EL SACRAMENTO EUCARÍSTICO.
Capítulo
X: NO DEBE ABANDONARSE FÁCILMENTE LA COMUNIÓN.
Jesucristo:
1. Frecuentemente debes recurrir a la fuente de la Gracia y la divina Misericordia a la fuente de Bondad y de toda Pureza para que puedas sanar de tus apasionamientos y vicios y merezcas llegar a ser más fuerte y vigilante contra todas las tentaciones y engaños del diablo. El enemigo, consciente del fruto y remedio máximo que se encuentra en la Sagrada Comunión se esfuerza cuanto puede, de toda forma y en cualquier ocasión, por apartar e impedir que los fieles y devotos se acerquen a ella.
2. Cuando alguien mejor se prepara a la Sagrada Comunión padece peores tentaciones del demonio. Este espíritu nefasto, como está escrito en el libro de Job: se mete entre los hijos de Dios (Job 1,6) para perturbarlos con su acostumbrada maldad o hacerlos excesivamente temerosos y perplejos, para de esta manera disminuir su afecto o arrancarles la fe combatiéndola en ellos, logrando así que abandonen totalmente la Comunión o lleguen a ella con desgano. Pero no debemos prestar atención a sus astucias y tentaciones así sean vergonzosas y horribles sin devolverle a él mismo todas sus solicitaciones. Debe despreciarse a este miserable, burlarse de él no vaya a ser que por sus insultos y la conmoción que produce termino uno omitiendo la Sagrada Comunión.
3. Con frecuencia también nos dificulta la exagerada solicitud por estar bien dispuesto y cierta ansiedad por confesarse perfectamente. Sigue los consejos de los santos, depón la ansiedad y el escrúpulo porque impiden la gracia de Dios y destruyen la interior devoción. No dejes la sagrada Comunión por alguna pequeña turbación o molestia sino acude pronto a reconciliarte y perdona de buena gana cualquier ofensa que hayas recibido. Si, en cambio, tú a alguien ofendiste pide perdón humildemente y Dios de buena gana te perdonará a ti.
4. ¿De qué aprovecha retardar más la confesión o diferir por más tiempo la Sagrada Comunión?. Purifícate en recibir el remedio y te sentirás mejor que si lo retardas más tiempo. Si hoy lo dejas por estas pequeñeces, mañana quizás suceda algo más grave y así por más tiempo estaás impedido de comulgar y te irás haciendo cada vez más inepto. Lo más pronto que puedas líbrate de la presente pesadez e inercia porque nada se gana con angustiarse y turbarse separándose de Dios por los obstáculos cotidianos. En cambio, hace mucho daño dilatar por más tiempo la Comunión porque esto nos puede llevar a un gran entorpecimiento. ¡Qué pena!. Algunos desanimados y deshonestos prefieren retrasar lo más posible su reconciliación y desean diferir igualmente la Comunión para no verse obligados a cambiar de vida.
5. ¡Qué poco amor tienen, y débil disposición, los que tan fácilmente posponen la Sagrada Comunión!. ¡Qué feliz se encontrará y será aceptable a Dios quien viva cuidando la pureza de su conciencia!, de manera que cada día esté preparado y animado a comulgar si esto le fuera posible sin llamar la atención. Si por causa de su humildad o por un legítimo impedimento alguno se abstiene de comulgar, debe ser reconocido por su respeto al sacramento. En cambio, si es inducido por la indolencia, debe animarse a sí mismo y hacer lo que esté de su parte y el Señor ayudará a su deseo por la buena disposición en la que Él se fija especialmente.
6. Pero cuando se encuentre legítimamente impedido, tenga siempre buena voluntad y piadosa intención de comulgar y así no carecerá del todo del fruto del sacramento. Cualquier persona bien dispuesta puede acceder todos los días y a cualquier hora, sin ninguna prohibición, a la saludable comunión espiritual de Cristo y por supuesto, algunos días, en el tiempo oportuno debe recibir sacramentalmente el Cuerpo de su Redentor con afectuoso respeto procurando más la alabanza y el honor de Dios que su propia satisfacción. Porque todas las veces que recuerda con devoción el misterio de la Encarnación o la Pasión de Cristo comulga místicamente y de manera invisible se nutre encendiéndose en su Amor. De otra manera, el que no se prepara sino cuando es inminente la celebración o la costumbre lo apremia, con frecuencia se hallará mal dispuesto.
7. Feliz quien se ofrece a Dios en entrega total cada vez que celebra o comula. No seas demasiado prolijo o apremiado en la celebración sino respeta las buenas maneras de las personas con quienes vives. No debes ocasionar a los demás molestia o tedio sino seguir el camino ordinario instituido por los maestros espirituales atendiendo más a la utilidad de los presentes que a la personal devoción y afecto.
Capítulo
XI: NECESIDAD DEL CUERPO DE CRISTO Y DE LA SAGRADA ESCRITURA.
Discípulo:
1. Bondadosísimo Señor Jesús, qué dulzura tan grande siente la persona devota al participar contigo en tu convite donde no se le ofrece otro manjar que a Ti, único Amado suyo, deseable sobre todos los deseos de su corazón. Para mí sería lo más dulce derramar en tu presencia lágrimas de emoción, desde lo más íntimo de mi afecto, y junto con la piadosa Magdalena regar tus pies con esas lágrimas. Pero ¿dónde está esa devoción?, ¿dónde la abundante efusión de santas lágrimas?. Ciertamente, en tu presencia y la de tus santos mensajeros todo mi corazón debería arder y llorar de felicidad. Te encuentro verdaderamente presente en el Sacramento aunque oculto en una distinta apariencia.
2. Pero si viera en tu propia y divina Claridad, mis ojos no podrían resistirlo ni subsistir el mundo entero ante el resplandor de la gloria de tu Majestad. En esto, pues, condesciendes con mi debilidad escondiéndote en el sacramento. Te reconozco, realmente, y adoro interiormente por la Fe a quien los ángeles adoran en el cielo, pero ellos ven claramente y sin velos. Me conviene estar contento con la luz de la verdadera Fe y caminar en ella, "Hasta que llegue el día de la eterna claridad y desaparezcan las sombras" (Ct 2,17). "Cuando venga lo que es perfecto" (1Co 13,10) cesará el uso de los sacramentos porque los Santos en la gloria celestial, no necesian de medicinas sacramentales; gozan ellos sin término en la presencia de Dios expectando su gloria cara a cara, y transformados de iluminación en iluminación en la profundísima Divinidad saborean al Verbo de Dios que se hizo hombre, como fue al principio y permanece para siempre.
3. Acordándome de estas maravillosas experiencias cualquier satisfacción, aunque sea espiritual se me convierte en pesado tedio porque mientras no contemple claramente a mi Señor en su gloria considero como nada lo que en el mundo veo y escucho.
4. Tú, Dios mío, eres mi testigo que ninguna cosa me puede consolar, ninguna criatura aquietarme sino Tú, Dios mío, a quien deseo eternamente contemplar. Pero no es esto posible mientras permanezca en esta vida presente; por eso conviene que me disponga a tener gran paciencia y a someterme a Ti en todos mis desos. Porque también tus santos, Señor, que se alegran ahora contigo en el Reino de los Cielos, mientras vivían aquí esperaban la llegada de tu gloria con fe y mucha paciencia. Lo mismo que ellos creyeron creo yo lo que ellos esperaron, yo espero a donde ellos llegaron por tu gracia, confío llegar yo también. Caminaré, mientras tanto, con fe reconfortado por los ejemplos de los santos leeré también libros santos para mi satisfacción y modelo de vida y, sobre todo, tendré tu Santísimo Cuerpo como especial remedio y refugio.
5. Siento que me son necesarias dos cosas principalmente sin las cuales sería imposible para mí sobrellevar esta miserable vida. En ésta cárcel en que estoy detenido confieso carecer de dos cosas: alimento y luz. Y así, me diste a mí que soy tan débil tu Sagrado Cuerpo como alimento del alma y del cuerpo y pusiste tu Palabra para iluminar mis paso (Sal 119,105). Sin estas dos cosas no se puede vivir bien porque tu Palabra es la luz de mi alma y tu sacramento, el Pan de la Vida. Puede decirse que son dos mesas colocadas a uno y a otro lado del tesoro de la Santa Iglesia. Una mesa es el sagrado altar, que tiene el Pan santo, esto es, el Precioso Cuerpo de Cristo; La otra es la Ley Divina que contiene la Santa Doctrina enseña la recta fe y conduce con seguridad hasta lo más interior del velo donde está el Santo de los Santos. Gracias a Ti, Señor Jesús, Brillo de la Luz Eterna por la mesa de la Sagrada Enseñanza que hicieste que prepararan para nosotros tus servidores los Profetas, Apóstoles y doctores. Gracias a Ti, Creador y Redentor nuestro que para demostrarle tu amor a todo el mundo preparaste la gran Cena en la que diste a comer tu santísimo Cuerpo y Sangre y no un cordero simbólico alegrando a todos los fieles con tu Sagrado convite, con tu Cáliz desbordante de salud en el que se encuentran todas las delicias del Paraíso del que participan con nosotros los ángeles aunque ellos con más suave felicidad.
6. ¡Qué grande y honroso es el oficio de los sacerdotes a quienes se ha concedido consagrar con palabras sagradas al Señor Majestuoso alabarlo con sus labios, tenerlo entre sus manos recibirlo en su propia boca y entregarlo a los demás!. ¡Qué limpias deben ser sus manos, qué pura su boca, qué santo su cuerpo, qué inmaculado el corazón del sacerdote al cual ingresa tantas veces el Autor de la pureza!. De boca del sacerdote no debe salir ninguna palabra que no sea santa, honesta o útil ya que con tanta frecuencia recibe el sacramento de Cristo. Mirada franca y casta pues acostumbra contemplar el Cuerpo de Cristo. Manos puras y dirigidas al Cielo que acostumbran tocar al Creador de Cielo y Tierra. A los sacerdotes se les dice especialmente en la Escritura: "Sean santos porque yo, su Dios, soy santo" (Lv 19,3).
7. A quienes recibimos la ordenación sacerdotal que nos ayude tu gracia, Dios Todopoderoso, para que seamos capaces de servirte a Ti, digna y devotamente, con toda pureza y buena conciencia. Y si no podemos proceder con tanta pureza de vida como debemos concédenos lamentar justamente lo malo que hicimos y servirte en adelante con más entusiamso con espíritu humilde y decidida buena voluntad.
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