Lamento de cautiverio y de liberación:
día de la Conciencia Negra
2020-11-22
El 20 de noviembre de 2020, día en que hemos celebrado el
día de la Conciencia Negra, jornada de reflexión contra el racismo y de
reconocimiento de la dignidad de la población negra en Brasil (más de la
mitad), fue cobardemente asesinado, a golpes, y sofocado hasta la muerte, el
negro João Alberto Freitas, de 40 años, por dos vigilantes de seguridad y un
policía, en un Carrefour de Porto Alegre. Las escenas muestran una increíble
brutalidad y cobardía y revelan todo el racismo presente en sectores de la sociedad
y cuán inhumanos y crueles podemos ser.
En
homenaje a João Alberto Freitas, vuelvo a publicar un texto que escribí tiempo
atrás, pero que guarda permanente actualidad.
La
Pasión de Cristo continúa siglo tras siglo en el cuerpo de los crucificados. Jesús
agonizará hasta el fin del mundo, mientras uno solo de su hermanas y hermanos
esté pendiendo todavía de alguna cruz, a semejanza de los bodhisatwas
budistas (los iluminados) que se detienen en el umbral del Nirvana para
retornar al mundo del dolor –samsara– en solidaridad con quienes sufren,
personas, animales y plantas. Con esta convicción, la Iglesia Católica, en la
liturgia de Viernes Santo, pone en la boca de Cristo estas palabras
conmovedoras:
“Pueblo
mío, mi pueblo elegido ¿en qué te entristecí? Dime. ¿Qué más podría haber hecho
por ti? ¿en qué te falté? Yo te hice salir de Egipto y te alimenté con maná. Te
preparé una tierra hermosa; tú, la cruz para tu rey”.
Al
celebrar la abolición de la esclavitud el 13 de mayo de 1888, nos damos cuenta
de que aún no se ha completado. La pasión de Cristo continúa en la pasión del
pueblo negro. Falta la segunda abolición, la de la miseria y el hambre. Se oyen
todavía los lamentos de cautiverio y de liberación venidos de las senzalas,
hoy de las favelas alrededor de nuestras ciudades. La población negra todavía
nos habla en forma de lamento:
“Hermano
mío blanco, hermana mía blanca, pueblo mío: ¿qué te hice yo, en que te
entristecí? ¡Respóndeme!
Yo
te inspiré la música cargada de banzo y el ritmo contagioso. Te enseñe cómo
usar el bumbo, la cuica y el atabaque. Fui yo quien te dio el rock y la ginga
de la samba. Y tú tomaste lo que era mío, te hiciste nombre y renombre,
acumulaste dinero con tus composiciones y nada me devolviste.
Yo
bajé de los cerros y te mostré un mundo de sueños, de una fraternidad sin
barreras. Creé mil fantasías multicolores y te preparé la mayor fiesta del
mundo: dancé el carnaval para ti. Y tú te alegraste y me aplaudiste de pie.
Pero pronto, muy pronto, me olvidaste, reenviándome a los cerros de la
periferia de la ciudad, a las favelas, a la realidad desnuda y cruda del
desempleo, del hambre y de la opresión.
Hermano
mío blanco, hermana mía blanca, pueblo mío: ¿qué te he hecho, en que te
entristecí? ¡Respóndeme!
Yo
te di en herencia el plato de cada día, los frijoles y el arroz. De los restos
de comida que me daban, inventé la feijoada, el vatapá, el efó y el acarajé: la
cocina típica de Brasil. Y tú me dejas pasar hambre. Permites que mis niños
mueran de hambre, o que sus cerebros queden irremediablemente afectados,
infantilizados para siempre.
Yo
fui arrancado violentamente de mi patria africana. Conocí el navío-fantasma de
los negreros. Fui hecho cosa, pieza, esclavo. Fui la madre-negra para tus
hijos. Cultivé los campos, recogí el tabaco y planté la caña. Hice todos los
trabajos. Fui yo quien construyó las bellas iglesias que todos admiran y los
palacios que habitaban los dueños de esclavos. Y tú me llamas perezoso y me
detienes por vagabundeo. A causa del color de mi piel me discriminas y todavía
me tratas como si fuera esclavo.
Hermano
mío blanco, hermana mía blanca, pueblo mío: ¿qué te hice, en que te entristecí?
¡Respóndeme!
Yo
supe resistir, conseguí huir y fundar quilombos o palenques: sociedades
fraternales, sin esclavos, de gente pobre pero libre, negros, mestizos y
blancos. A pesar de los azotes en mi espalda, trasmití la cordialidad y la
dulzura al alma brasilera. Y tú me enviaste al capitán-do-mato para cazarme
como a un bicho, arrasaste mis quilombos y aún hoy impides que la abolición de
la miseria que esclaviza sea para siempre verdad cotidiana y efectiva.
Yo
te mostré lo que significa ser templo vivo de Dios. Y, por eso, cómo sentir a
Dios en el cuerpo lleno de axé y celebrarlo en el ritmo, en la danza y en las
comidas. Y tú reprimiste mis religiones llamándolas ritos afro-brasileros o
considerándolas simple folclore. Invadiste mis terreiros echándoles sal y
destruyendo nuestros altares. No raras veces, hiciste de la macumba un caso
policial. La mayor parte de los jóvenes asesinados en las periferias con edades
entre 18 y 24 años son negros, y por el hecho de ser negros son sospechosos de
estar al servicio de las mafias de la droga. La mayoría de ellos son simples
trabajadores.
Hermano
blanco, hermana mía blanca, pueblo mío: ¿qué te hice, en que te entristecí?
¡Respóndeme!
Cuando
con mucho esfuerzo y sacrificio conseguí ascender un poco en la vida, ganando
un salario trabajado, comprando mi casita, educando a mis hijos, cantando mi
samba, apoyando a mi equipo preferido y pudiendo tomar el fin de semana una
cervecita con los amigos, tú dices que soy un negro de alma blanca,
disminuyendo así el valor de nuestra alma de negros dignos y trabajadores. Y en
los concursos, en igualdad de condiciones, casi siempre decides a favor de un
blanco.
Y
cuando se pensaron políticas que reparasen la perversidad histórica,
permitiéndome lo que siempre me negaste, estudiar y formarme en las
universidades y en las escuelas técnicas y así mejorar mi vida y la de mi
familia, la mayoría de los tuyos grita: va contra la constitución, es una
discriminación, es una injusticia social.
Hermano
blanco, hermana mía blanca, pueblo mío: ¿qué te hice, en que te entristecí?
¿Qué hiciste con mi hermano João Alberto Freitas cobardemente asesinado por dos
vigilantes de seguridad y un policía en un Carrefour de Porto Alegre.
¡Respóndeme!
Mis
hermanos y hermanas negros, en este día 20 de noviembre, día de Zumbi y de la
conciencia negra, quiero homenajearles a todos ustedes que consiguieron
sobrevivir durante todo este largo tiempo, porque la alegría, la música, la
danza y lo sagrado están dentro de ustedes, a pesar de todo el viacrucis de
sufrimientos que injustamente les son impuestos.
Con
mucho axé y cariño.
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