60. El gran tapiz.
Hace algunos días, con motivo de los dos comentarios que en este mismo rincón hice sobre la enfermedad, un amigo me ha enviado un ensayo de Marañón que yo desconocía y que me conmueve profundamente. Lo transcribo y comento para mis amigos.
Comienza don Gregorio subrayando que «no debe interpretarse la aceptación del dolor, y hasta el regusto buscando el dolor, como pasiva actitud ante lo fatal, sino como reconocimiento del valor divino de ese sufrir, en cuanto manantial de vida nueva y origen de nuestra protección moral».
Es algo que reiteradamente se ha dicho en este cuaderno: el dolor, el fracaso, el mal no han de ser buscados; ni siquiera basta con «resignarse» ante ellos; hay que convertirlos en lo que son: palancas para lanzar más lejos nuestra vida, cuchillos con los que afilar mejor nuestras almas, fuentes de revitalización de nuestras zonas olvidadas u oscuras.
Pero hay algo más. Por eso sigue el texto de don Gregorio Marañón: «Y como la perfección moral tiene su fórmula suprema en el amor a los demás, y como el bien que deseamos a los demás es ansia de que no sufran, el que sufre con alegría está gestando el que no sufran los otros hombres.»
También ésta es una obsesión de estas páginas mías: mi dolor no sólo es fecundo para mí; lo es también para otros, también para el mundo. ¿Acaso vosotros creéis que los grandes avances del mundo los producen los poderosos, los listos, los sanos? ¿Quién de nosotros no ha recibido las mejores ayudas de gentes que saben «sufrir con alegría» o trabajar con esperanza?
Pero ahora quiero copiar también un tercer párrafo de Marañón que es a la vez desconcertante y conmovedor: «En este mundo que queremos explicar con nuestros pobres sistemas filosóficos y cuyo sentido verdadero sólo conoce Dios es posible que ocurran cosas tan extrañas como el que el hallazgo de una droga que suprime una jaqueca o la intuición de un acto quirúrgico que alivia un sufrimiento intolerable no sea otra cosa que una lejana respuesta, plasmada ya en hechos tangibles en el alambique del tiempo, a unas horas de arrebato de un San Juan de la Cruz, cuando se complacía en sufrir, en apariencia por fruición de sufrir, pero, en realidad, para comprender mejor el dolor de los demás.»
Pido al lector que lea un par de veces este párrafo y que piense después en su autor. Porque Marañón era un científico, y aquí estamos ¿en el terreno de la poesía?, ¿en el de la magia?, ¿en el de la mística? Y planteémonos las preguntas que de ese texto se derivan: ¿Acaso mi alegría de hoy ha sido ganada por alguien a quien desconozco? ¿Mi lucha de esta tarde repercutirá tal vez en el progreso del mundo dentro de medio siglo?
Los cristianos, a eso, lo llamamos «comunión de los santos». Porque creemos que nadie está solo. Que todos sostenemos a todos. Que el mundo es como un gran tapiz cuya urdimbre completa sólo descubriremos al otro lado de la muerte. Tal vez este hilo que pongo yo hoy en el tapiz está dibujando una figura cuyo dibujo yo nunca veré.
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