Una guerra es la pandemia.
Creo que alguien lo ha dicho,
o tal vez lo soñé en alguna de las muchas fechas del calendario de este año de
2020. No tengo la pretensión de investigarlo a fondo, pero cada día que pasa se
me hace más presente esta imagen en el imaginario de mis neuronas. La guerra de
la pandemia del coronavirus.
Las palabras son las palabras
y siempre nos han servido a los humanos para llamar a las cosas por su nombre.
Así, la pandemia es una cosa y la guerra será otra cosa distinta. Pero a veces
la realidad se encarga de establecer matrimonios de conveniencia. Así, la
presencia del matrimonio de guerra y pandemia se deja sentir en más lugares de
los pensables.
Una guerra es la pandemia.
¿Cuánto sabe de guerras la humanidad? A veces creo que sabe tanto que no le da
tiempo a olvidarlo. Sabe bien esta humanidad que en la guerra matas o te
matan. Nadie queda indiferente. Por eso, toda guerra es inhumana. Y siendo ésta
así, ¿por qué se pone en marcha una guerra entre pueblos, tierras, razas,
religiones...? ¿Se pretende destruir al otro, aunque se tenga la certeza de
quedarse quebrantado, parapléjico y mal herido de por vida? En la guerra, el
otro es siempre un enemigo. Y el mejor enemigo es el enemigo muerto. Sin
embargo, su ausencia se hace herida siempre abierta mientras se respira. Y
sabiendo que es tanta la inhumanidad deshumanizadora de la guerra, ¿por qué se
decide dar voz y voto a una nueva guerra si no se llegará jamás a solucionar
nada? ¿Acaso sirve una guerra para progresar? Progresar es investigar sobre
todo aquello que nos permite convivir y sentirnos a gusto en donde cada ser
humano nace, arraiga, crece, aprende, vive, comparte, se desvive, acaba y
muere.
Escandaliza un poco hablar de
guerra en estos tiempos de pandemia mundial, valga la redundancia.
Algo o alguien ha provocado que este virus de la corona se haya convertido en
el arma homicida e impune de esta guerra no declarada ni responsabilizada.
Los números de esta pandemia,
que se nos recuerdan día tras día, acabarán con millones de personas e
instituciones, tal vez con pueblos enteros o con alguna que otra civilización,
pero en su arrasamiento nunca acabará ni con la humanidad, ni con la
vida. Así lo cuenta la historia de guerra tras guerra.
Confieso que aprenderemos
poco de esta pandemia, pero seguirán de pie tanto la humanidad como la vida. Me
lo cuenta el aire, que no tiene intenciones de acabarse. Este aire es más
abundante y mejor que todas las olas juntas del ir y venir de los virus de esta
guerra de la pandemia.
De nada de todo esto,
explícitamente, se habla en el Evangelio del domingo 15 de noviembre. Las
reflexiones del Evangelista Mateo las interpretarán muchos como que nos
encontramos en la antesala del final de todo. Mucho cuidado, me digo. Ni el
aire, ni la humanidad, ni la vida se acaban con una guerra o una pandemia. Lo
dice la historia del aire. Él sabe más que nadie o, al menos, tanto como todos
juntos. ¿Será este aire aquel hombre que repartía talentos en la parábola que
Mateo nos cuenta en el capítulo vigesimoquinto de su Evangelio? El aire, el
Aire, el AIRE. Creo que sí.
A continuación se encuentran
los comentarios.
Domingo 33º del TO. Ciclo A (15.11.2020): Mateo 25,14-30.
Este hombre y su hacienda son Mt 7,12. Lo escribo CONTIGO,
Penúltimo domingo de nuestro Ciclo A dedicado al
Evangelio de Mateo. Y penúltima parábola también del quinto y último discurso
de este Jesús de Nazaret del Evangelista. ¿Quién no recuerda haber leído u oído
la parábola del hombre aquel que deja su hacienda en manos de sus siervos
servidores? La primera y más superficial lectura de esta parábola de los
talentos nos hace pensar en directo en las gentes dedicadas a la banca y su
correspondiente especulación que despierta el ánimo de lucro. ¿El Reino de los
Cielos es una entidad bancaria?
La imagen de la presentación de resultados al
finalizar el ejercicio anual de una explotación nos asalta de inmediato al leer
Mateo 25,14-30. Y junto a esta imagen, evidentemente, todo lector comprende al
propietario como la propia imagen de un Dios banquero. Por cierto, muy acorde
con ese permanente imaginario del judío amante del dinero. En un comentario
anterior ya indiqué la clave de comprensión del mensaje escondido tras una
sencilla calculadora.
El Evangelista Lucas cuenta también una parábola
semejante. Pero según este Evangelista, Jesús la contó antes de llegar a
Jerusalén y no con todos los elementos que encontramos en la de Mateo. Tales
diferencias me sorprenden y no creo que sea sencillo explicárselas. El Jesús de
los Evangelistas Marcos y Juan se debió de olvidar contarnos una parábola
semejante a éstas.
“Un hombre, al ausentarse, llamó a sus
servidores y les encomendó su hacienda” (Mateo 25,14). ¿Este hombre es
el propio Jesús de Nazaret? Escribo que sí. Este hombre es Jesús.
El Evangelista Mateo se ha atrevido a
identificarse con su propio Jesús de Nazaret y nos lo ha descrito como la
presencia del ‘reino-reinado de los Cielos’. Y esta presencia real y verdadera
fue su propia vida de hombre judío, laico, galileo..., buen conocedor de los
asuntos de su tiempo y especialmente, de los relacionados con su religión. Él
es el hombre y su hacienda.
Y, consciente conocedor de esta realidad,
denunció las orientaciones deshumanizadoras y anunció una alternativa
sorprendentemente novedosa: “En síntesis: todo cuanto deseas que te hagan
los demás, házselo a ellos. Esta es toda la Ley y los Profetas” (se
refresca mi memoria de lector si me vuelvo a leer de forma seguida y completa
el relato en Mateo desde 5,1 hasta 9,1.
Creo que esta manera de comprender y vivir la
vida es la hacienda que aquel hombre puso en manos de sus seguidores que la
recibieron según las capacidades de cada uno de ellos. Y así se dedicaron a
vivir que viene a ser, en lenguaje de la parábola, como el invertir todo cuanto
se nos ha dado y hemos acogido.
Y me atrevo a creer algo más, según la
orientación explícita de esta parábola. Tú y yo hemos acogido esta ‘hacienda’
del hombre aquel, signo de la presencia del reino, y de esta manera también nos
hemos convertido en esa misma hacienda. Nuestro hacer a los demás lo que
deseamos que nos hagan nos convierte en esa misma hacienda que se va
multiplicando en la medida en la que la vamos compartiendo. Esta es la hacienda
del llamado por Mateo ‘reino-reinado de los Cielos’ que viene a ser también una
siempre nueva multiplicación de los panes.
Carmelo Bueno Heras
Domingo 51º de ‘Los Hechos de los Apóstoles’ (15.11.2020):
Hch 28,15-22.
“Ellos sí escucharán” (Hechos
28,28-29)
Según el narrador Lucas, hemos llegado al final
de casi todo. Estamos ya en Roma. Y hasta sabemos que existen ‘hermanos’,
¿seguidores de Jesús?, ¿del nuevo camino?, ¿cristianos? ¿pagano cristianos?,
¿judeo cristianos? De la presencia de Pedro en esta Roma, nada de nada: “Los
hermanos de Roma, que sabían de nuestras peripecias, salieron a recibirnos...”
(Hch 28,1).
Antes de continuar el comentario vuelvo a
releerme este capítulo final del Libro llamado de los Hechos de los Apóstoles.
Es decir, lo ya comentado de Hch 28,1-14 sería la primera parte y el final del
viaje en Roma; lo que estamos comentando aquí y ahora de Hch 28,15-22 sería la
segunda parte, el encuentro de Pablo con los judíos de Roma; y la tercera parte
del relato, Hch 28,23-31, que comentaré la próxima semana. Así, pues, se cumple
el anuncio que el Espíritu Santo dejó en los reunidos el día de ‘la despedida’
de Jesús de Nazaret: “Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría
y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,1-9). ¿Y el juicio?
A este Saulo-Pablo, llegado a Roma por expresa
petición suya para ser aquí juzgado, ¿no lo va a juzgar nadie? Nadie lo va a
condenar ni a perdonar. Lo comentaremos en la próxima página.
El relato de Hechos 28,15-22 nos lo
cuenta, al principio, un ‘nosotros’ (“salieron a recibirnos”) que
inmediatamente desaparece y deja su lugar a un ‘él’ (“al verlos, Pablo dio
gracias”). ¿Por qué no se escribió ‘al vernos’? ¿Se trata solo de una nueva
curiosidad para despertar la investigación de una peculiarísima tesis doctoral
con futuro y consecuencias eclesiales? Quizá.
El relato seleccionado es breve y creo que tiene
tres preciosos apartados. El primero es Hch 28,15-16. Pablo llega como
un prisionero de la justicia romana. Y sorprende que el narrador Lucas nos
adelante que se le permitiera vivir en una casa y bajo la vigilancia de un
soldado.
El segundo apartado es Hch 28,17-20 y lo
que se nos cuenta sucede tan sólo a los tres días de haber llegado de tan largo
y agitado viaje. Y vuelve a sorprenderme que sea el propio Pablo quien convoque
a los principales judíos de la ciudad para hablarles de sí mismo y de su
presencia. Y es a estos a quienes Pablo les llama hermanos: ‘Somos judíos’. Y
de esto habla abiertamente sin ser interrumpido. ¿Cuánta población judía vivían
entonces en Roma?
La casa donde está Pablo no es una Sinagoga, pero
da la impresión que de que se le parece mucho. ¿Cuántos judíos principales se
reunieron aquí? Este Pablo actúa igual que en sus anteriores viajes, al llegar
a una población, acudía en primer lugar a la Sinagoga para poder dirigirse a
los judíos allí reunidos: “Hermanos, estoy aquí preso sin haber hecho
nada... contra nuestros padres... no tengo intención de acusar a mi pueblo... Por
la esperanza de Israel llevo estas cadenas” (Hch 28,17-19). ¿Qué o cuál
es la esperanza de Israel? ¿Su liberación del poder de Roma llevada a cabo por
un Mesías que va a llegar en la segunda venida de un tal Jesús?
El tercer apartado es Hch 28,21-22. Leemos
aquí la respuesta de los judíos convocados. No saben nada de Pablo. Ni de su
persona, ni de sus credos religioso o político. Aquellos judíos principales sí
creen que los seguidores de Jesús son una secta rechazada. ¡Ya empezó el
juicio!
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