Evangelio, Evangelio,
Evangelio y Evangelio.
El próximo domingo será ya
día 25 de octubre. El último de este mes. Otoño pleno. Y nos acercamos, dentro
de esta iglesia nuestra, al final del año, que ocurrirá dentro de un mes, el
día 22 de noviembre.
En este próximo domingo de
octubre se nos lee un texto de Mateo en el que aparece una cuestión que no
acaba de tomarse en serio y de manera permanente. ¿Cuál es el primero y
principal mandamiento de Jesús de Nazaret? Y desde esta cuestión y para
nosotros ahora y siempre: ¿Cuál es lo primero y principal para ser seguidor de
Jesús? ¿Para ser cristiano? Y he escrito cristiano, como seguidor de Jesús. No
he escrito esta otra pregunta: ¿Para ser católico?
Cristiano y católico son dos
palabras que sirven para nombrar realidades semejantes, pero con notables diferencias.
Ambas realidades nacen de la misma raíz: la persona de aquel judío galileo y
laico llamado Jesús de Nazaret.
El cristiano y el católico no
han recorrido el mismo camino, sino que cada uno ha seguido su propio sendero,
distinto y divergente. Ambos senderos arrancan del Evangelio y poco a poco la
llamada Tradición de la Iglesia los ha ido distinguiendo y separando. Con todas
sus bondades y tergiversaciones. Más que lo primero, lo segundo.
Esta Tradición católica
tiene, entre sus muchos aliados, el poder de la Liturgia y el poder del
Catecismo. O lo que es lo mismo: el Dogma y el Culto. Pero de esto tendré que
hablar en otra página y ocasión.
Vuelvo a la pregunta inicial
y manantial de las aguas cristalinas del ser cristiano y seguidor: ¿Cuál es el
primero y principal mandamiento de Jesús de Nazaret? Según el Evangelista Mateo
uno solo que se puede formular de dos maneras. La primera es: Todo cuanto
deseas que te hagan los demás, házselo a ellos porque esta es la Ley y los
Profetas. Así se dice en Mt 7,12 y se explica con toda amplitud a continuación,
en Mt 7,13 hasta el final de este capítulo. Y la segunda: Amarás a tu
prójimo, que es tan dios como tú, porque esta es toda la Ley y los
Profetas. Así se dice claramente en Mateo 22,34-40.
Estas respuestas del
Evangelista Mateo a la pregunta por el primero y principal mandamiento,
¿no es cristalinamente idéntica a la respuesta que leemos en el
Evangelista Juan cuando cuenta la cena final de su Jesús de Nazaret y pone en
sus labios estas palabras: amaos unos a otros y así conocerán todos que
sois mis discípulos (Juan 13,35)?
Lo dejaré ya aquí, aunque me
quedo con ganas de hablar de los otros dos Evangelistas, Lucas y Marcos. Ambos
subrayan esta misma respuesta a la pregunta por el primero, y principal, y
único mandamiento de Jesús y de todo cristiano. Uno y no diez, como sucedía en
la Religión de la Ley y de los Profetas y, también, en la Religión del
Católico.
A continuación pueden leerse
los comentarios del texto de Mateo y de Hechos.
Domingo 30º del TO. Ciclo A (25.10.2020): Mateo 22,34-40.
El Jesús de Mateo nos dejó sólo un mandamiento. Así lo escribo CONTIGO,
Antes de comenzar la tarea de este comentario
propongo realizar un ejercicio: leer el texto de Mateo 22,22-33. Si no
se realiza este ejercicio no pasará nada significativo. De hecho el ochenta por
ciento, o más, de las personas que celebran misaeucaristía en este día ni
caerán en la cuenta del mensaje que las gentes de la liturgia vaticana estiman
irrelevante. En siglos no se ha leído ese relato de Mateo. Tal vez se haya
leído esto mismo en otro Evangelio.
Brevemente recuerdo que estaba este Jesús del
Evangelista Mateo en el Templo de Jerusalén y unos y otros grupos se le
acercaban a dialogar con perversas intencionalidades. Aquel día, que no se sabe
muy bien de qué día se trataba, se le acercaron unos representantes del
movimiento religioso de los ‘saduceos’. Éstos eran defensores de la LEY
ESCRITA, de la TORA, de aquellas dos tablas y mensajes que Yavé Dios le había
entregado ‘en directo y en exclusiva’ a Moisés en el Sinaí. Y esta LEY nunca
dice nada de lo que sucederá más allá de la muerte.
Hay que comentar que este asunto de la creencia
en todo aquello que se relaciona en esa otra realidad después de esta vida sólo
aparece explícitamente señalado y escrito en el segundo libro de los Macabeos,
escrito en griego y hacia el siglo uno antes de la llegada de Jesús de Nazaret.
Este libro nunca formó parte de la Biblia hebrea y por esta razón tampoco llegó
a formar parte de la Biblia que Lutero puso en manos de su movimiento de
Reforma eclesial.
Precisamente el relato que sí se nos leerá en la
liturgia, Mateo 22,34-40, sí que habla de la Ley y de los Profetas. Y
este relato sí que se conoce y se recuerda por formar parte obligada de cuanto
hay que saber para ser ‘buen cristiano’, como se decía en el colofón del
recordatorio de los mandamientos: “Estos diez mandamientos se encierran en
dos: Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.
Esas son las dos famosísimas tablas de la Ley del Sinaí.
La narración de Mt 22,34-40 comienza de
esta manera tan evocadora de los enfrentamientos entre los partidarios de uno o
de otro credo religioso y, en este caso, dentro del propio judaísmo: “Los
fariseos, al enterarse de que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron
y uno de ellos, experto en la Ley, le preguntó a Jesús, para examinarlo...”
(Mt 22,34-35).
Y este Jesús de Nazaret del Evangelista Mateo,
como buen zurcidor de tejidos cosió a su modo y manera dos textos que nunca se
encuentran juntos en los escritos de la Ley de las dos tablas que recibió
Moisés de manos de su Yavé Dios. No se puede ahora dejar de leer el libro del
Deuteronomio 6,5 que forma parte de la famosa plegaria judía llamada ‘SHEMA’
(escucha). Y debe leerse también el texto del Levítico 19,18.
Finalmente debo recordar, en este párrafo del
comentario y en la lectura del relato de Mateo a propósito del mandamiento
mayor de la Ley judía, la síntesis que pronunció Jesús de Nazaret, según este
Evangelista, en su discurso primero en aquel monte de su Galilea sobre la
felicidad de la vida -según la voluntad del judío laico y según el Dios en
quien creía-. En lugar de los diez mandamientos de su RELIGION nos dejó sólo
éste que recuerdo ahora y me lo escribo: “Todo cuanto quieras que te hagan
los demás, házselo a ellos. Ésta es la Ley y los Profetas” (Mt 7,12).
Carmelo Bueno Heras
Domingo 48º de ‘Los Hechos de los Apóstoles’
(25.10.2020): Hch 26,24-32.
“Ellos sí escucharán” (Hechos
28,28-29)
“En este momento del discurso de la defensa de
Pablo, Festo le interrumpió gritándole: ¡Estás loco, Pablo. Tanto saber te hace
perder la cabeza!” (Hch 26,24). Y es que Pablo acababa de expresar,
probablemente lo más importante de su experiencia de fe, “que el
MesíasCristo tenía que padecer y resucitar el primero de entre los muertos para
anunciar la luz a su pueblo y a los gentiles” (Hch 26,23). Dicho esto, como
bien se sabe, uno que lee debe de preguntarse por qué este Pablo-Saúl sigue
silenciando los acontecimientos más centrales de la vida-vida de Jesús.
La habilidad narrativa de Lucas me impresiona.
Recrea la situación como si él hubiera estado presente en calidad de secretario
que debe levantar acta de cuanto sucede en la sesión jurídica. Este Pablo de
Lucas conoce muy bien a sus oyentes, en especial al rey Agripa en quien se
representa la sabiduría y la autoridad de la religión judía: “¿Das fe a los
Profetas, rey Agripa? Estoy seguro de que sí” (Hch 26,27). Buen orador
parece ser este Pablo, según Lucas.
Explícitamente este narrador que es Lucas pone en
la fe de la experiencia de Pablo el mensaje del segundo Isaías cuando evoca a
‘aquel Siervo Sufriente’ y anuncia que él llegará para ser Luz de las Naciones,
según dejó escrito Isaías 49,6. Traducida la expresión al latín nos sonará a
muchos que hemos nacido y crecido en la Iglesia del Concilio Vaticano II, ‘Lumen
Gentium’.
Con este diálogo de ‘entendidos en judaísmo’ que
son Pablo y Agripa (Hch 26,26-29) se da por concluida la sesión judicial
‘oficial o meramente teatral por el sentido de ‘pantomima’ con el que fue
organizada: “Se levantaron el rey, el gobernador, Berenice y los demás
participantes... Si no fuera porque ha apelado al César, se le podría poner en
libertad” (Hch 26,30-32).
De esta manera se da por finalizada la estancia
de Pablo en Cesarea del Mar. Y se dan por concluidas las sesiones judiciales
sobre este hombre y sus opciones religiosas. Por este libro de los Hechos no
puede saberse si los representantes del César en Roma le convocaron o no a
juicio. Es más, como veremos más adelante, este ciudadano romano vivió en la
capital del imperio sin ningún estorbo. Pero no adelanto acontecimientos que
tendrán su momento.
Releo ahora el breve, pero muy importante, relato
de Hch 21,8-14. Pablo y sus acompañantes llegaron desde las tierras de Asia
Menor a Cesarea del Mar y aquí permanecieron, se dice textualmente, ‘unos
días’. Unos, varios, bastantes (Hch 21,10). Y alojado en casa de Felipe, el
padre de sus cuatro hijas profetisas-animadoras de sus comunidades eclesiales.
Y fue aquí donde Pablo se reafirmó en subir a Jerusalén y, si se diera el caso
o la posibilidad, llegar a morir en ella por el Señor Jesús (Hch 21,13). Aquí
estuvo Ágabo, el profeta. Y tuvo razón.
Ahora, después de unos dos años, sabemos que este
Saúl el fuerte sigue siendo Pablo el débil y ha hecho todo lo posible e
imposible por sobrevivir. El morir por el Señor Jesús puede esperar hasta
llegar a Roma y más, si es preciso. Nunca dejaré de preguntarme por qué el
Evangelista Lucas nos ha contado tan poquito de esta alargada estancia de su
Pablo en Cesarea. Si fue así, imagino que los adentros de este hombre debieron
de interpelarse sobre la vida y misión del judío Jesús condenado y ejecutado
por la autoridad de la Ley y del Templo. ¿Por qué murió?
Carmelo Bueno Heras
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