viernes, 25 de septiembre de 2020

Imitación de Cristo (El Sacramento Eucarístico)

  PARTE CUARTA

EL SACRAMENTO EUCARÍSTICO.


Capítulo IV: BENEFICIOS PARA LOS QUE COMULGAN BIEN DISPUESTOS.

Discípulo:
1. Señor Dios mío, prevén a tu servidor con las bendiciones de tu bondad (Sal 21,4) para que merezca llegar conveniente y devotamente a tu espléndido Sacramento. Llama mi corazón hacia ti y libérame de este pesado entorpecimiento. Visítame con tu gracia saludable para que pueda saborear espiritualmente tu dulzura, que tan plenamente se encuentra en este Sacramento como en un manantial. Ilumina mis ojos para intuir tan grande Misterio y para creerlo sin ninguna duda, robustece mi fe. Esta es obra tuya, no poder humano. Tu sagrada Institución, no invención de personas. Nadie es capaz, por sí mismo de captar y entender algo tan especial que sobrepasa cualquier mente creada. ¿Cómo podría yo, transgresor indigno, tierra y ceniza, investigar y comprender secreto tan sagrado?

2. Señor, con sencillez en mi corazón, con humilde y firme fe, y con tu ayuda, me acerco a Ti, con confianza y respeto y creo verdaderamente, Dios y Hombre, que estás presente en el Sacramento. Quieres, por tanto, que te reciba y yo mismo me una contigo por amor. Por eso acudo a tu clemencia e imploro que me otorgues tu gracia de forma que me deshaga en Ti y me entregue en amor y no persiga ya nunca alguna otra satisfacción. Este es pues altísimo y dignísimo Sacramento, salud para el alma y para el cuerpo, medicina de toda enfermedad espiritual; en él está la curación de mis maldades, el freno de mis apasionamientos el vencimiento de las tentaciones o su disminución, el otorgamiento de mayor gracia el auge de la virtud que empieza, la afirmación de la fe, el robustecimiento de la confianza, la fogosidad y la dilatación del amor.

3. Muchos bienes has concedido en este Sacramento y todavía más concederás a tus predilectos que comulguen devotamente, Dios mío, Protector de mi vida, Reparador de las enfermedades humanas y Donante de toda interior consolación. Tú les otorgas grandes remedios contra las adversidades y desde lo más profundo de su debilidad los levantas a la esperanza de tu protección; con nuevas gracias los recreas e iluminas interiormente para que quienes antes de la comunión se sentían angustiados y desafectos después de saborear el alimento y bebida del Cielo se encuentren transformados a una vida mejor. Esto haces generosamente con tus elegidos para que verdaderamente reconozcan y experimenten patentemente lo enfermos que están y cuántas bondades y favores conseguirán de Ti pues siendo por sí mismos insensible, duros y descuidados merecen convertirse, gracias a Ti, entusiastas, empeñosos y bien dispuestos. ¿Quién se acerca con humildad a la Fuente de la Bondad que no reciba de ella un poco de esa misma bondad?; o ¿quién se para junto a este intenso Fuego que no reciba de allí un poco de calor?; y Tú siempre eres Fuente llena y sobreabundante Fuego que arde continuamente y nunca se apaga.

4. Por eso, si no me es posible extraer hasta saciarme de la plenitud de esta fuente por lo menos quisiera acercar mis labios a los bordes y recibir de allí alguna pequeña gota que alivie mi sed y evite que me seque completamente. Y si no puedo ser todo sobrenatural ni tan ardiente en tu amor como los ángeles me esforzaré por insistir en la devoción y preparar mi corazón para adquirir siquiera una llamita del Divino incendio conquistándola con la humilde recepción de este Sacramento vivificante. Todo lo que me falta, Buen Jesús, Salvador Santísimo súplelo Tú por mi, con benignidad y generosamente porque has condescendido en llamar a todos hacia Ti, cuando dijiste: "Vengan Mí todos los que estén cansados por el esfuerzo y agobiados, porque yo los aliviaré" (Mt 11,28).

5. Yo, pues, laboro con sudor en la cara, me atormento con el dolor de mi corazón, estoy cargado de pecados, combatido por las tentaciones, implicado y presionado por muchos malos deseos y no encuentro quién me ayude ni quién me libere y salve sino Tú Señor Dios, mi Salvador a quien me entrego, junto con todo lo mío para que me defiendas y conduzcas hasta la Vida Eterna. Recíbeme Señor, para alabanza y gloria de Tu Nombre ya que dispusiste tu Cuerpo y tu Sangre como comida y bebida. Otórgame, Señor Dios, Salvador mío que crezca el afecto de mi buena disposición con la frecuente recepción de tu Misterio.


Capítulo V: VALORACIÓN DEL SACRAMENTO Y DE LA FUNCIÓN SACERDOTAL.

Discípulo:
Aunque tuvieses la pureza de los ángeles y la santidad de San Juan el Bautista no serías merecedor de recibir este Sacramento, ni relacionarte con él. No se debe a ningún merecimiento humano que le hombre consagre y manipule el Sacramento de Cristo y reciba como alimento el Pan de los ángeles. Gran misterio y gran dignidad del sacerdote a quien se ha dado lo que no se concede a los ángeles. Sólo el sacerdote que ha recibido válidamente la ordenación de la Iglesia tiene poder de celebrar y consagrar el Cuerpo de Cristo. El sacerdote, pues, es ministro de Dios y emplea la palabra de Dios por la ayuda y la decisión de Dios, pero allí Dios es el principal autor e invisible realizador a quien todo se somete según su voluntad todo se cumple de acuerdo con su mandato.

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