina de mi vida, la señora de mi mente, de mi voluntad, de mi corazón”.

Que su dedicación al apostolado paulino fue realmente admirable lo demuestran los hechos: poco después de llegar a Roma en 1929, de la imprenta paulina salían ya varios boletines diocesanos. En Alba, a sus funciones de dirección, formación y orientación espiritual de una casa con más de 300 personas, se añadían las preocupaciones externas: seguir los trabajos, tratar con los proveedores, las relaciones con las autoridades religiosas y civiles...

Y sin embargo, la actividad del padre Giaccardo en el campo del apostolado específico paulino fue increíblemente dinámica y fecunda. Él estimuló y fomentó la“redacción”, invitando a los hermanos a escribir para que se comunicase “la palabra que Dios ha pronunciado y nos ha confiado a nosotros”. Promovió la técnica, porque “hay que dar al apostolado lo mejor” y poco a poco renovó todos los departamentos de composición, impresión, encuadernación y expedición, con medios cada vez más modernos. Al mismo tiempo cuidaba la propaganda, para que la Palabra nose quedara prisionera en el almacén o en las librerías.

Benedicto XVI dijo: “Los santos son los verdaderos protagonistas de la evangelización en todas sus formas. Especialmente ellos son también los pioneros y los que arrastran en la nueva evangelización”. Casi en paralelo con estas palabras del papa, el beato Santiago Alberione afirmaba del beato Timoteo Giaccardo que “era un suscitador de energías, un apoyo para los débiles, luz y sal en sentido evangélico”.

“Las obras de Dios se realizan con hombres de Dios”, decía el Fundador. Y afirmaba del beato Timoteo:“Él fue el Maestro que a todos precedía con el ejemplo, que todo lo enseñaba, que a todos aconsejaba, que todo lo construía con su iluminada y cálida oración... Siempre todo para todos; el primero, considerándose el último; sensibilísimo, docilísimo, delicadísimo... Formador de muchas almas, modelo de toda virtud, fiel colaborador en el crecimiento de la Familia Paulina, piadoso, humilde, amado por todos, vivió de intimidad con el Divino Maestro camino, verdad y vida... En la Familia Paulina fue como el corazón y el alma”.

Por su riqueza en valores humanos, por su completa personalidad de hombre interior y hombre de acción, por su fidelidad hasta el sacrificio de sí mismo en la configuración con Cristo, en definitiva, por su gigantesca dimensión humana, espiritual y apostólica, el beato Timoteo Giaccardose presenta no solo como modelo para sacerdotes y religiosos, sino para todos los fieles, en consonancia con las directrices del papa para el Año de la fe y para el Sínodo de los Obispos, que invitan a recuperar la alegría de la fe y comunicarla de forma renovada.

De ese modo nos descubre el verdadero secreto de la plenitud y la santidad: la capacidad de vivir en unidad las diversas dimensiones de la vida, que se armonizan y se revelan a través de esa unidad personal que se consigue solo en el Maestro Jesús. Que es también el secreto del progreso, de la eficacia apostólica y de la alegría de ser cristianos.






Jesús Maestro, 
camino, verdad y vida, 
te doy gracias y bendigo tu corazón 
por el gran regalo del evangelio 
y por haber llamado al beato Timoteo Giaccardo 
a predicarla en todo el mundo 
con los medios de comunicación social.

Por intercesión de tu siervo fiel, 
haz que todos lo acojan, lo lean y lo escuchen con fe viva, 
según el espíritu de la Iglesia, 
y que todos los fieles, 
siguiendo el ejemplo del beato Timoteo, 
lo difundan con el mismo amor con que tú, Señor, lo predicaste.

Jesús,
Maestro bueno, 
glorifica en tu Iglesia a este sacerdote, 
que gastó su vida por tu gloria 
y por la salvación de los hombres, 
y por su intercesión, 
concédeme la gracia que ahora te pido...

Jesús Maestro. 
camino, verdad y vida. 
ten piedad de nosotros.

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