En letra minúscula
El domingo que nos llega será
el día once de octubre. La víspera del lunes día 12, El Pilar, y por estos
lares donde vivo, mil recuerdos de fiestas en Zaragoza y en otras mil
poblaciones sembradas por la Tierra Única de este Mundo.
Me entran demasiadas ganas de
hablar de estas cosas de la Señora María en las líneas de presentación de los
comentarios del domingo 11 de octubre. Por una sola razón: no deseo hablar más
de la parábola de Mateo que se nos va a leer y que ya dejo comentada más
abajo.
En este relato de Mateo
22,1-14 se habla de un dios que creo que sólo existe en las mentes de los
'deshumanizados por la venganza'. Un dios así creo que nunca formó parte de las
neuronas de la fe de Jesús de Nazaret.
Estas cosas las digo en el
comentario, pero creo que hay que seguir diciéndolas una y otra vez hasta
llegar al millón para convencernos de la verdad que encierran. Un dios
vengativo no existe, existen personas vengativas. Tengo la impresión de que el
Evangelista Mateo puso en boca de Jesús una parábola que se le fue de las
manos, porque habla de un dios vengativo, deshumanizado o inhumano. En
apariencia parece que no es así, pero cuando uno se para tres veces a meditar
la parábola que leyó otras tres veces cae en la cuenta de que la venganza es
uno de los atributos de ese dios.
He vuelto a releer esto que
estoy escribiendo y he decidido poner en minúscula la palabra 'dios' todas las
veces que la he citado aquí. No existe en ninguna realidad del aquí o del más
allá un dios vengativo, vengador que devuelve mal por mal, ojo por ojo, muerte
por muerte.
En cambio, sí existen
personas así. Tú y yo lo sabemos. Incluso personas muy religiosas, según ellas.
Si ellas son así, piensan y viven así y, por eso mismo, hablan de un dios así,
creado a su imagen y semejanza.
¿Qué hacemos, entonces, con
tantos textos de nuestra Biblia (Palabra de dios) que nos hablan de este dios
violento? Darnos cuenta de que existen. Ser conscientes de que los hay. Saber
dónde se encuentran. Y... silenciarlos siempre y enseñar a silenciarlos. No
darles voz. Pasar de largo. Esto es lo que sugiero explícitamente en la última
línea del comentario del texto de Mateo, cuando hago referencia al salmo
138 (139).
Espero que tú y yo volvamos a
leernos en nuestra Biblia ese salmo con todos sus versículos. Primero leer
detenidamente y luego saber hablar y aprender a callarse también.
Conscientemente.
Y lo más importante de todo,
que la venganza no llegue a ser planta significativa en el jardín de nuestros
adentros.
Domingo 28º del TO. Ciclo A (11.10.2020): Mateo 22,1-14.
¿Llamados, escogidos? No lo entiendo. Lo medito y escribo CONTIGO,
Después de las incontables ocasiones en las que
he denunciado la falta de sensibilidad de la autoridad litúrgica en la
propuesta de los textos del Evangelio para la celebración del domingo, en esta
ocasión me admira constatar que llevamos ya tres semanas con sus tres domingos
leyendo las tres parábolas seguidas que este narrador Mateo colocó en labios de
su Jesús de Nazaret mientras estuvo en el Templo de Jerusalén, el único de toda
la religión judía. ¡El único!
Refresco el recuerdo, parábola del padre y de sus
dos hijos (Mt 21,28-32), parábola de los viñadores homicidas (Mt 21,33-46) y en
este nuevo domingo, parábola del banquete de una boda en Mateo 22,1-14.
Con estas tres parábolas, según Mateo, su Jesús de Nazaret habría respondido, a
su manera, a la pregunta de sus interlocutores: ¿Quién te ha dado autoridad
para decirnos a las autoridades del Templo que hemos convertido esta casa de
Yavé-Dios en un mercado de negocios? (Mateo 21,12-22 y, sobre todo, Mateo
21,23-27).
Después de volver a leer y hasta después de haber
comentado estos hechos a propósito del encuentro en el Templo entre las
autoridades (la autoridad del Templo judío y la autoridad de Jesús) debo
reconocer que no sé muy bien de dónde le viene a este laico de Galilea llamado
Jesús su autoridad. Ya sé que más de un lector estará dispuesto a asegurarme
que las parábolas lo dejan muy claro: El padre de los dos hijos es el propio
Padre de Jesús, el propietario de la viña no es otro que el Padre en quien
Jesús cree y este mismo Padre no es otro que el rey que ha organizado el
banquete en la boda de su hijo. Clarito, ¿no?
Sin embargo, mis neuronas andan intranquilas,
revueltas y hasta confundidas porque el Yavé-Dios del Templo y de sus
autoridades sacerdotales, creo, creo que es también el Dios Padre de Jesús. Y
esto, sencillamente no puede ser así. El Yavé-Dios no puede ser a la vez el del
Templo con sus instituciones y el del galileo Jesús. Las dos experiencias de fe
(la de las gentes del Templo y la de Jesús) no son la misma experiencia de fe.
Ambos creen en un Dios imaginado a su imagen y semejanza.
Tal vez, el posible único Dios de todo y de todos
nunca soñó ni quiso un templo, un Templo o un TEMPLO. Ni pequeño, ni grande ni
mediano. Y me digo estas cosas y a mi manera porque siempre que leo estos
hechos no puedo dejar de recordar el mensaje del capítulo séptimo del segundo
libro de Samuel (2Samuel 7). Y si no debe existir un Templo, tampoco deberá
existir ninguna de sus instituciones. Para este Jesús galileo sólo debería
existir la religión de Mt 7,12.
Y he dejado para este último párrafo mi modesta
opinión de aprendiz de lector. No diré las veces que me he paseado por los
surcos del tejido de Mt 22,1-14. Nunca acabo de comprender su mensaje.
No me encajan ni los hilos ni los bolillos. Todos los engranajes me chirrían.
Me resisto a admitir que el ‘rey de la parábola’ sea tan sanguinario y homicida
como se afirma en 22,7. Y mis reticencias llegan al grado sumo en 22,11-14, al
hablar de aquel comensal que no llevaba el traje de boda y que colmó la ira
desatada de un Dios tronante. Seguramente que alguna tesis doctoral en
‘Sacratísima Escritura’ habrá desentrañado este lío mío. Tal vez. Al llegar a
este texto, leo y me callo. Igual que cuando veo los versos 19-22 del salmo 138
(139).
Carmelo Bueno Heras
Domingo 46º de ‘Los Hechos de los Apóstoles’
(11.10.2020): Hch 25,13-27
“Ellos sí escucharán” (Hechos
28,28-29)
El comienzo del siguiente relato que nos dejó
escrito Lucas dice así: “Pasados algunos días el rey Agripa llegó a Cesarea
del Mar con Berenice para cumplimentar a Porcio Festo...” (Hch 25,13). Este
narrador nos ha hablado de tribunos y de gobernadores y ahora nos pone en
escena a un rey con su esposa. Y queda pendiente el ir a Roma para vérselas con
el César... Da la impresión de que toda la cadena de la autoridad romana debe
enterarse de la situación de su Pablo de Tarso y de su inocencia. El Libro de
los Hechos finalizará afirmando esta inocencia.
A más de uno les parecerá que estoy adelantado el
final de la obra narrativa de Lucas y no es así. En el final de
esta obra se constatan otras realidades que me parecen más significativas. Pero
esto lo comentaremos en su momento. Retomamos la situación del relato, real o
no.
Lucas nos tiene a todos situados en la ciudad de
Cesarea del Mar. Y ahí nos encontramos desde hace más de dos años. Saulo-Pablo
en el centro de atención y a su alrededor, la delegación de la autoridad
romana por un lado y la delegación de la autoridad judía por el otro. Creo que
para los lectores están claras las posturas y actitudes de todos los
participantes.
Dado que Pablo apeló al César, lo lógico y
consecuente sería iniciar ya el viaje desde Cesarea del Mar hasta Roma. Sin
embargo, esta realidad no tendrá lugar hasta el inicio del capítulo 27,1 de
Hechos. La narración que se inicia en 25,13 y que finaliza en 26,32 nos
parecerá a muchos lectores un añadido que vuelve de nuevo a presentarnos al
mismo Pablo que no acaba de comprender qué fue la vida del galileo Jesús.
Pablo sigue preso en su mentalidad farisea.
El relato acotado para este comentario es Hch
25,13-27. Y se pueden apreciar dos apartados o dos momentos en el relato
lineal de los hechos de la historia o de la imaginación, lo repito.
En el primer apartado (Hch 25,13-21) el
gobernador Festo cuenta al rey Agripa y a su esposa el caso de un tal Pablo que
las autoridades y gentes de Jerusalén desean condenar y ejecutar “porque en
las discusiones a propósito de su religión judía el tal Pablo sostiene que un
difundo también judío llamado Jesús está vivo” (Hch 25,19). Estas
acusaciones no constituyen ningún cargo de relevancia para que la autoridad del
romano Festo llegue a aprobar condena alguna.
En el segundo apartado (Hch 25,22-27) Lucas
nos permite contemplar el inicio de la nueva sesión judicial contra Pablo: “Al
día siguiente Agripa y Berenice llegaron con gran pompa y entraron en la sala
de audiencias...” (Hch 25,23). Y al continuar la lectura del texto nos
enteramos de algo insólito, Festo no está dispuesto a tomar ninguna decisión y
desea sólo celebrar una ‘pantomima’ de juicio. Eso sí, a bombo y platillo para
ostentación de su poderío.
El narrador Lucas se atrevió a constatar
textualmente el discurso inicial de Festo. En alguna ocasión y en algún perdido
pergamino de la época se podrán leer estas palabras que en su día atrapó en su
imaginario el cronista del reportaje. Ningún investigador de tales hechos tuvo
jamás esta fortuna. Para que este juicio tenga todas las garantías de su
legitimidad debemos oír la defensa del acusado, el judío Saúl-Pablo de Tarso.
Esto será ya en el próximo comentario.
Carmelo Bueno Heras
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