EL SACRAMENTO EUCARÍSTICO.
Capítulo
VI: REFLEXIONES ANTES DE COMULGAR.
Discípulo:
1. Cuando me pongo a pensar, Señor; en tu dignidad y mi maldad me atemorizo mucho y me encuentro confundido. Si no me acerco, huyo de la vida y si ingreso indignamente incurro en ofensa. ¿Qué haré, Dios mío, mi auxiliador y consejero en las necesidades?. Enséñame tú el recto camino propónme alguna breve actividad congruente con la Sagrada Comunión. Es útil conocer de qué forma devota y respetuosa deba prepararse mi corazón a la saludable recepción de tu Sacramento o bien a celebrar tan grande y divino Sacrificio en lo referente a este excelentísimo Sacramento.
2. Por eso más debes creer en Dios Todopoderoso en lo referente a este excelentísimo Sacramento, que a tus propios sentidos o a las apariencias. Con temor y reverencia debe uno acercarse a esta Realidad. Atiende a Ti mismo, y ve qué ministerio te ha sido entregado por la imposición de las manos del Obispo. Has sido hecho sacerdote y consagrado para celebrar. Esfuérzate por ofrecer en el tiempo oportuno el sacrificio a Dios con fidelidad y devoción y compórtate tú mismo irreprensiblemente. No has hecho más ligera tu carga sino que quedaste atado más fuertemente al vínculo de la disciplina y más obligado estás a la perfección de la santidad. El sacerdote debe estar adornado de todas las cualidades y demostrar a los demás el ejemplo de su vida buena. Su trato no debe ser con los intereses limitados y vulgares de las personas sino con los ángeles en el cielo y los objetivos trascendentes de los seres humanos.
3. El sacerdote, revestido con los ornamentos sagrados hace las veces de Cristo y ruega a Dios por sí mismo y por todo el pueblo con insistencia y humildad. Tiene delante de él, y a su espalda la señal de la cruz del Señor para que recuerde siempre la pasión de Cristo. Lleva delante la señal de la Cruz en su casulla para que mire con cuidado los pasos de Cristo y procure seguirle con entusiasmo. Tiene marcada en la espalda la señal de la Cruz para que tolere por Dios, con clemencia, las adversidades que puedan ocasionarle los demás. Lleva la Cruz por delante para que llore por sus propios pecados; Lleva la Cruz por detrás, para que se apene, por compasión, de los cometidos por otros; sepa que ha sido colocado como mediador entre Dios y los pecadores no se canse de orar y ofrecer el santo Sacrificio hasta que merezca obtener el perdón y la misericordia. Cuando celebra el sacerdote, honra a Dios, alegra a los ángeles, edifica la Iglesia, ayuda a los vivientes, da descanso a los difuntos y se hace participante de todos los bienes.
Capítulo
VII: EXAMEN DE CONCIENCIA Y PROPÓSITO DE CONVERSIÓN.
Jesucristo:
1. Sobre todas las cosas conviene que el sacerdote se acerque a Dios con la más grande humildad de corazón y con suplicante reverencia, con plena fe y sana intención de honrar a Dios, para que pueda celebrar, tener entre sus manos y alimentarse de este Sacramento. Examina cuidadosamente tu conciencia y según tus fuerzas, límpiala y clarifícala con verdadera contricción y humilde confesión de manera que no tengas o conozcas nada grave que te remuerda y que impida tu libre acceso. Ten disgusto por todos los pecados en general y apénate y llora más especialmente por tus fallas cotidianas. Y, si el tiempo lo permite confiesa a Dios, en el secreto de tu corazón, todas las miserias de tus pasiones.
2. Llora y apénate porque aún eres tan materialista y superficial, tan descontrolado en las pasiones, tan lleno de incentivaciones deshonestas, tan descuidado en los sentidos exteriores, tan implicado frecuentemente en fantasías inconsistentes, tan propeso en atender las exterioridades, tan descuidado en tu interior, tan fácil para el jolgorio y la distracción tan insensible para el arrepentimiento y la conversión, tan dispuesto para la relajación y las comodidades del cuerpo, tan flojo para la exigencia y el entusiasmo, tan curioso de escuchar novelerías y mirar cosas hermosas, tan dejado para abrazar lo sencillo y despreciado, tan deseoso de poseer mucho, tan parco para dar, tan tenaz en retener, tan inconsiderado en callar, tan descompuesto en las costumbres, tan inoportuno en actuar, tan aventado por la comida, tan sordo para escuchar la voz de Dios tan veloz para el recreo, tan lento para el trabajo, tan despierto para las habladurías, tan soñoliento en las sagradas vigilias. Tan impaciente por llegar al fin, tan distraído en la atención, tan negligente en la oración comunitaria, tan frío en la celebración, tan árido en la comunión, tan pronto distraído, tan rara vez recogido plenamente en ti mismo. Tan súbito conmovido por la ira, tan fácil para disgustar a los demás. Tan dispuesto a juzgar, tan rígido en acusar, tan alegre en la prosperidad, tan débil en la dificultad, tan lleno de buenos propósitos, tan limitado en llevarlos a cabo.
3. Después de confesar y deplorar estos y otros defectos tuyos, con color y desagrado por tu propia debilidad, propón con firmeza reformar tu vida y progresar cada día más. Entonces, con resolución e íntegra voluntad, ofrécete tú mismo con entrega total en homenaje a mi Nombre en el altar de tu corazón y encomiéndame a Mí toda tu persona con la mayor confianza, para que de ésta manera merezcas acercarte a ofrecer a Dios el sacrificio y recibir beneficiosamente el sacramento de mi Cuerpo.
4. No existe ofrecimiento más adecuado ni reparación mayor para borrar los pecados que entregarse uno mismo, simple e íntegramente en unión con el sacrificio del Cuerpo de Cristo ofreciéndose a Dios en la Santa Cena y la Comunión. Si la persona hace lo que está de su parte, y se arrepiente verdaderamente todas las veces que se acerque a Mí en demanda de perdón y gracia "Yo lo afirmo, dice el Señor, que no quiero la muerte del pecador sino más bien que se convierta y viva porque no recordaré más sus pecados" (Ez 33,11.16) y así será perdonado de todo.
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