sábado, 31 de enero de 2015

62. Sangrar o huir (Razones desde la otra orilla) José Luis Martín Descalzo

62. Sangrar o huir
Esta es la historia de una mujer de unos cuarenta años que estudió ATS pero apenas llegó a practicarlo. La boda y los cuatro hijos que tras ella vinieron la alejaron del mundo de los hospitales. Pero ahora, mayorcitos ya sus muchachos, ha querido regresar a su vida laboral y está atravesando una gran crisis emocional: se ha topado --después de unos años felices- con la realidad sangrante de la vida.
«Al escribir todos los días -me dice en su carta- tantos informes y ver tantos niños con tumores y jóvenes con enfermedades cerebrales sin solución, no sé qué camino tomar. El más fácil es dejar de trabajar para no sufrir. Pero sé que Dios está siempre en mi vida y me ha puesto ahí para que lleve una vida más cristiana, más auténtica. Ya sé que lo fácil es ir a misa los domingos y rezar. Pero también sé que puedo ayudar a los demás, procurar animarles y darles esperanza. Eso es lo difícil: buscar el camino de la esperanzas
Creo que no necesito decirle a esta amiga que ella ha elegido perfectamente bien. Que lo humano y lo cristiano es quedarse y no huir. Que lo cómodo sería regresar al refugio de su hogar y no palpar la sangre que este mundo chorrea. La esperanza no es, no puede ser, una fuga. No se tiene esperanza por haber cerrado los ojos y dedicarse a chupetear la propia felicidad mientras el mundo rueda.
En las páginas de este cuaderno he hablado muchas veces de alegría. Pero no me gustaría que nadie entendiese que yo predico el gozo por el gozo, el fabricarse una torre de cristal en la que uno se aísle de la sangre del mundo. La vida -lo repetiré una vez más-- es hermosa, pero no fácil; es alegre, pero cuesta arriba; es apasionante, pero no acaramelado. De 1a alegría de la que yo suelo hablar es esa que hay detrás del sudor o del dolor. Hay que tener mucho cuidado de no confundir el optimismo con la morfina o la esperanza con el egoísmo.
Pero si uno se sumerge en la realidad y la realidad es tan dolorosa como es, ¿cómo podrá evitar que ese dolor no termine asaltando su propia alma, que la esperanza vaya progresivamente envenenándose y que uno termine habitando en la amargura?
Sí, éste es un gran riesgo. La visión diaria del dolor acaba con frecuencia dominando nuestros nervios y convirtiéndonos en unos rebeldes gritadores más. Pero me parece que ahí es donde se muestra el coraje de las almas. Los santos, los grandes ayudadores de la Humanidad, fueron los que supieron convivir con la amargura sin amargarse, chapuzarse en el dolor sin que su alma dejara de apuntar como una flecha hacia la luz. Eso fue, en definitiva, lo que hizo Cristo.
Claro que para eso hace falta una gran humildad: saber que nuestro trabajo mitigará, cuando mucho, un cinco por ciento del dolor que nos rodea. Y aceptar que eso es ya una gran tarea. Md veces más humana y cristiana que encerrarse en la dulce Babia de los que huyen a la comodidad.

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