jueves, 24 de septiembre de 2020

Imitación de Cristo (El Sacramento Eucarístico)

 PARTE CUARTA

EL SACRAMENTO EUCARÍSTICO.


Capítulo II: MANIFESTACIÓN DE LA BONDAD Y CARIDAD DE DIOS EN LA SANTA CENA.

Discípulo:
1. Confiado, Señor, en tu bondad y gran misericordia me acerco a Ti como accidentado a mi Salvador, hambriento y sediento a la Fuente de la Vida, necesitado al Rey Eterno, servidor a su Señor, criatura al Creador, desconsolado a mi piadoso Consolador. Pero ¿de dónde todo esto, que tú vengas a mí?. ¿Quién soy yo para que a mí te entregues?. ¿Cómo se atreverá un pecador a presentarse ante ti?. Tú conoces a tu servidor y sabes que no hay en él nada bueno para que tanto le des. Reconozco, pues, mi malicia, bien sé de tu bondad alabo tu piedad y agradezco tu excesiva caridad. Por ti mismo haces todo esto, no porque yo lo merezca sino para que más se manifieste tu bondad conmigo. De esta manera te agrada y así has dispuesto que suceda por lo que a mí también me satisface tu decisión y ojalá mi maldad no se oponga a ella.

2. Incomparable y bondadosísimo Jesús ¡qué gran respeto y agradecimiento se te debe, junto con continuas alabanzas, por la recepción de tu sagrado cuerpo cuyo valor no hay persona en el mundo que pueda explicar. Pero, ¿qué pensaré en esta comunión, mientras me acerco a mi Señor a quien soy incapaz de venerar debidamente y sin embargo deseo recibir con la mejor disposición?. ¿Qué será mejor y más saludable pensar sino someterme totalmente yo mismo en tu presencia y reconocer sobre mí tu infinita bondad?. Te alabo Señor y te reconozco Altísimo eternamente, me desprecio a mí mismo y me someto a ti desde lo más profundo de mi vileza.

3. Tú eres el Santo de los santos y yo sórdido pecador. Tú te inclinas a mí que ni siquiera soy digno de mirarte. Tú vienes a mí, Tú quieres estar conmigo, Tú me invitas a tu fiesta, Tú deseas darme el alimento del cielo y el Pan de los ángeles como comida, nada distinto a ti mismo Pan vivo que bajaste del cielo para la vida del mundo (Jn 6,33).

4. ¿De dónde procede tanto amor?, ¿de dónde, condescendencia tan grande?, ¡Cuánto agradecimiento y alabanzas por todo esto se te deben!. ¡Qué saludable y beneficiosa tu resolución cuando instituiste el Sacramento!. ¡Qué agradable y festivo convite donde Tú mismo te das como alimento!. ¡Qué acción tan admirable, Señor, qué energía de tu poder, qué infalible tu verdad!. Con sólo decirlo Tú se hicieron todas las cosas y aquí también se ha hecho según lo ordenaste.

5. Es realidad sorprendente y digna de fe sobrepasando los límites de la inteligencia humana que Tú, Señor Dios mío, verdadero Dios y Hombre estés íntegramente contenido en el aparente pan y vino y sin agotarte jamás, dejes que nos alimentemos de Ti. Tú, Señor del Universo que de nadie tienes necesidad por tus sacramentos has querido habitar entre nosotros; conserva inmaculado mi corazón y mi cuerpo para que con alegre y limpia conciencia pueda celebrar con frecuencia y recibir para mi perpetua salud estos misterios que en honor tuyo y continuo recuerdo principalmente ordenaste y estableciste.

6. Me alegro íntimamente y agradezco a Dios por regalo tan noble y singular beneficio recibido de ti en este valle de lágrimas. Porque cuantas veces rememoro este misterio y recibo el cuerpo de Cristo, renuevo la obra de Redención y me convierto en participante de todos los méritos de Cristo. El amor de Cristo jamás disminuye y la abundancia de su benevolencia nunca se extingue. Por eso debemos disponernos cada vez a renovar nuestra mente para esto y reflexionar con la consideración más atenta en el gran Misterio de Salvación. Debe parecerte tan grande, novedoso y alegre celebrar o participar de la Santa Cena como si este mismo día Cristo descendiera al interior de María para hacerse un ser humano o como si ante ti colgara de la cruz sufriendo y muriendo por nuestra salvación.


Capítulo III: CONVIENE LA COMUNIÓN FRECUENTE.

Discípulo:
1. Vengo a Ti, Señor para que me haga bien tu Don sagrado y me alegre en tu banquete que preparaste a los pobres, según tu bondad, Dios mío. En ti está todo lo que puedo y debo desear; Tú eres mi salvación y mi rescate, mi confianza y fortaleza, mi homenaje y mi gloria. Alegra hoy mismo mi espíritu, Señor Jesús, porque hacia Ti levanto mi ánimo. Deseo ahora recibirte con devoción y respeto quiero que entres en mi casa a fin de que me bendigas como a Zaqueo el publicano, y pueda contarme entre los hijos de Abraham.

2. Mi espíritu anhela tu sagrado Cuerpo y mi corazón aspira a unirse Contigo. Entrégate a mí y será suficiente porque, sin Ti, ningún consuelo sirve. Sin Ti no puedo existir y sin tu presencia no tengo valor para vivir. Por esa razón es necesario que con frecuencia me acerque a Ti y te reciba como remedio saludable no sea que desfallezca en el camino si se me priva del alimento divino. Así fue que Tú, Jesús misericordiosísimo, cuando predicabas a la gente y curabas diversas enfermedades, dijiste en cierta ocasión: "No quisiera mandarlos en ayunas a sus casas no vayan a desmayarse por el camino" (Mt 15,32). Haz ahora conmigo de esta manera ya que te quedaste en el Sacramento para consuelo de tus seguidores. Tú eres el más agradable alimento de la vida y quien te come dignamente será participante y heredero de la eterna Felicidad. Es muy necesario para mí, que tan seguido caigo y peco, tan pronto me entibio y pierdo el ánimo renovarme, purificarme y estimularme con frecuentes oraciones y reconocimiento de mis faltas no vaya a ser que por no comulgar frecuentemente me desanime del santo propósito.

3. "El corazón del hombre se pervierte desde la juventud" (Gn 8,21) y si falta la ayuda de la medicina de Dios resbala uno pronto hacia lo peor. La comunión aparta del mal y reafirma en el bien; si ahora que comulgo o celebro tus misterios con tanta frecuencia soy negligente y desanimado ¿qué pasaría si no recibiera este tónico y no acudiera a tan gran ayuda?. Y aunque todos los días no me siento apto ni bien preparado para la celebración procuraré participar de los divinos misterios en las ocasiones convenientes para hacerme receptor de tantas gracias.

4. ¡Qué maravillosa es tu piadosa decisión con respecto a nosotros que Tú Señor Dios, Creador y Vivificador de todos los espíritus condesciendas en venir a estos pobrecitos y satisfacer nuestra hambre con toda tu Divinidad y Humanidad!. ¡Qué feliz y alegre alma que merece recibir a su Dios y Señor y en esta ocasión sentirse repleta de gozo espiritual!. ¡Qué Señor tan grande recibe!, ¡qué Amado consigue hospedar!, ¡qué Compañero tan alegre encuentra, ¡qué hermoso y noble Esposo abraza, escogido entre todos y amado sobre todo lo que se puede desear!. Enmudézcanse en tu presencia, mi amorosísimo Elegido, el cielo, la tierra y todo tu esplendor porque cuanto tienen de valor y belleza lo han recibido de tu generosa voluntad y jamás podrán aproximarse a la gloria de tu Nombre pleno de sabiduría inagotable.

No hay comentarios:

Publicar un comentario