Parábolas para la pandemia
(PPP)
El próximo domingo será ya
ocho de noviembre y seguiremos, mundialmente, en pandemia de 'virus de la
corona' y más después de saber qué acontece en esos 'Desunidos Estados' que se
desmoronan como glaciar que se recalienta.
Siento que sea aún tiempo de
pandemia, pero esto me permite recordar un pormenor de esta experiencia tan
deshumanizadora como lo es un infierno.
En cierta ocasión escribí en
una presentación de estos comentarios la parábola de "El león y el colibrí
en el incendio del bosque". Creo recordar que hablé de la parábola de los
erizos en las noches del invierno. Creo que ésta tenía relación con aquella 'M'
de la pandemia que nos hablaba de los Metros de la distancia en los encuentros
entre los seres humanos.
Estoy seguro de que cada uno
de los lectores de estas páginas tienen también su parábola favorita para
hablar, representar, evocar, vivir... en estos días de pandemia. Más de uno,
inteligente, lo sé, educador con visión tiene ya ordenada una colección propia
de PPP -Parábolas para la pandemia-.
Escrito esto, ya puedo añadir
como sugerencia al coleccionista de PPP que añada una, dos o tres parábolas
más. Precisamente las tres parábolas que el Evangelista Mateo nos ha dejado en
el capítulo 25º de su Evangelio. Muchos piensan que se trata de las tres
parábolas de la pandemia definitiva que será el acabamiento de todo, es decir,
del 'fin del mundo'. Cuidado, cuidado.
En las parábolas, el lenguaje
de las palabras engaña, atrapa, sorprende... como a veces sucede en eso
de la llamada 'magia blanca' del prestidigitador... Nada por aquí, nada
por allá... ¿Es ésta la carta que tiene en su mano? Buahhhh. ¿Se sabe algo del
final del mundo? ¿Qué certezas se tienen del antes del primer segundo del
origen?
Si nadie sabe nada; ni tú ni
yo sabemos más ni menos, ¿a qué se nos viene con unas parábolas de aquello que
todo ser que respira ignora? Haya o no haya acabamiento de todo en un final,
¿nos importa tanto a ti y a mí después de la de millones de años de existencia
del cosmos?
Tengo para mí que esas
parábolas de Mateo hablan de otra cosa. Son, creo en mis adentros, parábolas
para caminar por los adentros de este bosque de la tierra y de sus incendios.
La primera de las tres parábolas de este capítulo vigésimo quinto de Mateo
habla del sentido común, que parece ser que ya en tiempos del Evangelista
comenzaba a escasear.
Por cierto, y acabo, alguien
me sabría precisar a cuánto se cotiza el Sentido Común en el parquet
mundial de las finanzas? Los años de la historia me apuntan que el tal
Sentido Común sigue cotizando a la baja, a pesar de los flujos y reflujos.
Tiende a la baja. ¿Y esto es progresar? Del progreso, hablaré desde otra
parábola...
A continuación se pueden leer
los comentarios.
También están en el archivo
adjunto.
Domingo 32º del TO. Ciclo A (08.11.2020): Mateo 25,1-13.
¿Tierra única de-con-para todos? Sí. Y lo escribo CONTIGO,
“El Reino de los Cielos será semejante a...” (Mateo
25,1). Se comprenderá que la continuación de este relato será una parábola que
nos vamos a leer, meditar y desentrañar en las celebraciones del antepenúltimo
domingo del año de la Iglesia católica-vaticana. Y como se nos va acabando el
año conviene, entre otras muchas cuestiones creo yo, hacer balance de
resultados teológicos, económicos, vocacionales, evangelizadores,
sacramentales... O de lo que tenga que hacerse. Finalizamos, sea como sea, el
Ciclo A y la lectura del relato de Mateo.
Esta parábola de Mateo 25,1-13 forma
parte del quinto y último de los discursos que este singular Evangelista puso
en labios de su Jesús de Nazaret. Este Jesús ha salido del Templo de Jerusalén.
Convendría decir que ‘ha abandonado conscientemente’ el lugar por excelencia
del encuentro de todo buen judío con su Yavé. Para Jesús este lugar ya no es
‘la casa de su Dios’.
No suele resultar muy comprensible esta decisión
que el Evangelista atribuye a su Jesús. Tal vez podemos hacernos una idea de la
trascendencia de una decisión semejante si hoy nos atrevemos a imaginar a un
buen cristiano católico abandonar para siempre su asistencia al lugar donde se
realiza el encuentro con el Dios en quien se cree y que no es otro que todo
templo donde se consagra la Presencia real y verdadera del Resucitado y se
comulga con ella en la celebración sacramental, sobre todo, de la Eucaristía y
de la Reconciliación.
Esta experiencia de ‘abandono y alejamiento del
camino’ que es la religión de la Ley y de los Profetas’ es la que se evoca en
el relato de Mateo 24,1-51. Pero de esta experiencia de abandono habló
explícitamente este Evangelista y su Jesús de Nazaret en el primero de los
cinco discursos (Mateo 5-7): existen dos caminos, el de la religión de
Moisés y el de la propuesta de Jesús (Mateo 7,12). ¿Acaso no son estos
dos también los caminos que aquellas diez jóvenes escogieron para sus vidas y
que se las denomina ‘necias, unas; prudentes’, otras?
En apariencia, estas diez jóvenes parecen desear
y esperar lo mismo: la llegada de un esposo. En tiempos de Jesús y del siglo
primero de la historia en torno al mundo mediterráneo las gentes del pueblo
judío deseaban y esperaban lo mismo, llámese como mejor le guste a cada cual:
la llegada de un Mesías, Consagrado-Ungido-Cristo-Salvador-Liberador-Redentor.
Frente al poder imperial romano..., ¡se deseaba ver a un nuevo rey David o a
otro Judas Macabeo!
Seguramente que hoy muchas personas se sienten,
se creen y se proclaman ‘seguidoras de Jesús’ y están convencidas de que su
JESUCRISTO es el único Mesías todopoderoso y liberador. Y como tal Cristo
llegará en su ‘segunda venida’, la definitiva. ¿Son estas las jóvenes necias?
¿Quiso o decidió aquel laico de Galilea llamado
Jesús de Nazaret llegar a ser ese JESUCRISTO todopoder liberador y el santo de
los santos? Creo que las jóvenes necias de la parábola de Mateo dirían que sí y
éstas pensaban que éste era su esposo esperado y que iba a regresar en breve
para colocar definitivamente todo en su sitio, según la voluntad del único Dios
de todo y de todos. En cambio, y lo veremos en las dos parábolas de este mismo
capítulo, las jóvenes prudentes comprenden que ese ‘reino de su esposo’
es esta única tierra ‘de-con-para’ todos.
Carmelo Bueno Heras
Domingo 50º de ‘Los Hechos de los Apóstoles’
(08.11.2020): Hch 28,1-14.
“Ellos sí escucharán” (Hechos
28,28-29)
El ‘todosabio’ cronista Lucas nos ha
traído a sus lectores hasta la isla de Malta con su Saúl-Pablo, su acompañante
llamado Aristarco, el centurión romano y no se sabe bien cuánta gente más.
Desde luego que no sumaban las 276 personas, porque muchos presos fueron
ejecutados antes de pisar tierra: “Una vez a salvo averiguamos que
la isla se llamaba Malta; los indígenas nos trataron con una humanidad poco
común...” (Hch 28,1-2).
Según este narrador, la estancia en la isla va a
durar tres meses. El tiempo del invierno. Pasado éste se reanudará el viaje con
la mente puesta en el destino final, Roma: “Tocamos Siracusa...
arribamos a Regio... y llegamos a Pozzuoli... Encontramos algunos hermanos que
nos invitaron a pasar una semana con ellos. Después llegamos a Roma” (Hch
28,11-14). Malta-Roma, final del cuarto y último viaje. Final de Saulo y
comienzo de la nueva vida definitiva de Pablo.
Creo que tres meses de estancia en Malta, si las
cosas sucedieron como nos las cuenta la información de Lucas o su propia y
singular imaginación interesada, fueron tiempo más que oportuno para..., ¿para
qué? Para presentar una vez más ‘el poder’ que atesora en sus adentros el preso
judío Saulo de Tarso. El poder sanador, sin duda. Este poder acompañó siempre a
los profetas más singulares de Israel como Elías, Eliseo y al propio Jesús de
Nazaret.
En Hch 28,2-6 cuenta Lucas a sus
lectores el primer acontecimiento del protagonista Saulo-Pablo nada más
desembarcar en Malta. Este prisionero de la justicia de Roma tiene la desgracia
de ser picado por una víbora y, consiguientemente, quedar contaminado por su
veneno. Todos imaginaron al instante el hecho de la inminente muerte de este
hombre al que juzgaron como asesino que huía del castigo de su dios. Sin
embargo, todo ocurrió al revés y a este hombre se le comenzó a reconocer como
un dios en apariencia humana. ¡Saúl-Pablo dios!
Seguramente que en esta isla del mar
Mediterráneo, ubicada al sur de Sicilia, existirá desde tiempos remotos y hasta
nuestros días algún importante monumento que sea memoria viva de este
acontecimiento narrado por el Evangelista Lucas. Siempre que leo este breve
relato no dejo de recordar uno de los cinco signos que acompañarán siempre a
los seguidores de Jesús como se dice explícitamente en el añadido apócrifo del
llamado Evangelio de Marcos 16,17-18.
En Hch 28,7-10 cuenta Lucas una
inmensa curiosidad, no sé si teológica, histórica, simbólica o qué... Sucedió
en el espacio de tiempo de tres días. No se nos precisa en qué mes de los tres
que estuvieron en la isla. Tampoco se nos precisa si todos los desembarcados
fueron testigos de un acontecimiento tan singular como el ocurrido en la
mansión de un tal Publio ‘el principal de la isla de Malta’. Conviene leerse
despacio el relato de este hecho y sus inmediatas consecuencias. En ningún otro
momento del libro de los Hechos Saulo de Tarso es más Saúl que aquí. Nadie será
nunca tan fuerte como él: Todos los enfermos de la isla acudieron a la mansión
de Publio y aquel Pablo, prisionero o dios, los curó.
Ahora, ya, definitivamente y con este
aval de profeta sanado y sanador, Saulo el fuerte con sus adentros de Pablo
el débil -¿a la vez prisionero o dios?- puede presentarse en Roma, al
fin.
Carmelo Bueno Heras
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