FELICIDAD ESPIRITUAL.
Capítulo LI
DEBEMOS REALIZAR TAREAS HUMILDES CUANDO NO PODAMOS MAYORES.
Jesucristo:
1. Hijo, no eres capaz siempre de permanecer en el deseo entusiasta por las virtudes ni perseverar en el más alto grado de la oración sino que es inevitable, por causa del pecado original, que desciendas alguna vez a cosas bajas y sobrelleves el peso de esta vida que se acaba, aunque te fastidie. Mientras tengas este cuerpo mortal sentirás tedio y opresión en el corazón. Es preciso, pues, mientras vivas esta vida natural que gimas bajo el peso de tu naturaleza porque no puedes dedicarte incesantemente a las actividades espirituales y la divina contemplación.
2. Entonces conviene que te ocupes en obras humildes y exteriores contentándote con hacer buenas obras; y mientras esperas mi visita con firme confianza, debes soportar con paciencia tu destino y la sequedad del espíritu, hasta que de nuevo recibas mi visita y seas liberado de todas las angustias. Porque haré que te olvides de tus sufrimientos y disfrutes de la paz interior; extenderé ante Ti los campos de las Escrituras Sagradas para que con gran ánimo empieces a correr por el camino de mis mandamientos. Entonces dirás: No son comparables los padecimientos de esta vida, con la Gloria futura que se manifestará en nosotros (Rm 8,18).
Capítulo LII
NO DEBEMOS CONSIDERARNOS DIGNOS DE CONSUELO SINO MÁS BIEN MERECEDORES DE CASTIGO.
Discípulo:
1. Señor, no soy digno de tu consolación ni de alguna visita espiritual. Y por eso actúas justamente conmigo cuando me dejas pobre y desconsolado. Porque aunque pudiera llenar el mar con mis lágrimas todavía no sería digno de tu consuelo. Merezco ser agredido y castigado porque seria y frecuentemente te ofendí y en muchas otras cosas delinquí. Así que, pensándolo bien, no merezco la mínima satisfacción. Pero Tú, Dios clemente y misericordioso, que no quieres que se pierdan tus obras para que se manifiesten las riquezas de tu bondad en vasos de misericordia, fuera de todo mérito personal te dignas consolar a tu servidor de forma sobrenatural. Porque tus consuelos no son ilusorios como los humanos.
2. ¿Qué he hecho, Señor, para que me brindes alguna consolación celestial?. No me acuerdo de haber hecho algún bien sino más bien de estar siempre inclinado a los vicios y flojo para corregirme. Esto es cierto y no puedo negarlo. Si dijera otra cosa, Tú estarías contra mí, y no habría quien me defienda. ¿Qué he merecido por mis maldades sino el infierno y el fuego eterno?. De veras confieso que soy merecedor de toda vergüenza y desprecio, e indigno de ser considerado entre tus discípulos. Y aunque me incomode este lenguaje no dejaré de acusar mis pecados contra mí en honor a la verdad, para que más fácilmente merezca alcanzar tu misericordia.
3. ¿Qué podré decir yo, que me siento culpable y lleno de vergüenza?. No encuentro más palabras, salvo las siguientes: He pecado, Señor, he pecado compadécete de mi y perdóname. Dame un poco de tiempo para que llore de pena antes que vaya a la región tenebrosa y cubierta por la oscuridad de la muerte. ¿Qué es lo que exiges ante todo al culpable y miserable pecador sino que se convierta y se humille por sus pecados?. Del verdadero arrepentimiento y humillación del corazón nace la confianza en el perdón, se reconcilia la conciencia perturbada, se rehace la gracia perdida, se protege el hombre de la ira futura, y se unen en un beso santo Dios y la persona convertida.
4. Señor, Tú aceptas el sacrificio del arrepentimiento humilde de los pecadores que perfuma en tu presencia más suavemente que el incienso. Este es también el ungüento agradable que tú permitiste que derramaran sobre tus pies porque nunca despreciaste un corazón arrepentido y humillado. Allí está el lugar del refugio para el que huye de la cólera del enemigo; allí se corrige y limpia lo que en otra parte se desvió y manchó.
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