Nuestra Señora, la Virgen del Rosario
fecha: 7 de octubre
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert
Thurston, SI
Elogio: Memoria de la
Santísima Virgen María del Rosario. En este día se pide la ayuda de la santa
Madre de Dios por medio del Rosario o corona mariana, meditando los misterios
de Cristo bajo la guía de aquella que estuvo especialmente unida a la
Encarnación, Pasión y Resurrección del Hijo de Dios.
El Rosario es una serie
de 150 avemarías repartidas en decenas; cada una de las cuales comienza por un
padrenuestro y termina con un gloria. Los fieles honran durante el rosario a
Cristo y a su Santísima Madre y meditan sobre los quince principales misterios
de la vida de ambos, de suerte que el rosario es una especie de resumen del
Evangelio, un recuerdo de la vida, los sufrimientos y la glorificación del
Señor y una síntesis de su obra redentora. Si se sigue la propuesta del papa
Juan Pablo II, se debe agregar a estos quince los cinco «misterios de la luz»,
que añade al conjunto cinco aspectos «sacramentales» (el bautismo de Jesús, las
Bodas de Caná, la proclamación del Reino, la Transfiguración y la institución
de la Eucaristía). El cristiano debería tener siempre presente esos misterios,
rendir a Dios un homenaje de amor perpetuo, alabarle por cuánto sufrió por él,
y regular su vida y moldear su alma con la meditación de los misterios del
rosario. Precisamente ese rezo es un método fácil y adaptable a toda clase de
personas, aun a las menos instruidas, y una excelente manera de ejercitar los
actos más sublimes de fe y contemplación. Todo el Evangelio está contenido en
el padrenuestro, la oración que el Señor nos enseñó, y quienes lo han penetrado
a fondo no pueden cansarse de repetirlo; en cuanto al avemaría, toda ella está
centrada en el misterio de la Encarnación y es la oración más apropiada para
honrar dicho misterio. Aunque en el avemaría hablamos directamente a la
Santísima Virgen e invocamos su intercesión, esa oración es sobre todo una alabanza
y una acción de gracias a su Hijo por la infinita misericordia que nos mostró
al encarnarse.
San Pío V ordenó en 1572
que se conmemorase anualmente a Nuestra Señora de las Victorias para obtener la
misericordia de Dios sobre su Iglesia, para agradecerle sus innumerables
beneficios y, en particular, para darle gracias por haber salvado a la
cristiandad del dominio de los turcos en la victoria de Lepanto (1571). Aquel
triunfo fue una especie de respuesta directa del cielo a las oraciones y
procesiones del rosario, organizadas por las cofradías de Roma, en el momento
en que se libraba la batalla. Un año más tarde, Gregorio XIII cambió el nombre
de la fiesta por el del Rosario y determinó que se celebrase el primer domingo
de octubre (día en que se había ganado la batalla). El 5 de agosto de 1716, día
de la fiesta de la dedicación de Santa María la Mayor, los cristianos, mandados
por el príncipe Eugenio, infligieron otra importante derrota a los turcos en
Peterwardein de Hungría. Con ese motivo, el Papa Clemente XI extendió a toda la
Iglesia de Occidente la fiesta del Santo Rosario. Actualmente se celebra el 7
de octubre, día en que se ganó la batalla de Lepanto; pero los dominicos siguen
celebrándola el primer domingo del mes.
Según la tradición
dominicana, ratificada por muchos Pontífices, santo Domingo fue quien dio al
rosario su forma actual, cuando obedeció al pie de la letra las instrucciones
que le dio la Santísima Virgen en una visión. Es posible que no exista ninguna
tradición de este tipo que haya sido más violentamente atacada ni más
apasionadamente defendida. La verdad de aquel suceso fue puesta en duda por
primera vez hace dos siglos y, desde entonces, la controversia se ha entablado
una y otra vez. Ya se sabe que el uso de objetos similares al rosario para
ayudar a la memoria a llevar la cuenta es muy antiguo y anterior a la época de
santo Domingo. Por no citar más que un ejemplo, los monjes de Oriente emplean
una especie de rosario de cien cuentas o perlas dispuestas de modo muy
diferente al nuestro y que no tiene nada que ver con el que nosotros rezamos.
Por otra parte, está fuera de duda que en el siglo XIII se acostumbraba ya en
todo el Occidente repetir cierto número de padrenuestros o avemarías (con
frecuencia 150, que es el número de los salmos) y llevar la cuenta por medio de
sartas de cuentecillas. La famosa Lady Godiva, de Coventry, que murió hacia
1075, legó a cierta estatua de Nuestra Señora «el collar de piedras preciosas
que había mandado ensartar en un cordón para poder contar exactamente sus
oraciones» (Guillermo de Melmesbury) . Está prácticamente probado que dichos
collares se usaban para rezar padrenuestros; por ello, en el siglo XIII y
durante toda la Edad Media, se llamaban «paternosters», y se daba el nombre de
«paternostreros» a quienes los fabricaban. Un sabio obispo dominico, Tomás
Esser, afirmaba que la costumbre de meditar durante la recitación de las
avemarías había sido introducida por ciertos cartujos en el siglo XIV. Por otra
parte, ninguna de las historias del rosario anteriores al siglo XV hace mención
de santo Domingo y, durante los dos siglos siguientes, ni siquiera los
dominicos estaban de acuerdo en la manera de definir el papel desempeñado por
el santo fundador. Ninguna de sus biografías primitivas habla del rosario y los
primeros documentos de la orden, aun los que se refirieron a los métodos de
oración, tampoco lo mencionan. Además, la iconografía dominicana, desde los
frescos de Fra Angélico hasta la suntuosa tumba de Santo Domingo en Bolonia
(terminada en 1532), no ofrece vestigios del rosario.
En vista de los hechos
que acabamos de enumerar, la opinión actual sobre el origen del rosario es muy
diferente de la que prevalecía en el siglo XVI. Dom Luis Gougaud escribía en
1922 que «los diferentes elementos que componen la devoción católica conocida
ordinariamente con el nombre de rosario, son el producto de un desarrollo
gradual y prolongado, de una evolución que comenzó antes de la época de santo
Domingo, continuó sin que el santo influyese en ella y tomó su forma definitiva
varios siglos después de su muerte». El P. Gettino, O.P., opina que santo
Domingo puede considerarse como el creador de la devoción del rosario, porque
popularizó la práctica de rezar una serie de avemarías, aunque no fijó su
número ni determinó la inserción de los padrenuestros. Por su parte, el P. Beda
Jarret, O.P., afirma enfáticamente que el rosario inventado por santo Domingo
no era, propiamente hablando, «una devoción o fórmula de oración sino un método
de predicación». El P. Petitot, O.P. considera que la visión de la Virgen es un
símbolo y no un hecho histórico.
Pero, aunque tal vez
haya que abandonar la idea de que santo Domingo inventó y propagó la devoción
del rosario, no por ello deja ésta de estar íntimamente relacionada con los
dominicos, ya que fueron ellos quienes le dieron la forma que tiene actualmente
y durante varios siglos la han predicado en todo el mundo. Ello ha sido una
fuente de bendiciones para innumerables almas y ha producido una corriente
incesante de oraciones que se elevan a Dios. No hay cristiano, por simple e
iletrado que sea, que no pueda rezar el rosario. Y dicha devoción puede ser el
vehículo de la más alta contemplación y de la oración más sencilla. El rosario,
que es una oración privada, sólo cede en dignidad a los salmos y a la oración
litúrgica, la oración que la Iglesia, en cuanto tal, eleva a Dios todopoderoso
y a su enviado Jesucristo. Todo cristiano está familiarizado con la idea de
que, siendo el rosario una verdadera fuente de gracias, es muy natural que la
Iglesia le consagre una fiesta.
Acerca del origen de
esta fiesta, véase Benedicto XIV, De festis, lib. II, c. 12, n. 16; y Esser,
Unseres Lieben Frauen Rosenkranz, p. 354. Los argumentos que se oponen a la
atribución de la institución del rosario a santo Domingo pueden verse por
extenso en Acta Sanctorum, agosto, vol. I, pp. 422 ss; en The Month, oct. 1900
y abril 1901; el P. Thurston, autor de dichos artículos, los resumió en Catholic
Encyclopedia (lamentablemente, no hay vesión castellana de
este artículo). Naturalmente no faltan autores que reivindiquen para santo
Domingo la gloria de haber inventado el rosario, por ejemplo, P. W. Lescher,
O.P., St Dominic and the Rosary (1902). Sobre el rosario en los documentos de
los últimos pontífices, pueden verse la encíclica «Grata Recordatio», de Juan XXIII, la
exhortación apostólica «Marialis Cultus», de Pablo VI, o la carta
apostólica «Rosarium Virginis Mariae» de Juan
Pablo II, en la que propone los cinco misterios de luz que mencionábamos más
arriba. Artículo del Butler-Guinea con modificaciones. En nuestro sitio hay
un Rosario en línea con lecturas
bíblicas e ilustrado con cuadros de grandes pintores.
fuente: «Vidas de los
santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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modificación relevante: ant 2012
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