sábado, 31 de enero de 2015

Santa Marcela de Roma - Santos Ciro y Juan, de Alejandría - San Metrano de Alejandría - San Waldo de Évreux - Beata Luisa Albertoni 31012015


Santa Marcela de Roma

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Santa Marcela, viuda

En Roma, conmemoración de santa Marcela, viuda, la cual, como recuerda san Jerónimo, abandonando sus riquezas y dignidades, se ennobleció con la pobreza y la humildad.
San Jerónimo llama a santa Marcela «la gloria de las matronas romanas». Habiendo perdido a su esposo a los siete meses de matrimonio, Marcela rechazó las proposiciones del cónsul Cereal y decidió imitar a los ascetas del Oriente. Se privó del vino y de la carne, consagró su tiempo a la lectura espiritual, la oración, las visitas a las iglesias de los mártires, y no habló jamás a solas con ningún hombre. Otras mujeres de noble linaje siguieron su ejemplo y se pusieron bajo su dirección, y Roma presenció la formación de varias comunidades de ese tipo en breve tiempo. Nos han quedado dieciséis cartas de san Jerónimo a santa Marcela, en respuesta a las preguntas que la santa le hacía; pero ésta no se contentaba con escuchar pasivamente las respuestas del Doctor de la Iglesia, sino que discutía a fondo sus argumentos y aun le reprendía por su mal carácter.
Cuando los godos saquearon Roma, el año 410, maltrataron a la santa para que revelase el sitio en que había escondido sus supuestos tesoros, que en realidad habían pasado a manos de los pobres, desde mucho tiempo atrás. La santa no temía por sí misma, sino por su discípula Principia (no su hija, como algunos han supuesto erróneamente). Arrodillándose, pues, ante los soldados, les rogó que no le hicieran daño alguno. Dios les movió a compasión, y estos condujeron a las dos mujeres a la iglesia de San Pablo, en la que Alarico respetaba el derecho de asilo. Santa Marcela murió poco tiempo después, en los brazos de Principia, a fines de agosto del año 410. El Martirologio Romano venera su memoria en el día de hoy.
Todos los datos que poseemos sobre santa Marcela provienen prácticamente de las cartas de san Jerónimo, especialmente de la 127, titulada Ad Principiam virginem, sive Marcellae viduae epitaphium (Migne, PL., vol. XXII, cc. 1087 ss.). Ver también Grützmacher, Hieronymus; eine biographische Studie, vol. I, pp. 225 ss.; vol. II, pp. 173 ss.; vol. III, pp. 195 ss.; Cavallera, Saint Jeróme (2 vols., 1922).
En España, en la región de Andalucía, hay cofradías que tienen imágenes de santa Marcela, pero no debe confundirse esa santa con la conmemorada hoy, ya que Marcela es también uno de los tantos nombres con los que se conoce a la Verónica,  la anónima mujer que enjugó el rostro de Jesús, y a ella se refieren las imágenes de santa Marcela de la Semana Santa española. 

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

San Ciro de Alejandría

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Santos Ciro y Juan, mártires
También en la ciudad de Alejandría, santos mártires Ciro y Juan, los cuales, después de muchos tormentos, fueron decapitados por confesar a Cristo.
Ciro era un médico de Alejandría a quien el ejercicio de su profesión había dado múltiples ocasiones de atraer a los paganos a la fe de Jesucristo. Juan, que era árabe, al saber que una dama llamada Anastasia y sus tres hijas eran torturadas en Canopo de Egipto, por el nombre de Cristo, fue a dicha ciudad para animarlas a sufrir, acompañado de Ciro. Ambos fueron aprehendidos y cruelmente golpeados; los verdugos les quemaron los costados con antorchas encendidas y echaron sal sobre sus heridas, en presencia de Anastasia y sus hijas, quienes fueron también torturadas. Finalmente, las cuatro mujeres fueron decapitadas, mientras que a Ciro y Juan se les cortó la cabeza algunos días más tarde, el 31 de enero. Las Iglesias siria, egipcia, griega y latina veneran la memoria de los mártires.
Sobre estos santos que, al igual que Cosme y Damián, fueron venerados en Grecia como médicos que no cobraban honorarios, existe abundante literatura. Entre ella, sobresalen tres breves discursos de San Cirilo de Alejandría y un panegírico de San Sofronio, patriarca de Jerusalén (638). En dicho panegírico, se encuentran algunos datos sobre una práctica semejante a la incubación, tan común en los templos de Esculapio. La autoridad de los escritos de San Sofronio, que había sido curado en el santuario de los mártires Ciro y Juan, descansa en parte sobre las citas que se hallan en los documentos del segundo Concilio de Nicea, en 787. San Cirilo narra un hecho interesante: para acabar con los ritos supersticiosos de Isis que sobrevivían todavía en Menuthi de Egipto a principios del siglo V, el mejor medio que encontró San Cirilo fue trasladar a dicha ciudad las reliquias de los santos Ciro y Juan. El gran santuario que fue construido en Menuthi se convirtió en un famoso sitio de peregrinación. El nombre actual de la ciudad es Abukir, célebre por la victoria del almirante Nelson en 1798 y por el desembarco de Sir Ralph Abercrombie en 1801. Abukir es un nombre derivado de Ciro, el primero de nuestros mártires. Por extraño que parezca, en los alrededores de Roma existe la pequeña iglesia de Santa Passera, nombre que también proviene de una transformación del de San Ciro: Abbáciro, Pácero, Passera.
 P. Sinthern, en Romische Quartalschrift, vol. XXII (1908), pp. 196-239; H. Delehaye, en Analecta Bollandiana, vol. XXX (1911), pp. 448-450, y Legendes of the Saints (1907), pp. 152 ss.; P. Peeters, en Analecta Bollandiana, vol. XXV (1906), pp. 233-240; y BHG., pp. 33-34. Los discursos de San Cirilo se hallan en Migne, PG., vol. LXXVII, c. 1110; ahí mismo se encuentra también el relato de San Sofronio, cc. 33-79.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

San Metrano de Alejandría

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San Metrano, mártir
Conmemoración de san Metrano, mártir en Alejandría de Egipto, que en tiempo del emperador Decio, por negarse a proferir palabras impías, como le exigían los paganos, primero fue cruelmente atormentado y después, conducido fuera de la ciudad, lapidado hasta la muerte.
En una carta de Dionisio de Alejandría al obispo Fabio de Antioquía, el autor, casi contemporáneo de los hechos, apenas un par de años más tarde, escribe que «Entre nosotros [es decir, en Alejandría], la persecución no comenzó con el edicto imperial, sino que se anticipó un año entero [...] Al primero, pues, a quien echaron mano fue a un viejo llamado Metras; le intimaron a que dijera palabras impías, y como él no obedecía, le apalearon el cuerpo, y le pincharon la cara y los ojos con cañas puntiagudas; lo llevaron al arrabal, y allí le lapidaron».
En las representaciones icónicas aparece, como Esteban, llevando piedras en las manos, en alusión al instrumento de muerte. También san Sofronio de Jerusalén (siglo VII) menciona al pasar en una de sus obras a «Metras el santo mártir», que generalmente se identifica con el santo que estamos conmemorando. El martirologio de Usuardo, del siglo IX, lo inscribe el día 31 de enero, de donde pasó al Martirologio Romano y a la mayoría de los martirologios históricos, aunque algunos pocos lo inscriben en fechas que van desde el 30 de enero al 20 de febrero.
Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea, VI,41,1-3 (aquí se cita de la edición BAC 2008, tr. de Argimiro Velasco-Delgado). Sobre la persecución en Aleandría, ver P. Allard, Histoire des perséc., vol. II p. 375ss; Delehaye, Les orig. du culte des martyrs, p. 250.254; Acta Sanctorum, enero II, pág. 1079

San Waldo de Évreux

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San Waldo de Évreux, obispo
En el territorio de Coutances, en Neustria, san Waldo o Gaudo, obispo de Évreux.
En un listado de obispos de Évreux proveniente del siglo XII figura san Gaudo (Waldo, Gault) en quinto lugar; sin embargo, no hay dos episcopologios de la sede de Évreux que coincidan en los primeros siglos. Como intento un poco desesperado, en la actualidad se reconoce la posibilidad de dos san Gaudo: uno en el siglo V, y el que nos ocupa, del siglo VII. Pocos testimonios había de uno solo, ¡lo que quedaría si los repartiéramos en dos! Lo cierto es que lo poco que nos ha llegado habla de san Gaudo como cercano -sucesor luego de un período vacante- al fundador de la sede, san Taurino (siglo IV), lo que hace pensar en el siglo V. Incluso en 1131 se encontró una tumba en Saint-Pair, un pueblo unos a unos 250 Km de Évreux que decía "Ilic requiescit beatus Gaudus" (aquí descansa san Gaudo); la leyenda local lo identifica con san Gaudo de Évreux, que habría dejado la sede (por causas desconocidas) y abrazado la vida eremítica en Sait-Pair. A este san Gaudo, considerado discípulo de san Taurino, se le dedica en Saint-Pair un oratorio donde se alzaba la celda de su retiro, y es el patrono del lugar. Naturalmente, el otro san Gaudo del siglo VII -si es que es otro- también murió en Saint-Pair...
Todo esto es un galimatías, cuyos detalles en realidad se ramifican en los listados episcopales, y nuestro Gaudo va ocupando una y otra plaza libre en una memoria colectiva que quedó irremediablemente dañada por falta de documentos, cuando no se convierte en protagonista de novelerías devotas muy imaginativas pero carentes de todo sustento histórico. Lo único cierto que tenemos es: hubo un obispo Gaudo en Évreux, que vivió con probabilidad en el siglo VII, cuya fama de santidad fue suficiente para que las historias locales lo recordaran con el título de santo, aunque nosotros no tengamos ya modo de saber qué fue lo que alimentó y sostuvo esa convicción.

Beata Luisa Albertoni

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Beata Luisa Albertoni, viuda
En Roma, beata Luisa Albertoni, que educó cristianamente a sus hijos y, al morir su esposo, tras entrar en la Tercera Orden Regular de San Francisco, prestó ayuda a los necesitados, hasta el punto de que, de ser rica, llegó a la total pobreza.
Nació en Roma en 1473, hija de Esteban Albertoni y Lucrecia Tebaldi, ambos de noble familia. Su padre, sin embargo, murió cuando ella no llegaba a los tres años, y como la madre se volvió a casar, la niña quedó al cuidado y educación de su abuela, primero, y luego de sus tías. Acorde con las costumbres de la época, ya joven fue dada en matrimonio a Santiago della Cetara, con quien tuvo tres hijas. Vivió una feliz unión, pero enviudó joven, a los 32 años, y a partir de allí se dedicó enteramente a la vida de piedad: ingresó como terciaria franciscana, y repartía su tiempo entre el cuidado de los pobres y enfermos, y la vida de oración y penitencia.
Se distinguió por su generosidad, unida al deseo -no satisfecho- de quedar oculta y no querer recibir halagos humanos. Esta dadivosidad que le hacía alimentar a todos los pobres que se le acercaran le trajo graves conflictos con su familia, ya que, literalmente, gastaba en ello su fortuna, hasta que quedó en la pobreza ella misma; por ese motivo la familia le asignó una pensión, pero esa misma pensión la repartía entre sus escasas necesidades y el cuidados de los pobres.
En sus últimos años Dios la premió con el anticipo de su paz, y la hizo gozar de éxtasis extraordinarios. Murió en 1533, venerada por sus conciudadanos, y su tumba fue meta de devoción y lugar de milagros. El culto fue confirmado en 1671 por el papa Clemente X. Por esos mismos años se realizó el reconocimiento de sus reliquias, y se construyó la nueva tumba en la iglesia de San Francisco a Ripa, adornada con una estatua de Bernini que la representa en éxtasis. Sus reliquias continúan allí mismo.
La fuente general es una Vita escrita por G. Polo, «Vita della B. Lodovica Albertoni», en 1672, así como el Aureole Séraphique, de Léon, vol. I, pp. 127-132. este artículo sigue los lineamientos del correspondiente del Butler. Escultura: Éxtasis de la beata Ludovica, de Bernini, 1670, Cappella Altieri, San Francesco a Ripa, Roma.

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