domingo, 15 de noviembre de 2020

Domingo 33º del TO. Ciclo A (15.11.2020): Mateo 25,14-30. Este hombre y su hacienda son Mt 7,12. y Domingo 51º de ‘Los Hechos de los Apóstoles’ (15.11.2020): Hch 28,15-22. “Ellos sí escucharán” (Hechos 28,28-29)

 Una guerra es la pandemia.

Creo que alguien lo ha dicho, o tal vez lo soñé en alguna de las muchas fechas del calendario de este año de 2020. No tengo la pretensión de investigarlo a fondo, pero cada día que pasa se me hace más presente esta imagen en el imaginario de mis neuronas. La guerra de la pandemia del coronavirus.

 

Las palabras son las palabras y siempre nos han servido a los humanos para llamar a las cosas por su nombre. Así, la pandemia es una cosa y la guerra será otra cosa distinta. Pero a veces la realidad se encarga de establecer matrimonios de conveniencia. Así, la presencia del matrimonio de guerra y pandemia se deja sentir en más lugares de los pensables.

Una guerra es la pandemia. ¿Cuánto sabe de guerras la humanidad? A veces creo que sabe tanto que no le da tiempo a olvidarlo. Sabe bien esta humanidad que en la guerra matas o te matan. Nadie queda indiferente. Por eso, toda guerra es inhumana. Y siendo ésta así, ¿por qué se pone en marcha una guerra entre pueblos, tierras, razas, religiones...? ¿Se pretende destruir al otro, aunque se tenga la certeza de quedarse quebrantado, parapléjico y mal herido de por vida? En la guerra, el otro es siempre un enemigo. Y el mejor enemigo es el enemigo muerto. Sin embargo, su ausencia se hace herida siempre abierta mientras se respira. Y sabiendo que es tanta la inhumanidad deshumanizadora de la guerra, ¿por qué se decide dar voz y voto a una nueva guerra si no se llegará jamás a solucionar nada? ¿Acaso sirve una guerra para progresar? Progresar es investigar sobre todo aquello que nos permite convivir y sentirnos a gusto en donde cada ser humano nace, arraiga, crece, aprende, vive, comparte, se  desvive, acaba y muere.

 

Escandaliza un poco hablar de guerra en estos tiempos de pandemia mundial, valga la redundancia. Algo o alguien ha provocado que este virus de la corona se haya convertido en el arma homicida e impune de esta guerra no declarada ni responsabilizada.

 

Los números de esta pandemia, que se nos recuerdan día tras día, acabarán con millones de personas e instituciones, tal vez con pueblos enteros o con alguna que otra civilización, pero en su arrasamiento nunca acabará ni con la humanidad, ni con la vida. Así lo cuenta la historia de guerra tras guerra.

 

Confieso que aprenderemos poco de esta pandemia, pero seguirán de pie tanto la humanidad como la vida. Me lo cuenta el aire, que no tiene intenciones de acabarse. Este aire es más abundante y mejor que todas las olas juntas del ir y venir de los virus de esta guerra de la pandemia. 

 

De nada de todo esto, explícitamente, se habla en el Evangelio del domingo 15 de noviembre. Las reflexiones del Evangelista Mateo las interpretarán muchos como que nos encontramos en la antesala del final de todo. Mucho cuidado, me digo. Ni el aire, ni la humanidad, ni la vida se acaban con una guerra o una pandemia. Lo dice la historia del aire. Él sabe más que nadie o, al menos, tanto como todos juntos. ¿Será este aire aquel hombre que repartía talentos en la parábola que Mateo nos cuenta en el capítulo vigesimoquinto de su Evangelio? El aire, el Aire, el AIRE. Creo que sí.

 

A continuación se encuentran los comentarios.

 

Domingo 33º del TO. Ciclo A (15.11.2020): Mateo 25,14-30.

Este hombre y su hacienda son Mt 7,12. Lo escribo CONTIGO,

 

Penúltimo domingo de nuestro Ciclo A dedicado al Evangelio de Mateo. Y penúltima parábola también del quinto y último discurso de este Jesús de Nazaret del Evangelista. ¿Quién no recuerda haber leído u oído la parábola del hombre aquel que deja su hacienda en manos de sus siervos servidores? La primera y más superficial lectura de esta parábola de los talentos nos hace pensar en directo en las gentes dedicadas a la banca y su correspondiente especulación que despierta el ánimo de lucro. ¿El Reino de los Cielos es una entidad bancaria?

 

La imagen de la presentación de resultados al finalizar el ejercicio anual de una explotación nos asalta de inmediato al leer Mateo 25,14-30. Y junto a esta imagen, evidentemente, todo lector comprende al propietario como la propia imagen de un Dios banquero. Por cierto, muy acorde con ese permanente imaginario del judío amante del dinero. En un comentario anterior ya indiqué la clave de comprensión del mensaje escondido tras una sencilla calculadora.

 

El Evangelista Lucas cuenta también una parábola semejante. Pero según este Evangelista, Jesús la contó antes de llegar a Jerusalén y no con todos los elementos que encontramos en la de Mateo. Tales diferencias me sorprenden y no creo que sea sencillo explicárselas. El Jesús de los Evangelistas Marcos y Juan se debió de olvidar contarnos una parábola semejante a éstas.

 

“Un hombre, al ausentarse, llamó a sus servidores y les encomendó su hacienda” (Mateo 25,14). ¿Este hombre es el propio Jesús de Nazaret? Escribo que sí. Este hombre es Jesús.

 

El Evangelista Mateo se ha atrevido a identificarse con su propio Jesús de Nazaret y nos lo ha descrito como la presencia del ‘reino-reinado de los Cielos’. Y esta presencia real y verdadera fue su propia vida de hombre judío, laico, galileo..., buen conocedor de los asuntos de su tiempo y especialmente, de los relacionados con su religión. Él es el hombre y su hacienda.

 

Y, consciente conocedor de esta realidad, denunció las orientaciones deshumanizadoras y anunció una alternativa sorprendentemente novedosa: “En síntesis: todo cuanto deseas que te hagan los demás, házselo a ellos. Esta es toda la Ley y los Profetas” (se refresca mi memoria de lector si me vuelvo a leer de forma seguida y completa el relato en Mateo desde 5,1 hasta 9,1.

 

Creo que esta manera de comprender y vivir la vida es la hacienda que aquel hombre puso en manos de sus seguidores que la recibieron según las capacidades de cada uno de ellos. Y así se dedicaron a vivir que viene a ser, en lenguaje de la parábola, como el invertir todo cuanto se nos ha dado y hemos acogido.

 

Y me atrevo a creer algo más, según la orientación explícita de esta parábola. Tú y yo hemos acogido esta ‘hacienda’ del hombre aquel, signo de la presencia del reino, y de esta manera también nos hemos convertido en esa misma hacienda. Nuestro hacer a los demás lo que deseamos que nos hagan nos convierte en esa misma hacienda que se va multiplicando en la medida en la que la vamos compartiendo. Esta es la hacienda del llamado por Mateo ‘reino-reinado de los Cielos’ que viene a ser también una siempre nueva multiplicación de los panes.

Carmelo Bueno Heras

 

Domingo 51º de ‘Los Hechos de los Apóstoles’ (15.11.2020): Hch 28,15-22.

“Ellos sí escucharán” (Hechos 28,28-29)

 

Según el narrador Lucas, hemos llegado al final de casi todo. Estamos ya en Roma. Y hasta sabemos que existen ‘hermanos’, ¿seguidores de Jesús?, ¿del nuevo camino?, ¿cristianos? ¿pagano cristianos?, ¿judeo cristianos? De la presencia de Pedro en esta Roma, nada de nada: “Los hermanos de Roma, que sabían de nuestras peripecias, salieron a recibirnos...” (Hch 28,1).

 

Antes de continuar el comentario vuelvo a releerme este capítulo final del Libro llamado de los Hechos de los Apóstoles. Es decir, lo ya comentado de Hch 28,1-14 sería la primera parte y el final del viaje en Roma; lo que estamos comentando aquí y ahora de Hch 28,15-22 sería la segunda parte, el encuentro de Pablo con los judíos de Roma; y la tercera parte del relato, Hch 28,23-31, que comentaré la próxima semana. Así, pues, se cumple el anuncio que el Espíritu Santo dejó en los reunidos el día de ‘la despedida’ de Jesús de Nazaret: “Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,1-9). ¿Y el juicio?

 

A este Saulo-Pablo, llegado a Roma por expresa petición suya para ser aquí juzgado, ¿no lo va a juzgar nadie? Nadie lo va a condenar ni a perdonar. Lo comentaremos en la próxima página.

 

El relato de Hechos 28,15-22 nos lo cuenta, al principio, un ‘nosotros’ (“salieron a recibirnos”) que inmediatamente desaparece y deja su lugar a un ‘él’ (“al verlos, Pablo dio gracias”). ¿Por qué no se escribió ‘al vernos’? ¿Se trata solo de una nueva curiosidad para despertar la investigación de una peculiarísima tesis doctoral con futuro y consecuencias eclesiales? Quizá.

 

El relato seleccionado es breve y creo que tiene tres preciosos apartados. El primero es Hch 28,15-16. Pablo llega como un prisionero de la justicia romana. Y sorprende que el narrador Lucas nos adelante que se le permitiera vivir en una casa y bajo la vigilancia de un soldado.

 

El segundo apartado es Hch 28,17-20 y lo que se nos cuenta sucede tan sólo a los tres días de haber llegado de tan largo y agitado viaje. Y vuelve a sorprenderme que sea el propio Pablo quien convoque a los principales judíos de la ciudad para hablarles de sí mismo y de su presencia. Y es a estos a quienes Pablo les llama hermanos: ‘Somos judíos’. Y de esto habla abiertamente sin ser interrumpido. ¿Cuánta población judía vivían entonces en Roma?

 

La casa donde está Pablo no es una Sinagoga, pero da la impresión que de que se le parece mucho. ¿Cuántos judíos principales se reunieron aquí? Este Pablo actúa igual que en sus anteriores viajes, al llegar a una población, acudía en primer lugar a la Sinagoga para poder dirigirse a los judíos allí reunidos: “Hermanos, estoy aquí preso sin haber hecho nada... contra nuestros padres... no tengo intención de acusar a mi pueblo... Por la esperanza de Israel llevo estas cadenas” (Hch 28,17-19). ¿Qué o cuál es la esperanza de Israel? ¿Su liberación del poder de Roma llevada a cabo por un Mesías que va a llegar en la segunda venida de un tal Jesús?

 

El tercer apartado es Hch 28,21-22. Leemos aquí la respuesta de los judíos convocados. No saben nada de Pablo. Ni de su persona, ni de sus credos religioso o político. Aquellos judíos principales sí creen que los seguidores de Jesús son una secta rechazada. ¡Ya empezó el juicio!

Carmelo Bueno Heras

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