¿Es posible el fin de la especie humana? (I y II)
2020-10-05
I
La irrupción de la Covid-19 afectando por primera vez a
todo el planeta y causando verdadera mortandad humana, que puede llegar a
millones de víctimas antes de que se descubra y se aplique una vacuna eficaz,
plantea ineludiblemente la pregunta: ¿puede la especie homo, la especie humana
desaparecer?
David
Quammen, uno de los mayores especialistas en virus que alertó a los jefes de
Estado, sin éxito, de un probable ataque de un virus de la línea del SARS, el
coronavirus 19, advirtió recientemente en un vídeo acerca de la posibilidad, en
caso de que no mudemos nuestra relación destructiva hacia la naturaleza, de la
irrupción de otro virus aún más letal, que puede destruir parte de la biosfera
y llevar a gran parte de la humanidad, si no a toda, a un fin dramático.
El
Papa Francisco, en su alocución en la ONU el día 25 de septiembre del presente
año de 2020, advirtió dos veces sobre la eventualidad de la desaparición de la
vida humana como consecuencia de la irresponsabilidad en nuestro trato con la
Madre Tierra y con la naturaleza superexplotadas. En su encíclica Laudato
Sì: sobre el cuidado de la Casa Común (2015) constata: “Estas situaciones
provocan el gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de los
abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo. Nunca hemos
maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos” (nº
53).
Esto
no significa el fin del sistema-vida, sino el fin de la vida humana.
Curiosamente, la Covid-19 afectó solamente a los humanos de todos los
continentes y no a los demás animales domésticos como los gatos y los perros.
¿Cómo
interpretar esta eventual catástrofe a la luz de una reflexión radical, es
decir, filosófica y teológica?
Sabemos
que normalmente cada año cerca de 300 especies de organismos vivos llegan a su
clímax, después de millones y millones de años de existencia, y retornan a la
Fuente Originaria de Todo Ser (Vacío Cuántico), aquel océano insondable de
energía, anterior al Big Bang, que continúa subyacente a todo el universo.
Se conocen muchas extinciones en masa durante los más de tres mil millones de
años de la historia la vida (Ward 1997). Actualmente cerca de un millón de
especies de seres están bajo amenaza de desaparición debido a la excesiva
agresividad humana.
De
las varias expresiones de los seres humanos sabemos que solamente el homo
sapiens sapiens se consolidó en la historia hace cerca de 100 mil años y ha
permanecido hasta el presente sobre la Tierra. Los demás representantes,
especialmente el hombre de Neanderthal, desaparecieron definitivamente de la
historia.
Lo
mismo puede decirse de las culturas ancestrales del pasado. En Brasil, por
ejemplo, la cultura del sambaqui y los sambaquieiros que vivieron hace más de
ocho mil años en las costas oceánicas brasileras fueron literalmente
exterminados por antropófagos, diferentes de los indígenas actuales. De ellos
no quedó nada a no ser los grandes depósitos de conchas, cascos de tortugas y
restos de crustáceos (Miranda, 2007, 52-53). Muchos de ellos desaparecieron
definitivamente, dejando pocas señales de su existencia como la cultura de la
isla de Pascua u otras culturas matriarcales que dominaron en varias partes del
mundo hace cerca de 20 mil años, especialmente en la cuenca del Mediterráneo.
Dejaron las figuras de las divinidades maternas encontradas todavía hoy en
sitios arqueológicos.
Entre
tantas especies que desaparecen anualmente, ¿no podrá estar la especie homo
sapiens/demens ? Todo indica que su desaparición no se debería a un proceso
natural de la evolución sino a causas derivadas de su práctica irresponsable,
carente de cuidado y de sabiduría frente al conjunto del sistema de la vida y
del sistema-Gaia. Sería consecuencia de la nueva era geológica del antropoceno
e incluso del necroceno.
El
hecho es que la Covid-19 puso en jaque, de rodillas, diría yo, al modo de
producción capitalista y a su expresión política, el neoliberalismo. ¿Serían
ellos suicidas?
Ésta
no es una pregunta de mal agüero sino un llamamiento dirigido a todos los que
alimentan solidaridad generacional y amor a la Casa Común. Hay un obstáculo
cultural grave: estamos habituados a resultados inmediatos, cuando aquí se
trata de resultados futuros, fruto de acciones realizadas ahora. Como afirma la
Carta de la Tierra, uno de los más importantes documentos ecológicos,
asumida por la UNESCO en 2003: ”Las bases de la seguridad global están
amenazadas; estas tendencias son peligrosas pero no inevitables”.
Estos
peligros solamente serán evitados si mudamos la producción y el modelo de consumo.
Este giro total civilizatorio exige la voluntad política de todos los países
del mundo y la colaboración sin excepción de toda la red de empresas
transnacionales y nacionales de producción, pequeñas, medianas y grandes. Si
algunas empresas mundiales se negaran a actuar en esta dirección podrían anular
los esfuerzos de todas las demás. Por eso, la voluntad política debe ser
colectiva e impositiva con prioridades bien definidas y con líneas generales
bien claras, asumidas por todos, pequeños y grandes. Es una política de
salvación global.
El
gran peligro reside en la lógica del sistema del capital globalmente
articulado. Su objetivo es lucrar lo más posible en el más corto tiempo
posible, con una expansión cada vez mayor de su poder, flexibilizando legislaciones
que limitan su dinámica. Él se orienta por la competencia y no por la
cooperación, por la búsqueda del lucro y no por la defensa y promoción de la
vida.
Ante
de los cambios paradigmáticos actuales se ve confrontado con este dilema: o se
niega a sí mismo, mostrándose solidario con el futuro de la humanidad, y muda
su lógica y así se hunde como empresa capitalista o se autoafirma en su
objetivo, desconsiderando toda compasión y solidaridad, haciendo aumentar los
lucros, pasando incluso por encima de cementerios de cadáveres y de la Tierra
devastada. No es imposible que, obedeciendo a su naturaleza de lobo voraz, el
capitalismo sea suicida. Prefiere morir y hacer morir a perder sus lucros.
Pero, quién sabe, cuando el agua llegue al cuello y el riesgo de muerte
colectiva alcance a todos, a ellos, los poderosos, inclusive, no sería
imposible que el propio capitalismo se rinda a la vida, pues el instinto
dominante es vivir y no morir. Este instinto posiblemente acabará
prevaleciendo. Pero debemos estar atentos a la fuerza de la lógica interna del
sistema, montado sobre una mecánica que produce muerte de vidas humanas y de
vidas de la naturaleza.
Nombres
notables de las ciencias no excluyen la eventualidad del fin de nuestra
especie. Stephen Hawking en su libro El universo en una cáscara de nuez
(2001, 159) reconoce que en 2600 la población mundial estará hombro a hombro y
el consumo de electricidad dejará a la Tierra incandescente. Ella podría
destruirse a sí misma.
El
premio Nóbel Christian de Duve, en su conocido libro Polvo Vital (1997,
355) afirma que la evolución biológica marcha a ritmo acelerado hacia una gran
inestabilidad; en cierta forma nuestro tiempo recuerda a una de aquellas
importantes rupturas en la evolución, caracterizadas por extinciones masivas.
Antiguamente los meteoros rasantes amenazaban a la Tierra; hoy el meteoro
rasante se llama ser humano.
Théodore
Monod, tal vez el último gran naturalista moderno, dejó como testamento un
texto de reflexión con este título: Y si la aventura humana fallase
(2000, 246, 248). En el afirma: somos capaces de una conducta insensata y
demente; a partir de ahora se puede temer todo, realmente todo, inclusive la
aniquilación de la raza humana (p. 246). Y añade: sería el justo precio de
nuestras locuras y de nuestras crueldades.
Si
tomamos en serio el drama mundial, sanitario, social y la alarma ecológica
creciente, ese escenario de horror no es impensable.
Edward
Wilson afirma en su inspirador libro El futuro de la vida (2002, 121):
El ser humano hasta hoy ha desempeñado el papel de asesino planetario… la ética
de la conservación, en forma de tabú, totemismo o ciencia casi siempre llegó
demasiado tarde; tal vez todavía haya tiempo de actuar.
Vale
la pena citar dos nombres más de la ciencia muy respetados: James Lovelock que
elaboró la teoría de la Tierra como Superorganismo vivo, Gaia, con un título
fuerte La venganza de Gaia (2006) y el astrofísico inglés Martin Rees (Hora
final, 2005) que prevén el fin de la especie antes de que finalice el siglo
XXI. Lovelock es contundente: hasta el fin del siglo desaparecerá el 80% de la
población humana. El 20% restante vivirá en el Ártico y en algunos pocos oasis
en otros continentes, donde las temperaturas sean más bajas y haya un poco de
lluvia… casi todo el territorio brasilero será demasiado caliente y seco para
ser habitado” (Veja, Páginas Amarillas, del 25 de octubre de 2006).
II
Un
hecho que ha impulsado a muchos científicos, especialmente biólogos y
astrofísicos, a hablar del eventual colapso de la especie humana es el carácter
exponencial de la población. La humanidad necesitó un millón de años para
alcanzar en 1850 mil millones de personas. Los espacios temporales entre un
crecimiento tal y otro del mismo tamaño disminuyen cada vez más. De 75 años –de
1850 a 1925– pasaron a 5 años actualmente. Se prevé que hacia 2050 habrá diez
mil millones de personas. Es el triunfo innegable de nuestra especie.
Lynn
Margulis y Dorian Sagan, en el conocido libro Microcosmos (1990),
afirman con datos de los registros fósiles y de la propia biología evolutiva
que una de las señales del colapso próximo de una especie es su rápida
superpoblación. Esto puede ser visto con microorganismos colocados en una placa
de Petri (cápsulas redondas de vidrio con colonias de bacterias y nutrientes).
Poco antes de alcanzar los bordes de la placa y de agotarse los nutrientes, se
multiplican de forma exponencial. Y de repente mueren todas.
Para
la humanidad, comentan ellos, la Tierra puede mostrarse idéntica a una placa de
Petri. En efecto,ocupamos casi toda la superficie terrestre, dejando solo un
17% libre, por ser tierra inhóspita como losdesiertos y las altas montañas
nevadas o rocosas. Lamentablemente, de homicidas, genocidas y ecocidas nos
haríamos biocidas.
Carl
Sagan, ya fallecido, veía en el intento humano de enviar naves espaciales a la
Luna y otras como el Voyager fuera del sistema solar, como una manifestación
del inconsciente colectivo que presiente el peligro de nuestra próxima
extinción. La voluntad de vivir nos lleva a pensar en formas de supervivencia
más allá de la Tierra.
El
astrofísico Stephen habla de la posible colonización extrasolar con naves,
especie de veleros espaciales,impulsadas por rayos láser que les darían una
velocidad de treinta mil kilómetros por segundo, pero para llegar a otros
sistemas planetarios tendríamos que recorrer miles y miles de millones de
kilómetros de distancia y necesitaríamos muchos años de tiempo. Ocurre que
somos prisioneros de la luz, cuya velocidad de trescientos mil kilómetros por
segundo es hasta hoy insuperable. Incluso así, para llegar a la estrella más
próxima –la Alfa Centauri– necesitaríamos cuarenta y tres años, sin saber
todavía cómo frenar esa nave a tan altísima velocidad.
Para
terminar, recojo la opinión de dos notables historiadores. Arnold Toynbee en su
autobiografía: “viví para ver que el fin de la historia humana puede tornarse
una posibilidad real, que puede ser traducida en hechos no por un acto de Dios
sino del ser humano” (Experiencias 1970, 422).
Y
finalmente Eric J. Hobsbawn, en su conocida Era de los extremos (1994,
562), al concluir su libro: No sabemoshacia donde estamos yendo. Sin embargo,
una cosa es segura. Si la humanidad quiere tener un futuro aceptable, no puede
hacerlo mediante la prolongación del pasado o del presente. Si intentamos
construir el tercer milenio sobre esa base, vamos a fracasar. Y el precio del
fracaso, la alternativa al cambio de la sociedad, es la oscuridad.
Naturalmente,
tenemos que tener paciencia con el ser humano. Él todavía no está listo. le
falta mucho por aprender. En relación al tiempo cósmico tiene menos de un
minuto de vida. Pero con él, la evolución dio un salto, de inconsciente se hizo
consciente. Y con la conciencia puede decidir qué destino quiere para sí. En
esta perspectiva, la situación actual representa más un desafío que un desastre
inevitable, la travesía hacia un estadio más alto y no fatalmente un sumergirse
en la autodestrucción. Estaríamos por lo tanto en un escenario de crisis de
paradigma civilizacional y no de tragedia.
¿Pero
habrá tiempo para tal aprendizaje? Todo parece indicar que el tiempo del reloj
corre en contra nuestra. ¿No estaremos llegando demasiado tarde, habiendo
pasado ya el punto de no retorno? Pero como la evolución no es lineal y conoce
frecuentes rupturas y saltos hacia arriba, como expresión de una mayor
complejidad, y como existe el carácter indeterminado y fluctuante de todas las
energías y de toda la evolución, según la físicacuántica de W. Heisenberg y de
N. Bohr, nada impide que ocurra la emergencia de otro estadio de conciencia yde
vida humana que salvaguarde la biosfera y el planeta Tierra. Esa transmutación
sería, según san Agustín en sus Confesiones, fruto de dos grandes fuerzas: un
gran amor y un gran dolor. Son el amor y el dolor que tienen el privilegio de
transformarnos por entero. Esta vez cambiaremos por un gran amor a la Tierra,
nuestra Madre, y por un gran dolor por las penas que está sufriendo.
De
todas maneras, en la hipótesis de una eventual desaparición da especie humana,
¿qué consecuencias sederivarían para nosotros y para el proceso evolutivo?
Antes
de cualquier otra consideración, sería una catástrofe biológica de
inconmensurable magnitud. El trabajo de por lo menos 3.800 millones de años,
fecha probable de la aparición de la vida, y de los últimos 5-7 millones de
años, fecha de la aparición de la especie homo, y los últimos cien mil
años, con la irrupción del homo sapiens sapiens, el trabajo realizado
por todo el universo de las energías, las informaciones y las diferentes
densidades de materia, habría sido, si no anulado, por lo menos profundamente
afectado.
El
ser humano, según podemos constatar estudiando el universo, es el ser de la
naturaleza más complejo ya conocido. Complejo en su cuerpo con treinta mil
millones de células, continuamente renovadas por el sistema genético; complejo
en su cerebro de cien mil millones de neuronas en continua sinapsis; complejo
en su interioridad, en su psique y en su conciencia, cargada de informaciones
recogidas desde la irrupción del cosmos con el Big Bang y enriquecida con
emociones, sueños, arquetipos, símbolos provenientes de las interacciones de la
conciencia consigo misma y con el ambiente que la rodea; complejo en su
espíritu, capaz de captar el Todo y sentirse parte de él y de identificar ese
Vínculo que une y reúne, liga y religa todas las cosas haciendo que no sean
caóticas sino ordenadas y den sentido y significado a la existencia en este
mundo y haciéndonos despertar sentimientos de profunda veneración y respeto por
la grandeza del cosmos.
Hasta
hoy, no han sido identificadas científicamente y de forma irrefutable otras
inteligencias del universo. Por ahora como especie homo somos una
singularidad sin comparación en el cosmos. Somos un habitante de una galaxia
media, la Vía Láctea, que depende de una estrella, el Sol, de quinta magnitud,
en un rincón de la Vía Láctea; vive en el tercer planeta del sistema solar, la
Tierra, y ahora está aquí, en este pequeño espacio virtual, discutiendo las
consecuencias de nuestro probable fin.
El
universo, la historia de la vida y la historia de la vida humana perderían algo
invaluable. Toda la creatividad producida por este ser, creado creador, que
hizo cosas que la evolución por sí misma nunca haría, como una pintura Di
Cavalcanti o una sinfonía de Beethoven, un poema de Carlos Drumond de Andrade o
un canal de televisión, un avión e Internet con sus redes sociales. Las
construcciones de la cultura, ya sean materiales, simbólicas o espirituales,
habrían desaparecido para siempre.
Para
siempre las grandes producciones poéticas, musicales, literarias, científicas,
sociales, éticas y religiosas de la humanidad se habrían vuelto polvo.
Para
siempre habrían desaparecido las referencias de figuras paradigmáticas de seres
humanos entregadas al amor, al cuidado, a la compasión y a la protección de la
vida en todas sus formas, como Buda, Chuang-tzu, Moisés, Jesús, María de
Nazaret, Mahoma, Francisco de Asís, Gandhi entre tantos otros y otras.
Para
siempre habrían desaparecido las anti-figuras que enfangaron lo humano y
violaron la dignidad de la vida en innumerables guerras y exterminios, y cuyos
nombres ni siquiera queremos mencionar. Vale la pena recordar los terribles
incendios actuales en la Amazonia y el Pantanal, muy probablemente provocados
intencionalmente por codiciosos buscadores de ganancias a cualquier precio.
Tales eventos pueden amenazar el equilibrio de los climas de la Tierra.
Para
siempre habría desaparecido el desciframiento hecho de la Fuente Originaria de
Todo Ser que impregna toda la realidad y la conciencia de nuestra profunda
comunión con ella, haciéndonos sentir hijos e hijas del Misterio Innombrable y
entendernos como un proyecto infinito que sólo descansa cuando descansa en el
seno de este Misterio de infinita ternura y bondad.
Para
siempre habría desaparecido todo esto de esta pequeña parte del universo que es
nuestra Madre Tierra.
Finalmente,
cabe preguntar: ¿quién nos reemplazaría en la evolución de la vida, si alguna
forma de vida sobrevive? En la hipótesis de que el ser humano desapareciera
como especie, aún así se conservaría el principio de inteligibilidad y de
amortización. Él está primero en el universo y luego en los seres humanos. Ese
principio es tan ancestral como el universo.
Cuando,
en los primeros momentos después de la gran explosión, los quarks, protones y
otras partículas elementales comenzaron a interactuar, aparecieron campos de
relaciones y unidades de información y órdenes mínimas de complejidad. Allí se
manifestó lo que más tarde se llamaría espíritu, esa capacidad de crear
unidades y marcos de orden y sentido. Al desaparecer dentro de la especie
humana, emergería un día , quizás tras millones de años de evolución, en algún
ser más complejo.
Théodore
Monod, fallecido en el año 2000, sugiere un candidato presente ya la evolución
actual: los cefalópodos, es decir, una especie de molusco parecido a los pulpos
y los calamares. Algunos de ellos tienen una perfección anatómica notable, su
cabeza está dotada de una cápsula cartilaginosa que funciona como cráneo y
tienen dos ojos como los vertebrados. Poseen además un psiquismo altamente
desarrollado, hasta con doble memoria, mientras nosotros tenemos solo una
(2000, 247-248). Evidentemente ellos no saldrían mañana del mar y entrarían
continente adentro, necesitarían millones de años de evolución, pero tienen ya
la base biológica para dar un salto hacia la conciencia.
De
todas formas urge escoger: o el ser humano o los pulpos y los calamares. Más
que optimismo, alimento la esperanza de que vamos a crear juicio y aprender a
ser sabios.
Mientras tanto es importante desde ahora mostrar amor a la
vida en su mayestática diversidad, tener compasión de todos los que sufren,
ejercer rápidamente la justicia social necesaria y amar a la Gran Madre, la
Tierra. Nos incentivan las escrituras judeocristianas: “Escoge la vida y
vivirás” (Dt 30,28). Caminemos deprisa pues no tenemos mucho tiempo que perder.
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