Sueños y sueñas
La vida es sueño decía sobre
las tablas del teatro un escritor genial llamado Pedro Calderón de La Barca.
Con la muerte de este maestro del pensar y del expresar, según dicen los
investigadores que cuentan la crónica de la historia, se puso punto final al llamado
'Siglo de Oro' del imperio en el que no se ponía el sol... hasta que comenzó a
ponerse y dejó de hablarse del tal imperio hasta ni se sabe...
Desde que el ser humano es
tal, existieron los sueños. Los sueños de ellos, los sueños de ellas y los sueños
de cada cual. Cada ser humano sueña a su manera, se diga como se desee
decir. Es decir, los sueños pertenecen a la identidad de las propias neuronas
cerebrales.
Por estas razones siempre que
oigo en labios de alguien o leo en las palabras de alguien aquello de que 'he
tenido un sueño' me dispongo a escuchar y contemplar. Es decir, me predispongo
para estar atento, vigilante... Soñar es siempre una invitación a caminar. Por
eso, paradógicamente, se suele soñar despierto y por la noche. ¡Qué curioso todo!
Sin dejar de hablar de esta
realidad humana, añado que en el mundo de los libros de la Biblia no solo
existe el sueño, sino que sobreabunda. Sueñan los hombres y las mujeres. Y,
como no podía ser menos, sueña también el galileo de Nazaret llamado Jesús. Ya
se me dirá si no es un sueño aquello de "Felices, dichosos y
bienaventurados...". Puedo admitir que fue un sueño tanto de aquel Jesús
como de su cronista historiador Mateo, o Marcos o Lucas o Juan...
Y bien enharinados (de
meterse en harina), también tú y yo somos y tenemos sueños. Muy afortunadamente
tenemos sueños. Contaré uno de los míos, modestamente y en estos días en los
que llega noviembre. Me confirman mis fuentes de información que en los
dicasterios vaticanos existe una cuenta corriente (CC) de banco para cada una
de las personas fallecidas y ya venerables por haberse iniciado su proceso de
canonización. Puedo afirmar que de una institución que conozco hay ahora
veinticinco causas abiertas con sus correspondientes CC listas. Un día, me
digo entre sueños, se dejará de nombrar santos y santas de peana y dosel. Sueño
estas cosas y me río yo mismo de mi mismo. Y me digo que para estos sueños ni
tan siquiera se necesitan noches, porque hay tanto que soñar... que no merece
la pena perder el tiempo en estas santidades de oropel. Soñaba en todo esto y
me quedé dormido hasta que se me cayó la biblia de las manos y desperté. Miré
la página abierta y leí: 'En la cátedra de Moisés se han sentado...' Lo
cuenta Mateo en el capítulo 23º de su Evangelio.
A continuación pueden leerse
los comentarios.
Domingo 31º del TO. Ciclo
A (01.11.2020): Mateo 5,1-12a.
Fiados de Jesús y no de los catedráticos. Así lo escribo CONTIGO,
Por ser el día uno de noviembre se rompe el ritmo
de lectura del Tiempo Ordinario en este Ciclo A del Evangelio de Mateo. Los
pasados domingos andábamos con Jesús de Nazaret en el Templo de Jerusalén
hablando, o peleándose, con unos y con otros a propósito de la autoridad. Es
decir, a propósito de las cuestiones de la religión, de los credos, de las
prácticas y las instituciones de la religión del pueblo que se creyó escogido
por su Yavé-Dios.
Después de este domingo primero de noviembre nos
quedan aún tres domingos más para acabar el Ciclo de Mateo. En ellos nos vamos
a leer las tres parábolas con las que se completa el quinto y último discurso
que sólo este Evangelista coloca en labios de su Jesús de Nazaret. Estas tres
parábolas dan forma al capítulo vigésimo quinto de este Evangelio. Pero las
gentes del pueblo, ¿cuándo escucharán en las liturgias del domingo TODA la
palabra de este Mateo?
Por ser la fiesta llamada de ‘todas las santas y
santos’ se nos propone la lectura contemplativa y crítica de Mateo
5,1-12. Es decir, el comienzo del primero de los cinco discursos de los que
acabo de hablar. Este discurso completo abarca los capítulos quinto, sexto y
séptimo del Evangelio de Mateo. ¿Quién no ha escrito o comentado algo de este
relato de las ‘bienaventuranzas’? ¿Qué puedo comentar ahora que llegue a
despertar algo nuevo y actual?
Bienaventurada, dichosa y feliz la persona que
lea, comprenda, acepte y viva todo cuanto se dice en Mateo 7,12. De
esta manera es como entendió este Evangelista a su Jesús de Nazaret, su vida,
su misión, su buena noticia, su moral, su mandamiento, su política, economía,
religión y espiritualidad. Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los
demás. Este es el camino de las personas que quieren ser y vivir felices.
Esta propuesta que el Evangelista Mateo pone en
labios de su Jesús de Nazaret contrasta muchísimo con las predicaciones y
propuestas ofrecidas por las autoridades de la Sinagoga y del Templo de
Jerusalén que proclaman bienaventurado, dichoso y feliz al buen judío cumplidor
de la Ley de Moisés. Si uno guarda la Ley, la Ley le guardará a él.
Esta es la primera plegaria del libro de los Salmos. Una vez más me leeré sin
tiempo y en paralelo el Salmo 1 y Mateo 5,1-12. Constataré que estoy ante
dos caminos de vida y de fe distintos y distantes.
Y advierto desde este comentario que es posible
que muchos celebrantes de la liturgia católica decidan seguir la lectura del
Evangelio en el trigésimo primer domingo del Ciclo A. En este caso se
proclamará la lectura de Mt 23,1-12. Por ser mía la elección, me
leeré los dos relatos.
Si leemos este relato se caerá en la cuenta que
seguimos escuchando el mismo mensaje de Mateo y de su Jesús con palabras
diferentes. En 23,1-7 denuncia este Jesús que en la cátedra de
Moisés se han sentado los catedráticos blasfemos que proclaman unas cosas y
viven otras. Y sólo les ocupa el mantener los asientos de su autoridad. En
cambio, este Jesús de Mateo 23,8-12 ha venido a ponerse a la
altura del que está más abajo, del marginado, orillado, humillado, esclavizado,
ninguneado, enmudecido, paralizado, enceguecido, deshumanizado. Tú y yo que
leemos razonadamente, ¡nos fiamos de Jesús de Nazaret y no de los
catedráticos!
Carmelo Bueno Heras
Domingo 49º de ‘Los Hechos de los Apóstoles’
(01.11.2020): Hch 27,1-44.
“Ellos sí escucharán” (Hechos
28,28-29)
Desde ahora mismo, según nuestro cronista Lucas,
todo está dispuesto para el último viaje: desde Cesarea marítima, la gran
ciudad romana en el extremo oriental del Mediterráneo, hasta la capital del
Imperio del mundo conocido. Por entonces nadie sabía nada de otras tierras que
no fueran Asia, África o Europa. Pareciera que el dios de la creación se
hubiera guardado no un as en su manga, sino dos, que más tarde se llamaron
América y Oceanía.
“Cuando se decidió que emprendiésemos la
travesía para Italia encargaron de Pablo y de varios otros presos a un
centurión de la Legión Augusta llamado Julio” (Hch 27,1). Puede
apreciarse que tanto el relato como el viaje son muy extensos. Al comenzar la
lectura de Hch 28,1 se nos dirá que esta expedición marítima llegó, en muy
adversas condiciones, a la isla de Malta. Este texto de Hch
27,1-44 es el relato de la nueva etapa del viaje que, desde Jerusalén,
me atreví a calificar como el camino de la conversión de Pablo.
Ahora el narrador es ‘un nosotros’, como si el propio
Lucas hubiera decidido formar parte de las personas que van a compartir la
aventura de aquel barco y, sobre todo, compartir la experiencia de ‘estar con
Pablo’ con todas las consecuencias. El relato invita a imaginar...
En Hch 27,1-5 se cuenta el viaje, a
bordo de la nave de Adrumeto, desde Cesarea hasta la ciudad de Mira en la
región de Licia. Emociona la amabilidad comprensiva del centurión Julio que
permite a Pablo visitar a sus amigos de Sidón. Tal vez, una pequeña realidad
eclesial.
En Hch 27,6-12 continúa la narración
del viaje a bordo de una nave de Alejandría que se dirigía hacia Italia. La
etapa se inicia en Mira y da la impresión de que acaba en la isla de
Creta, pero nada se cuenta con precisión, en el espacio y el tiempo. Sólo queda
muy clarito el mensaje de Pablo que parece hablar como un profeta, aunque sea
sólo de infortunios: “Preveo que la travesía va a ser desastrosa” (Hch
27,10).
En Hch 27,13-44 leemos la etapa de
navegación por el Adriático entre las islas de Creta y Malta. El narrador nos
da cuenta de toda una retahíla de desastres para llegar a presentarnos a su
‘custodiado y encadenado Pablo’ como el hombre a tener en cuenta y ser
escuchado: “Debíais haberme hecho caso y no zarpar de Creta... Esta
noche se me ha presentado un ángel de Dios... Me fío de Dios... y sé que
tendremos que ir a parar a una isla...” (Hch 27,21-26).
Pronto sabremos que se cumplirá lo anunciado por
este Pablo de Lucas y sabremos que esa isla será Malta (Hch 28,1). Pero antes,
debemos comprender bien las intencionalidades del relato de este viaje. En este
maltrecho barco de Alejandria viajan en total 276 personas que han soportado lo
insoportable. Pero ahí está de nuevo este Pablo: “Con hoy lleváis
catorce días en vilo y en ayunas... Dicho esto tomó un pan, dio gracias... Lo
partió y se puso a comer... Una vez satisfechos, aligeraron el barco arrojando
el trigo al mar” (Hch 27,33-38). ¿Una eucaristía?
A la luz del nuevo día, aquellas gentes del barco
y del mar -autoridades, marineros, centurión, soldados y presos- reconocieron
la presencia de la tierra firme y decidieron descansar para poder llegar a
Roma, el destino del viaje. En este pequeño mundo, Pablo parece ser
‘alguien’.
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